Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
Jesús ha establecido su reino, ha instaurado el reino de Dios en este mundo que nos ha tocado vivir. Dios, al enviarnos a su Hijo, le dio esta gran misión. El reino de Dios no es un reino para buenos solamente. Podríamos catalogar la humanidad como una de buenos y malos; pero no se puede pensar en Dios como un juez que separa los malos de los buenos sino que, en primer lugar, Él ha venido al mundo para salvar a los pecadores. Por esto Jesús ha establecido su reino para los malos y buenos.
El Evangelio de Mateo (Mt 13, 44-52) nos presenta tres parábolas: la de la cizaña o maleza, el grano de mostaza y la levadura. En ellas se nos manifiesta el poder y la paciencia de Dios. Todo lo expresado sobre los malos y buenos lo podemos ver en la parábola de la cizaña. Vemos como el sembrador sembró buena semilla en el campo y de noche vino el enemigo y sembró la cizaña. Ambas nacieron, crecieron y dieron fruto. Los trabajadores, al hablar con el patrón, pidieron que si podían arrancar la cizaña. El patrón les dijo que no, que los dejaran juntos hasta la cosecha: "y entonces se separará el trigo y la maleza se echará al fuego". Dios tiene el poder de que los malos y buenos crezcan juntos pero también tiene la paciencia para esperar luego y recoger los frutos.
Hoy día somos expertos juzgando o condenando a los demás. Vemos más los defectos de las personas, instituciones o de la Iglesia, pero Dios en su poder y paciencia nos deja juntos y el juicio (la cosecha) será más allá de esta vida, o sea, después de la muerte.
¡Crezcamos como el arbusto de mostaza y fermentemos la masa de del reino de Dios como la levadura!