La transfiguración
Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
Los tres ciclos litúrgicos del calendario de la Iglesia nos presentan el segundo domingo de cuaresma a Jesús con tres de sus discípulos en la subida al Monte Tabor donde, en presencia de Pedro, Santiago y Juan, ocurre el hecho de la trasfiguración del Señor. Hecho que fue trascendental en la vida de los discípulos con relación a Él, porque devela el sentido de la vida y obra de Jesús pero también el sentido de nuestra propia existencia.
En el monte, Jesús revela a sus discípulos su divinidad manifestándoles su gloria. Él los prepara para que comprendan el escándalo de la cruz y la razón de su misión; los prepara para la vida futura. Jesús se llena de resplandor. Aparecen junto a él Moisés y Elías (ellos representan la ley y los profetas); una nube los envuelve. Los discípulos le comentan: ¡qué bien estamos aquí! Se oyó la voz del Padre: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo". Jesús los baja de la nube y les dice que no cuenten a nadie esta visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos (Mt 17, 1-9).
En esta cuaresma podemos caer en la tentación, como los discípulos, de querer quedarnos en la montaña alta, quedarnos en la hermosa experiencia del significativo momento. La realidad es que hay que bajar al diario vivir, a la cruz de cada día. Necesitamos estar con Jesús, escuchar su Palabra, sacar tiempo para orar, reflexionar, hacer limpieza interior (confesión sacramental); que este caminar y subida al Monte Tabor, en la transfiguración, nos lleve a entender la cruz como paso para la Pascua definitiva. ¡Quitemos los miedos y las cobardías para que la transfiguración nos lleve al gozo de la Pascua.