En aquel tiempo, Jesús se dirigió a un pueblo llamado Naím y con él iban sus discípulos y bastante gente. Pues bien, cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un hijo único cuya madre era viuda. Una buena parte de la población seguía el funeral. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: "No llores". Después se acercó hasta tocar el ataúd. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: "Joven, te mando: levántate". Y el muerto se sentó y se puso a hablar. Y Jesús se lo devolvió a la madre. El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: "Un gran profeta ha aparecido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo". Con este hecho, la fama de Jesús se extendió por toda Judea y por las regiones vecinas.
Palabra del Señor.
La viuda de Naím
En el evangelio de esta semana Jesús encuentra a una viuda que va a enterrar a su hijo único. Es una mujer que se encuentra en la peor de las situaciones: no tiene marido y su hijo, que sería su ayuda y sostén, ha muerto. Ella ha quedado desprovista de toda ayuda. Cuando esta mujer avanza totalmente destruida, Jesús le sale al paso.
El encuentro de Jesús con esta mujer es conmovedor. Él se compadece de ella, se identifica con su dolor y desgracia. Él no pasa de largo ante el sufrimiento de esta mujer, no, Él se detiene y actúa. Su gran amor le lleva a darle a esta mujer lo que ella menos esperaba: la vida de su hijo. Este pasaje evangélico nos muestra el corazón compasivo y misericordioso de Dios. Él sale en ayuda del necesitado, no es un Dios que se queda con los brazos cruzados viendo lo que pasa, no, Él actúa a favor del hombre.
Como hijos de Dios hemos de ser conscientes del gran amor que Dios nos tiene. Él cuida de sus hijos, tenemos que confiar más en su mano providente, en su auxilio. Dios nunca deja que sus hijos se vayan con las manos vacías. Como a la viuda, Dios te dará más de lo que tu esperas. Ponte en camino hacia Él y lo encontrarás, pídele y te dará mucho más de lo que esperas.
Y ésta no es sólo una frase bonita de Cristo. En la Comunión, Cristo - que es el que nos invita hoy a levantarnos- nos ofrece la fuerza que necesitamos para ello, porque nos da a comer su Cuerpo, que venció a la muerte en la Resurrección, y con este alimento suyo podemos levantarnos de todas estas situaciones de muerte.
Transcrito de:
Actualidad Litúrgica Mayo- Junio 2013. Boletín de la Comisión Episcopal para la Pastoral Litúrgica de México.