En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Palabra del Señor.
Jesús, el Hijo de Dios encarnado, vino a buscar a los que se habían extraviado, a los que habían perdido el camino y se habían apartado de Dios. En esta tarea de acercar al pecador a Dios, Jesús le hace a los hombres el trabajo fácil, pues sale a nuestro encuentro, se hace cercano y a la vez actúa con misericordia.
El episodio de la mujer pecadora nos revela la aceptación que Dios tiene del pecador arrepentido. Él no mira los muchos pecados de esta mujer, no mira lo que a los ojos de los hombres ella es. No, Jesús mira en el corazón de la mujer y desde allí él actúa. Deberíamos imitar a esta mujer que se acerca a Jesús. Sí, imitar:
Primero: Su humildad - No va de frente a Jesús sino que se coloca a sus pies. Reconoce su pequeñez ante
Dios. Ella es consciente de no merecer el estar junto a Jesús.
Segundo: Está arrepentida - Ella llora abundantemente a causa de su pecado. Sabe que ha obrado en contra de la voluntad de Dios.
Tercero: Busca a Dios - Sabe dónde esta Jesús y sale a su encuentro. Se pone en movimiento hacia Dios. Le da un giro a su vida: de estar de espaldas a Dios ahora lo sigue por eso se coloca detrás de Jesús. De ahora en adelante Jesús irá delante de ella, y ella lo seguirá.
Esta pecadora nos enseña cómo hay que acoger a Jesús en nuestra casa, en nuestra alma. Nuestra vida será diferente si acogemos en ella a Jesús, nuestro salvador.
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Cuando entré a tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos. Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor".
Jesús dijo después a la mujer: "Tus pecados te quedan perdonados". Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: "¿Así que ahora pretende perdonar pecados? Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz".
Evangelio según San Lucas (7, 44-50)