Parroquia San Miguel Arcangel- Cabo Rojo P.R.
Búscanos en Facebook
  • Inicio
  • Nuestra Parroquia
  • Horarios
  • Lecturas del Domingo - Avisos
  • Vida Parroquial - Fotos y Videos
  • Blog - Fe Viva
  • Contáctenos

María ha escogido la parte mejor.

7/20/2025

0 Comentarios

 
Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.

En medio de los calores del verano europeo, encontramos a Jesús y a sus amigos entrando en una casa a descansar. Con los amigos, como hacemos también nosotros, de vez en cuando. A todos nos viene bien, de vez en cuando, recargar las pilas.

Los ángeles que se le aparecieron a Abrahán no iban a descansar, precisamente. De incógnito, sin saber quiénes eran, el Patriarca los acogió. Gratuitamente. Porque la característica de la hospitalidad auténtica es ser gratuita. En el Antiguo Testamento, entre otros, se nos ofrecen dos ejemplos: Job y Abrahán. Del primero se cuenta que había construido su propia casa con cuatro puertas, abierta a las cuatro puntos cardinales, para facilitar la entrada a los pobres. De Abrahán hoy se recuerda la exquisita bienvenida con que recibió a Dios (sin saber quiénes eran sus huéspedes) y que nos presenta la primera lectura.

La recompensa que recibe por su hospitalidad es la promesa de un hijo. ¿Qué mejor regalo para un matrimonio anciano que un descendiente? Una vez más, dios puede hacer posible lo que a los ojos de los hombres era imposible.

La segunda lectura nos presenta a un Pablo ya entrado en años. Ha pasado por muchas situaciones, trabajando por la propagación del Evangelio. Y, a pesar de todos los sufrimientos, se siente feliz. Lo es porque ha dedicado su vida a una causa que merece la pena. Con sus sufrimientos, Pablo completa los padecimientos de Cristo. Ha desempeñado su tarea, ha anunciado a los paganos el Misterio escondido desde el comienzo de los tiempos. No le queda sino esperar el final de su vida “aconsejando y enseñando a cada uno… a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo”.

Ese conocimiento de Cristo unifica y transforma. Es un conocimiento que no consiste sólo en acumular informaciones sobre Jesús, sino que permite entrar en comunión profunda de vida y destino con su persona. Una pequeña historia nos lo puede aclarar. Se trata de un diálogo entre dos hombres:
– «De modo que te has convertido a Cristo?»
– «Sí».
– «Entonces sabrás mucho sobre Él. Dime: ¿En qué país nació?»-
«No lo sé».
– «¿A qué edad murió?»
– «Tampoco lo sé».
– «¿Sabrás al menos cuantos sermones pronunció?»
– «Pues no… No lo sé».
– «La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo…»

«Tienes toda la razón, Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de Él. Pero sí que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. Y esto es lo que sé de Cristo».

Todos tenemos que ser humildes. Es decir, aceptar que el protagonista en nuestra vida debe ser Dios. Humilde es el que ora no para que Dios realice sus planes, sino para que Dios realice sus planes en él. Humildes para poder seguir al Maestro, que es manso y humilde de corazón.
​
Y la prueba de que somos humildes debe de ser el compromiso. Frente a las denuncias de alejarnos de la realidad o de perder el tiempo en vano que se nos hacen con fre¬cuencia, nada ha de ser tan comprometedor como orar. Del amor a Dios, hemos de pasar al amor a los hijos de Dios. Si de verdad estamos en relación con Dios, tenemos que hacer que se note en nuestra vida. Toda oración habrá de tener una fuerte dosis de entrega amorosa para con los intereses de Dios y para con los intereses del prójimo, del que hablábamos hace unas semanas. Todo orante tiene una familia a su cargo: la hu¬manidad entera. Como la tuvo Jesús, que dio su vida por todos.

Otro momento interesante. Es san Juan el que nos deja escrito: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro”. Por ese orden. Y sin duda Marta lo sabía. Y por eso cuando ya se vio ahogada con la preparación de una comida para por lo menos trece huéspedes que se habían presentado de improviso (y las amas de casa que estáis saben lo que eso significa) no se dirige a María, sino a Jesús y como santa Teresa se encara con Él y le dice: “Pero Señor es que no te importa que mi hermana me haya dejado sola en el servicio. Dile que me eche una mano”. Con otras palabras: “basta ya de cháchara, Señor, que no doy abasto y os tengo que preparar de comer.”

Y en ese mismo ambiente familiar la contestación de Jesús: “una sola cosa es necesaria”. No son pocos los que la interpretan como si el Señor hubiera dicho: “Marta, vengo a pasar unas horas con vosotros y tú te metes en la cocina y no hay manera de verte y oírte. Por favor, déjalo todo que con cualquier cosa me contento. Un par de huevos fritos es suficiente”.

Jesús le dijo a Marta que las obras de caridad u hospitalidad han de ser consecuencia de la escucha de la Palabra. Escuchar la Palabra fructifica en acciones de caridad y generosidad. La hospitalidad convencional tiene unos límites. Pero hay una hospitalidad más profunda, que nace de la escucha de la Palabra de Dios.

De hecho, Marta aprendió la lección. El cuarto evangelio nos dice que cuando murió Lázaro Marta salió a recibir a Jesús fuera del pueblo de Betania. El diálogo entre ambos es bellísimo. Marta se revela como una excelente discípula de Jesús que ha comprendido de verdad su misterio. Es, de hecho, la mujer que confiesa por primera vez: «Sé que eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Así que, de una cosa, sí nos quiere avisar el Señor: del peligro de la rutina. A fuerza de trabajar, a fuerza de atender a los mil detalles que exige un hogar acabamos por no saber para qué trabajamos. El norte se nos niebla y no nos queda más que la monotonía desesperante de ese día a día. Siempre igual en la mayoría de nuestras ocupaciones y mucho más en el trabajo de la casa.

Hay que estar atento. El proceso de autoconocimiento puede ser lento. Pero hemos de madrugar cada mañana a ese encuentro con Cristo, al descubrimiento de su significado para nosotros. Al final, parece que Jesús no se equivocó en el Evangelio. María escogió la mejor parte. Y, aunque parezca lo contrario, las religiosas contemplativas tienen mucho que hacer en este mundo. Por de pronto, rezar por todos los que no rezamos lo que debiéramos. Lo dice muy bien la regla de san Benito: ora et labora. Pues eso.


​
0 Comentarios

Vete y haz tú lo mismo.

7/13/2025

0 Comentarios

 
Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.

La vida eterna. Una pregunta que siempre ha preocupado a los buenos creyentes. Porque de la respuesta a esa pregunta depende la felicidad (o la desgracia) eterna. Merece la pena planteársela, porque no es cosa de broma. Es para siempre.

Además, hay un peligro muy grande, cuando encontramos textos tan conocidos como la parábola del buen samaritano: el de no prestar atención a los detalles, y creer que ya lo sabemos todo. Porque aquí hay muchos detalles.

Por ejemplo, el principio. Empieza fuerte el letrado. La vida eterna. ¡No pide nada este letrado! ¿Es que se puede hacer algo para heredarla? ¿No es un don de Dios que no podemos conseguir, por mucho que nos esforcemos?

Es, además, una pregunta que también nosotros nos podemos plantear. ¿Qué tengo yo hoy que hacer para heredar la vida eterna? ¿Qué le estaba diciendo Jesús a la gente de su tiempo, y cómo traducirlo aquí y ahora? Porque algo está claro, también hoy hay mucha gente tirada en la cuneta.
Para encontrar la respuesta a la pregunta del letrado, sólo hay que amar. Es algo teóricamente muy sencillo, porque a todos nos gusta ser amados, y reaccionamos mejor al amor que a los gritos. Eso lo sabemos. Pero es difícil. Y si a alguno se le ocurre decir que no puede, escuchamos de nuevo la primera lectura. El precepto que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas. Es curioso. La historia se repite. También los primeros judíos sintieron que seguir al Señor era difícil. Que no podían. No corrían buenos tiempos para los creyentes. Como quizá tampoco corran hoy para nosotros. Pero hay una cosa básica: querer volverse al Señor con todo tu corazón y toda tu alma. Basta querer. También hoy hay siempre posibilidad de volverse al Señor. Siempre hay cobertura, para llamar al teléfono de Dios. La pregunta es: ¿quieres heredar la vida eterna o no? ¿te lo quieres plantear, por lo menos?

Se trata, en el fondo, de ser un poco como Dios. De amar como Dios nos ha amado. Volvernos conscientes de este don de Dios, de que él nos ha amado primero. Y nos ha mostrado su amor en Jesús, porque Jesús, como también dice la carta a los Colosenses, es el rostro de Dios. Es, si queréis, el documento de identidad de Dios, sus huellas digitales en nuestra historia humana. Así vistas las cosas, amar a Dios es antes un don que un mandamiento. Es un mandamiento porque es un don. «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti», decía san Agustín.

Jesús es el primogénito. Nosotros somos hijos en el Hijo. Y si somos hijos, somos también herederos. Herederos de Dios y coherederos con Cristo. Y, sin embargo… Sin embargo, lo que has heredado de tus padres, conquístalo para que te pertenezca. Hay que poner algo de nuestra parte, no se puede vivir de las rentas.

No se nos pide nada del otro mundo. Para conquistar la vida eterna, haz esta vida posible a los otros, particularmente a los que están tirados en la cuneta. Y se nos pide que nos mostremos agradecidos a nuestro prójimo, a todo el que nos ha visto más o menos tirados en la cuneta y nos ha hecho de nuevo la vida posible. Lo fundamental, lo más importante de todo, es volvernos más conscientes del amor de Dios, el primero que nos ha hecho la vida posible; de la manifes¬tación de este amor en Jesús, y de la necesidad de amar a los demás, en la medida de lo posible, de la misma manera.

Otro detalle. El doctor de la ley, al responder a Jesús, no dice la palabra “samaritano”. Habla de “el que lo trató con misericordia”. Ese pagano supo hacerse el prójimo. Porque el que sabe convertirse en prójimo, el que se acerca y es capaz de amar, ése demuestra haber asimilado el comportamiento del mismo Dios. A veces nos da miedo pronunciar ciertas palabras, porque podemos hacer realidad aquello que significan y que no queremos ver.

Quizá el final del texto, otro de los detalles que a lo mejor se nos escapa, porque ya nos lo sabemos, nos dé una pista. Vete y haz tú lo mismo. No dice entiéndelo o estás de acuerdo. No se trata de saber muchas cosas teóricamente, o de estudiar muchos libros, o de cumplir las normas sin más. Se trata de amar a Dios y de amar al prójimo. Lo dice san Pablo, si no tengo amor, nada soy. De nada valen los rezos del sacerdote que bajaba por el camino, pero no atendió al herido (aunque la profesión quede un poco perjudicada), o la oración del levita, que tampoco hizo nada. Lo dice la carta de Santiago, muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe. Vale más el gesto del samaritano, porque demuestra amor.
​
Hazte prójimo de quien está en necesidad y heredarás la vida. La parábola lleva un mensaje explosivo: quien ama al prójimo ama ciertamente también a Dios (cf. 1 Jn 4,7). Quizás lo rechace de palabra, pero en realidad no está rechazando a Dios sino solamente a una falsa imagen suya. Los “samaritanos” que aman al hermano, quizás sin saberlo, están adorando a Dios.
Y que no se nos olvide: El precepto que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas. Basta querer. Pero quererlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas, y pedírselo a Dios. ¿Quieres heredar la vida eterna?
0 Comentarios

Comentario al Evangelio domingo, 6 de julio de 2025

7/6/2025

0 Comentarios

 
Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

​
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.

Queridos hermanos, paz y bien.

¿Qué es la alegría? Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, entre otras muchas acepciones, que la alegría es:

1. Irresponsabilidad, ligereza. Decimos de algunos, en ocasiones, que se permiten muchas alegrías. Para otros, la alegría consiste en disfrutar a tope el fin de semana. Esa alegría que producen el alcohol y el ruido. Esa alegría que pasa, y trae después preocupaciones, por lo que no se ha hecho, o que deja dolor de cabeza. No creo que la alegría cristiana vaya por ahí.

2. Un sentimiento grato y vivo, producido por algún gozo motivo de gozo placentero y a veces sin causa determinada, que se manifiesta por lo común con signos exteriores. Puede ser una sonrisa, por ejemplo.

3.Palabras, gestos o actos con que se manifiesta el júbilo o alegría. Dar saltos de alegría, o gritar o reír de forma estentórea. Esto dice el Diccionario.

¿Qué es la alegría? Para Isaías, la paz en Jerusalén. Después de unos tiempos difíciles, de destierro, vuelve la alegría a Jerusalén, y los que sufren serán consolados como un niño en brazos de su madre.

¿Qué es la alegría? Dice san Pablo para él la alegría es Cristo. Con todo lo que significa. Para Pablo, la cruz es la alegría. «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo».

¿Qué es la alegría? Dice Jesús que no se trata de hacer grandes cosas, ni de ser el mejor orador, ni de convertir miles de infieles, como se decía antes del Concilio. Para Jesús, la alegría es tener el nombre inscrito en el cielo. Y eso, ¿cómo se traduce hoy, veinte siglos y pico después de Cristo?

Hace veinte siglos y pico, eso se tradujo para setenta y dos personas en ir por los caminos, a hablar de Cristo. Es curioso que setenta y dos personas se fueran en parejas a hablar del Reino de Dios. Hace falta moral, mucha moral, para ir por ahí, de pueblo en pueblo, para hablar de un señor casi desconocido, que se llamaba Jesús, que habla de amor, paz y perdón. Hace falta moral, además, cuando el mismo que les envía les advierte de que van a encontrar muchas dificultades. Seguro que no fue fácil. Unos tiempos difíciles.

También nosotros podemos decir que vivimos tiempos difíciles. En realidad, pocos tiempos fáciles ha habido en la Iglesia. Así que la dificultad no es excusa para vivir la alegría, y para hacer lo que nos manda el Señor.

Para nosotros, ¿qué debería ser la alegría? Lo que Pablo tiene muy claro, el don y el amor de Dios por nosotros y la manifestación en que ese amor alcanzó su mayor esplendor e intensidad: «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo». Ahí, en la cruz de Jesús, se ha manifestado hasta qué punto el amor de Dios por nosotros va en serio, hasta qué punto es un amor «legal». Ahí no hay engaño. Ahí no hay trampa ni cartón. «Nadie ama tanto como el que da la vida por aquellos a los que ama». ¿Cómo no rendirnos ante una manifestación como la muerte en cruz de Jesús por nosotros?

Si hay algo de lo que podamos sentirnos gozosos, ¿no será de que somos amados hasta ese punto? No hay base más consistente que pueda dar firmeza a nuestra vida que ésta. Y no hay nada que despierte tanto la capacidad de respuesta como la experiencia de ese amor. San Pablo es un buen testigo de todo esto, cuando dice: «yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús». Al contemplar cómo se había desvivido el Señor por él, nacen en él unas insospechadas energías para el don de sí, para la entrega a la misión, y para soportar los sufrimientos que este don de si y la entrega a la misión llevan consigo.

Repito la pregunta. ¿Qué tenemos nosotros que hacer para participar de esa alegría? Caer en la cuenta de que evangelizar no es sólo tarea de unos pocos. Toda la comunidad, todos y cada uno de nosotros tiene que anunciar a Cristo. La Iglesia en salida, de la que nos hablaba tanto el Papa Francisco. No podemos decir que los tiempos son difíciles, que no acompañan. Menos acompañaron a los primeros discípulos. Tampoco acompañaron a Francisco de Asís, o a Teresa de Ávila, o a los primeros claretianos que salieron a predicar por Cataluña. No hay tiempos fáciles o difíciles. Hay que vivir nuestro tiempo, desde nuestra propia circunstancia y condición. Nadie se puede escapar.

Cada cristiano, cada seguidor de Cristo, está llamado a anunciar el Reino de Dios. Incluso los seguidores más reticentes. Con Jesús no hay excusas que valgan. ¿Crees que hace falta un diploma de catequista? Ninguno de los setenta y dos tenía un diploma de catequista, y el mismo Jesús no tenía estudios superiores en pastoral catequética. Lo que Él tenía, era mucho amor. Para ser misionero, lo que más se necesita es amor. Lo dijeron muy bien los Beatles: All you need is love. (Todo lo que necesitas es amor). Si amas, sales de ti, y si eres capaz de compartir, aunque sea con una sola persona, de algún modo, has comenzado a ir por todo el mundo, anunciando el Reino de Dios. Porque para ir por todo el mundo, primero hay que ir por tu casa, por tu barrio, por tu ciudad, por tu país… Y si eres capaz de ir al encuentro de un enemigo, has logrado llegar a la cima de la vida cristiana.

Si la Iglesia no es misionera, no es la Iglesia de Jesús. Ésta es nuestra seña de identidad, nuestra quintaesencia. Jesús envió en misión a los Doce, después a los setenta y dos, como nos evoca el Evangelio de este domingo. Tras su muerte y resurrección, un poco antes de su ascensión al cielo, nos envió a todas las naciones y etnias para hacer discípulos suyos y enseñarles todo lo que Él nos había mandado. El objetivo: Jesús nos envía porque quiere cambiar el mundo, mejorarlo, convertirlo. Así nuestro nombre estará también escrito en el Cielo. Así también nosotros esteremos alegres.

Que no se nos olvide:
  • Jesús, no tienes manos. Sólo tiene nuestras manos para construir un mundo donde habite la justicia.
  • Jesús, no tienes pies. Sólo tienes nuestros pies para poner en marcha la libertad y el amor.
  • Jesús, no tienes labios. Tienes sólo nuestros labios para anunciar por el mundo la Buena Noticia a los pobres.
  • Jesús, no tienes medios. Sólo tienes nuestra acción para lograr que todos los hombres sean hermanos.
  • Jesús, nosotros somos tu Evangelio, el único Evangelio que la gente puede leer, si nuestras vidas son obras y palabras eficaces.
Jesús, danos tu fuerza para que desarrollar nuestros talentos y hacer bien todas las cosas. Así estaremos alegres. Así, seremos felices.
0 Comentarios

Comentario al Evangelio del domingo 29 de junio 2025

6/29/2025

0 Comentarios

 
Haz Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.

Un domingo más el tiempo ordinario sigue sin ser del todo ordinario. En esta ocasión, la liturgia nos presenta la solemnidad de los santos Pedro y Pablos, apóstoles. Si se me permite la expresión, unos “apostolazos”. Además, se podría decir que, por distintos caminos, llegaron a la misma meta. Uno, apóstol, traidor y arrepentido; el otro, perseguidor y convertido después del encuentro con Cristo. Los caminos del Señor son misteriosos. A través de sus vidas y sus sacrificios aprendemos el valor de la fe y el testimonio valiente de Cristo. Lo dejaron todo por seguir a Jesús, y perseveraron en su misión. Con persecuciones…

Cada uno de nosotros, como Pedro y como Pablo, somos distintos y debemos vivir nuestra fe, una misma fe, de acuerdo con nuestro propio carácter, con nuestras propias convicciones, con nuestra propia manera de sentir y de amar a Dios y al prójimo. La fe cristiana, evidentemente, es una y única, pero la vivencia y la expresión de esa fe será siempre personal e intransferible, aunque nuestra profesión de fe se haga dentro de una misma Iglesia y dentro de una misma comunidad cristiana. Cada uno con su misión personal.

Con una persecución comienzan las lecturas este domingo, en los Hechos de los Apóstoles. El relato del encarcelamiento y milagrosa liberación de Pedro nos da pie para pensar en las diversas maneras en que Dios ha intervenido e interviene en nuestras vidas. Que son muchas y muy variadas. Seguramente no con un arcángel, como sucedió con Santa María, pero sí con personas que han cumplido esa misión angelical. Recuerdo la primera vez que volvimos de Krasnoyarsk, en Siberia, a Moscú, el año 1997, y en la capital de Rusia nos recibió un conocido, que nos alojó en su casa, nos llevó de paseo por la Plaza Roja y nos dejó en el aeropuerto con destino a Madrid. Un verdadero ángel.

A Pedro, ese ángel le abrió las puertas, y le permitió seguir con su misión, a pesar de todo. Para los cristianos perseguidos en la época en que escribe su Evangelio Lucas, es un gran estímulo. Se puede ser fiel en las pruebas, como lo fue Pedro y como lo fueron todos los Apóstoles.

Además, también se nos dice que Dios no abandona nunca a quien se juega la vida por el Evangelio. Pedro comprende que “el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.” Ese ángel, por otra parte, cumplió un prodigio más extraordinario en el martirio de Pedro y Pablo: liberó a los dos apóstoles del temor de ofrecer la vida por Cristo. Es éste el prodigio que Dios quiere realizar en cada auténtico discípulo: liberarlo de las cadenas que lo tienen prisionero y le impiden correr a lo largo del camino trazado por Jesús.

Esa aceptación de su destino la narra Pablo en la segunda lectura de hoy. “El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo.” Toda una vida llena de aventuras, algunas buenas, muchas dolorosas, incluso peligrosas para la vida del apóstol. Ese ansia perseguidor se vuelca en la predicación del Evangelio después del encuentro con Cristo, camino de Damasco. Contra todo y contra todos. En el resumen final del texto, su adhesión ejemplar al evangelio nos viene propuesta para invitarnos a llevar una vida más coherente con la fe que profesamos. A pesar de las dificultades. Que fueron, lo sabemos, muchísimas.

Y terminamos este repaso por las lecturas de hoy con el Evangelio. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Podemos olvidarnos ahora del texto y del contexto evangélico, y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Quién es para mí, Jesús de Nazaret? Olvidémonos de lo que dice la gente y de respuestas que hemos aprendido hace más o menos tiempo en la catequesis. Entremos en el fondo de nuestro corazón y, a solas con nosotros mismos, repitamos sosegada y profundamente, la pregunta: “¿Quién es para mí Jesús de Nazaret, hasta qué punto mi fe en Él condiciona y dirige toda mi conducta?” Ojalá que, de la respuesta, sincera que demos, pueda decirse que no nos la ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo Sería el mejor homenaje que, en esta fiesta, podríamos ofrecer a San Pedro y a San Pablo.

Recordemos que los santos están ahí no para que los contemplemos en los altares, sino para enseñarnos a vivir la vida, la vida de cada día, en cristiano, para que aprendamos a decirle al Señor, como le dijo Pedro: “Tú sabes que te amo”, aunque no lo parezca en determinadas ocasiones, y para que no regateemos esfuerzos cuando la misión que, desde el vientre de nuestra madre se nos dio, nos pida algo más de lo que estamos dispuestos a dar.
​
Los santos están ahí para estimularnos, ayudarnos y demostrarnos que para los hombres es difícil, pero para Dios nada es imposible.  Y los santos de hoy, Pedro y Pablo, son dos grandes hombres a cuya sombra nos conviene estar para que, como al tullido de la Puerta hermosa en Jerusalén, Pedro nos libere de nuestra parálisis; y Pablo nos empuje, si es necesario con toda la energía de su carácter indomable, para andar con Él por el camino recto hacia el Cielo.


0 Comentarios

Comentario al Evangelio del Domingo - Corpus Christi (22 de junio 2025)

6/22/2025

0 Comentarios

 
Haz Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org 

Queridos hermanos, paz y bien.

El comienzo del Tiempo Ordinario siempre es poco ordinario. Las solemnidades de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y la sangre de Cristo nos invitan a centrarnos en lo esencial, es decir, a pensar en qué Dios creemos y cómo recibimos ese alimento que es el mismo Cristo. Con esa intención, la Palabra de Dios nos presenta diversas realidades, para ayudarnos hoy a profundizar en nuestra fe.

Vemos en la lectura del Antiguo Testamento de hoy una misteriosa pre-aparición eucarística. Nos lo narra el capítulo 14 del Génesis. Abraham, el gran padre del Pueblo, ofreció el diezmo a un extraño sacerdote. Se llamaba Melquisedec. Poco sabemos de él, pero suficientes para considerarlo un sacerdote alternativo: su templo era el universo; los dones que ofrecía eran «pan» y «vino»; su procedencia era desconocida; tenía poder para bendecir; y así lo hizo con Abraham. El gran Patriarca le ofreció el diezmo y lo reconoció como su Sacerdote.

Los primeros cristianos descubrieron muy pronto que Melquisedec era la figura de Jesús. Más todavía: se dieron cuenta de que el sacerdocio levítico, propio del templo de Jerusalén y de la religión de Israel, no tenía tanta fuerza profética o mesiánica, como el sacerdocio de Melquisedec. En este sacerdote alternativo pasan a segundo plano los ritos, las celebraciones, los sacrificios de animales; y entra en escena una ofrenda sorprendente: pan y vino. La pre-aparición se torna aparición en la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Allí aparece el «sin generalogía», el Hijo de Dios, ofreciendo Pan y Vino. Quien, ante la religión de Israel, era un mero laico, aparecía como el Gran Sacerdote «según el orden de Melquisedec». ¡Qué bien interpretó este acontecimiento la carta a los Hebreos y qué perspectivas abrió para darle al culto cristiano y su liturgia un sentido diferente!

Antes de dar su Cuerpo, Jesús en la última Cena honró el cuerpo de sus discípulos, lavándoles los pies y les pidió que se honrasen mutuamente, lavándoselos unos a otros. Jesús tenía tanto interés en entregar su Cuerpo como en hacer que la lógica de la entrega mutua funcionara entre los miembros de su comunidad, a los cuales Pablo llamó «Cuerpo de Cristo». Antes de ofrecer su sangre derramada, Jesús derramó el agua purificadora sobre cada discípulo, aunque la fuente de purificación más intensa era su Palabra: «¡Vosotros estáis limpios, por la Palabra!». Después derrama el vino, como símbolo y presencia de su sangre derramada. Y vuelve a sus discípulos «con-sanguíneos», aliados hasta la muerte.

En la mesa de Jesús hay sitio para todos. No se puede convertir la Mesa de Jesús en lugar de exclusión. En un espacio de espectadores que ven cómo «los buenos» comulgan y los demás asisten pasivamente al banquete. ¡Despide a la gente! ¡Que vayan a buscar alojamiento y comida!», le dicen a Jesús los doce apóstoles. Jesús les había hablado sobre el Reino de Dios, había curado a sus enfermos. A los Apóstoles les parecía suficiente la liturgia de la Palabra y el servicio de la Caridad. Por eso, intentaban forzar un «ite missa est». Pero Jesús sentía la necesidad de algo más. Les pide a sus apóstoles que lleven la hospitalidad hasta el extremo. Se lo pide con propuesta imperativa: «¡Dadles vosotros de comer!». Su respuesta es: «¡No tenemos para tan gran gentío!»

Para Jesús nada hay imposible. El encuentro debe continuar hasta la noche. Solo es cuestión de mirar al Cielo y desde allí recibir la bendición del Dios Abbá. La bendición llega a los panes y a los peces a través de las manos de Jesús. La forma de realizarlo nos recuerda lo que hizo en la última Cena, con los Apóstoles. De las manos de Jesús pasa a las manos de los discípulos. Desde las manos de los discípulos a las manos de la gente. «Comieron todos y se saciaron». Jesús no quiere una liturgia de la Palabra sin Eucaristía, ni un encuentro sin llevar a culmen la hospitalidad.

Hoy es la Fiesta del Corpus. En estos años hemos meditado en la Iglesia mucho, muchísimo sobre la Eucaristía. Hemos de preguntarnos: ¿está cambiando algo entre nosotros? ¿Hay una visión nueva o estamos repitiendo las viejas fórmulas?

Hoy es el día de la alianza de Jesús con nosotros, su Iglesia. Jesús viene del Cielo, del Mundo de la Resurrección. Se sienta con nosotros a la Mesa. Repite los gestos de la última Cena. Resume ante nosotros todo el entramado de su vida. No se ha ido al cielo para no volver. Vuelve en cada celebración eucarística y se aparece a nosotros. Lo que se pone sobre la Mesa es de la máxima importancia. Jesús pone sobre la Mesa, su Cuerpo y su Sangre, pero en estado de suprema perfección. Pone sobre la Mesa el Cuerpo entregado, el Cuerpo que ama sin límites, que in-corpora, que unifica. Pone sobre la Mesa la Sangre, la Vida, su impresionante Vitalidad. Se quiere derramar en nosotros.

Hoy es el día del Cuerpo y de la Sangre en que todos nos encontramos, como Pueblo o Comunidad de la Alianza. También hay muchas personas que están buscando «el medicamento de la inmortalidad». ¡Quiera el Espíritu que descubran el inimaginable magnetismo del Cuerpo-Sangre de Jesús! Y que lo descubramos nosotros, esas personas a quienes se nos concede encontrarnos todos los días con el nuevo Melquisedec.

​
0 Comentarios

Comentario al Evangelio del Domingo de la Santísima Trinidad

6/15/2025

0 Comentarios

 
Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

El Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.
Queridos hermanos, paz y bien.

El padre Fernando Armellini, un misionero y erudito bíblico italiano, tiene una presentación a sus comentarios este domingo que me parece oportuno reproducir aquí:

¿Cuál es el carné de identidad de los cristianos? ¿Qué característica los distingue de los creyentes de otras religiones? No el amor al prójimo; otras religiones, lo sabemos, hacen el bien a los demás. No la oración; también los musulmanes oran. No la fe en Dios; incluso los paganos la tienen. No basta creer en Dios. Lo importante es saber en qué Dios se cree. ¿Es una “entidad” o es “alguien”? ¿Es un padre que quiere comunicar su vida o un potentado que busca nuevos súbditos?

Los musulmanes dicen: Dios es el Absoluto. Es el Creador que habita allá arriba, que gobierna desde lo alto, no desciende nunca; es juez que espera la hora de pedir cuentas. Los hebreos, por el contrario, afirman que Dios camina con su pueblo, se manifiesta dentro de la historia, busca la alianza con el hombre. Los cristianos celebran hoy la característica específica de su fe: creen en un Dios Trinidad. Creen que Dios es el Padre que ha creado el universo y lo dirige con sabiduría y amor; creen que no se ha quedado en el cielo, sino que su Hijo, imagen suya, ha venido a hacerse uno de nosotros; creen que lleva a cumplimiento su proyecto de Amor con su fuerza, con su Espíritu.

Toda idea o expresión de Dios tiene una consecuencia inmediata sobre la idetidad del hombre. En el rostro de todo cristiano debe reflejarse el rostro de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Imagen visible de la Trinidad debe ser la Iglesia, que todo lo recibe de Dios y todo lo da gratuitamente, que se proyecta toda, como Jesús, hacia los hermanos y hermanas en una actitud de incondicional disponibilidad. En ella la diversidad no es eliminada en nombre de la unidad sino considerada como riqueza.
Se debe descubrir la huella de la Trinidad en las familias convertidas en signo de un auténtico diálogo de amor, de mutuo entendimiento y disponibilidad a abrir el corazón a quien
tiene necesidad de sentirse amado.

Es evidente que, dependiendo de la imagen de Dios que tengamos, nuestra vivencia de la fe será de una manera o de otra. Con miedo ante un Dios justiciero, por ejemplo, o sin ningún tipo de límite, si Dios es sólo misericordioso… Esa percepción influye en nuestra vivencia personal, familiar y comunitaria de la fe.
Todas nuestras celebraciones, todas nuestras oraciones, las iniciamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y todas las terminamos bendiciendo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así es también nuestra vida.

Nacemos porque un Padre ha querido darnos la vida, nos ha engendrado, nuestra vida no depende de nosotros. Nos propone un modelo, un norte, un sentido para nuestra existencia (nos dice a qué venimos a este mundo): que seamos como Él mismo cuando compartió su vida con nosotros por medio de su Hijo Jesucristo. Y además nos da, como a Adán, su Aliento, su misma Vida, nos dice que tenemos algo suyo que nos va a permitir y ayudar a ser no simples criaturas, sino perfectos como nuestro Padre celestial, creadores como Él, libres ante Él, con capacidad de amor y entrega, felices y eternos… Por eso los cristianos optamos por el Bautismo y consagramos toda nuestra vida a este Dios tan estupendo.

Y al morir y recibir la bendición de Dios, el Padre nos reconoce como hijos suyos y nos dice que en su casa tenemos una morada preparada, y pone el «visto bueno» sobre nuestra vida si lo merece. Recibimos la bendición del Hijo y nos identificamos con Él, que también pasó por ese trance y encomendó su vida en las manos del Padre. Que venció la muerte, el primero de todos sus hermanos y nos garantizó que regresaría a recogernos en cuanto nos tuviera preparada su morada en la casa del Padre. Y el Aliento Divino que nos habitaba intercede por nosotros y reclama poder habitarnos de nuevo (recordad que somos Templos del Espíritu Santo, según nos dice San Pablo).

Por eso los cristianos trazamos muchas veces sobre nosotros la llamada «señal de la cruz», la marca que nos identifica como pertenecientes al rebaño de nuestro Buen Pastor, el carné de identidad que nos permitirá circular libremente por la Ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén.

Al hacer sobre nuestra frente, labios, nuestro pecho, y todo nuestro cuerpo la señal de la Cruz, estamos haciendo ya una oración: nos estamos ofreciendo y renovando nuestra consagración a Dios. Le estamos diciendo a Dios que Él es el sentido de nuestra vida, que tenemos sed de Él y ninguna fuente terrenal nos sacia del todo; le estamos diciendo que nuestro corazón le añora y le ama, a veces sin saberlo. Cuando procuramos ser nosotros mismos, sin máscaras, sin excusas, sin rebajas, y sacamos lo mejor que llevamos dentro, estamos respondiendo a la vocación, a la misión de Dios. Es nuestra mano la que traza ese signo de salvación, porque nuestras manos nos las dieron para bendecir y consagrar, para poner todo al servicio de Dios, y no para destruir, arruinar o dañar nada de lo que forma parte de la creación.

Nos hemos reconocido pecadores al comenzar nuestra celebración de hoy. ¿Qué significa tal gesto? Que al andar por los caminos de la vida no hemos vivido como consagrados al servicio de quien nos dio el ser: No hemos sido creadores, hemos vendido barata nuestra libertad, nos hemos quedado mucho de nosotros mismos y se nos ha estropeado en la despensa, que el amor y la entrega aún los tenemos casi sin estrenar… Pero en el reencuentro y en el perdón, salimos renovados. Luego recibiremos el «Alimento Maravilloso» que nos dé las fuerzas para llegar hasta la vida eterna. Sentiremos la fraternidad que nos recuerda que cada hombre es un hermano, a pesar de todas las diferencias. Y el Espíritu nos irá transformando en lo que hemos recibido: el Cuerpo de Cristo.
Una nueva señal de la cruz hemos trazado antes de que fuese proclamado el Evangelio: hemos querido expresar que queremos meter en nuestra mente (para que gobierne todas nuestras acciones), poner sobre nuestros labios (para que hablemos palabras de amor), e insertar en nuestro corazón y en todo nuestro ser los sentimientos que la Palabra del Señor nos brinda cada domingo y cada día.

¿Y cómo sabemos todas estas cosas? ¿Cómo nos atrevemos a hacer tantas afirmaciones sobre nuestro gran Dios, el Dios de la paz y del amor? Él mismo se ha ido dando a conocer progresivamente, desde Abraham y Moisés, hasta Jesús. Por ejemplo, la primera lectura: ¿Cómo es el Dios que se «descubre» ante Moisés? Es un Dios que baja hasta el hombre y se muestra como compasivo, misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Ante Él, Moisés, nosotros, nos postramos por tierra y adoramos.

San Pablo, después de desear que el Dios del amor y de la paz estén con vosotros, saca una conclusión: Saludaos con el beso santo. Es decir, que cuando nos besamos santamente, cuando nos abrazamos fraternalmente, estamos dando culto a la Trinidad. Besarse y abrazarse es una oración muy hermosa que agrada a Dios. Para eso estamos aquí: no para discutir o reñir, no para desentendernos los unos de otros, sino para mirarnos comprensivamente, para acercarnos y acogernos sinceramente, para comunicarnos y unirnos definitivamente. Es que así es Dios.

El que cree en el Dios cristiano sabe que tiene esta tarea: ser su imagen y semejanza. O sea, convertirse en el reflejo de un Dios que es amor, comunicación, entrega, que es persona, que es Comunidad Familiar, que ha salido al encuentro del hombre para prestarle ayuda, y hasta le ha entregado a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él. Eso implica:
  • No al individualismo y a montarse la vida por cuenta propio.
  • No a encerrarse en el propio mundo, en los propios asuntos
  • No a la incomunicación y al desentenderse de los otros
  • No a ignorar al hombre necesitado
  • Y no a la ira, el rencor, el corazón de piedra, la traición o la infidelidad

Si optamos por todo lo contrario nos estamos condenando, no creemos en el nombre del Hijo único de Dios. Y no hace falta que venga Dios a decírnoslo: nosotros mismos estamos poniendo unos sólidos cimientos de autodestrucción e infelicidad. Pues eso: hagámoslo todo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

​
0 Comentarios

Comentario Evangelio Domingo Fiesta de Pentecostés

6/8/2025

0 Comentarios

 
Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.

Con la celebración de Pentecostés termina el tiempo pascual. Hemos estado mucho tiempo preparándonos, con la Cuaresma, hemos vivido la Semana Santa y después las siete semanas de la Pascua. Cada domingo, la Liturgia nos ha ayudado a adentrarnos en ese misterio de la muerte y resurrección del Señor.

Cincuenta días después de haber celebrado la Pascua, ésta se nos acaba. Cuando empezamos el período de Cuaresma, ¡qué lejos estaba este momento! Pero el tiempo vuela, y no nos queda más remedio que mirar atrás, hacer examen de conciencia, ver si hemos cumplido nuestros objetivos (todo eso que en Cuaresma prometemos, pero luego… O sea, rezar más, ser mejor, dejar de fumar, pasar menos tiempo delante de la tele y más tiempo con la familia o la Comunidad…) y, como dicen los jóvenes, “ponernos las pilas”, y seguir hacia delante. Porque tenemos todavía mucho que hacer. Hay que recibir bien el Espíritu.

El evangelio de san Juan concluye la narración de la muerte de Jesús: «e, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu». Cuando se escribieron los evangelios, no había letras minúsculas. No sabemos si, de vivir varios siglos después, o en nuestro tiempo, habría escrito el autor la palabra «espíritu» con mayúscula o con minúscula. O quizá la hubiera escrito de las dos formas, poniendo una barra de separación entre ellas. Y es que una de las técnicas de este evangelio es precisamente la de jugar a la ambigüedad, no en el sentido de que quiera confundirnos, sino en el sentido de la riqueza y abundancia de signifi­cados que ofrecen sus expresiones (polisemia). Así que nosotros, ahora, en nuestro caso, si pecamos de algo, es mejor que pequemos viendo un doble sentido en su expresión, en lugar de ser demasiado parcos y quedarnos sólo con el significa­do más simple, el de exhalar el último aliento, o el de encomendar su vida a las manos de Dios.

Los Discípulos podían muy bien decir: «¿qué va a ser de nosotros si Tú nos faltas? ¿Cómo nos las vamos a apañar? Todo se vendrá abajo. Nosotros mismos nos vendremos abajo. Tú no nos puedes faltar.» En cambio, Jesús les decía: «os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no os podré enviar el Espíritu de la verdad.» Para poder decir «¡bienvenido!» al Espíritu, hay que dar un cierto «¡adiós!» a Jesús. Y Jesús cumple su promesa. Viene al encuentro de los Discípulos como Resucitado y les entrega el Espíri­tu. El Espíritu es, pues, el fruto maduro de la Pascua de Jesús. De ese fruto participamos todos, gracias a Dios.

Porque hoy para todos nosotros es Pentecostés. Hoy celebramos que Jesús nos envió su Espíritu. Es un hecho que no consignó ningún historiador. Pero la historia cambió desde aquel momento. En el corazón de aquellos galileos que habían seguido a Jesús desde los inicios allá cerca del lago, en el corazón de María, su Madre, y en el de las otras mujeres que habían ido con Él, en el corazón de los discípulos que se habían añadido al grupo a lo largo de aquellos tres años por las tierras de Palestina, todo había cambiado cuando, después de la muerte del Maestro, lo habían experimentado vivo, resucitado en medio de ellos.

Solo el don de una fuerza divina puede cambiar radicalmente la situación. Y es aquí donde Pablo introduce el discurso del Espíritu que, penetrando hasta lo más íntimo de la persona, trasforma el corazón, comunica energía de vida, infunde la capacidad de ser fiel a Dios. La consecuencia de esta transformación es la liberación de la esclavitud del pecado.

Todo había cambiado. Pero no sólo por admiración o por alegría. Todo había cambiado porque ahora la vida nueva de Jesús era su misma vida, el Espíritu de Jesús era su mismo Espíritu. El aliento de Jesús, la fuerza de Jesús, el alma de Jesús. Este Espíritu es ahora como nuestra madre. Así cumplió Jesús su palabra: «no os dejaré huérfanos». Somos los renacidos del agua y del Espíritu. El Maestro sigue con nosotros, a través del Espíritu Santo.

Ese Espíritu nos conduce a la verdad plena. Si nos dejamos guiar por Él, nos hace penetrar en lo profundo del misterio de Dios; nos hace penetrar en lo profundo del misterio de la vida. Y nos enseña a discernir: a separar la paja del grano; lo que conduce a la vida de lo que aleja de ella; lo verdadero de lo falso. Esto no es una vana especulación sin comprobación posible; no es una hipótesis todavía pendiente de confirmación. Es una realidad bien comprobada. Ahí tenemos toda esa rica historia de los santos, que son los hombres y mujeres que se han dejado educar y guiar por el Espíritu. ¡Cómo han calado hondo en el misterio del vivir! ¡Qué intensa y apasionadamente han vivido! Los distintos dones y frutos del Espíritu han henchido su vida.
Sin el Espíritu de Dios no podemos orar a Dios. Uno de los dones del Espíritu es justamente el don de piedad, por el que nos podemos sentir gozosamente hijos de Dios y se crea sintonía y suavidad para escuchar a Dios y acogerlo y para volvernos a Él y hablarle a semejanza del modo confiado en que Jesús hablaba al Padre. (Cf Rom 8,15); «Y la prueba de que sois hijos es que Dios envió a vuestro interior el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre!» (Gal 4,6).

Sin el Espíritu de Dios no podemos testimoniar a Dios. El Espíritu hace irradiar. Si conduce a una mayor concentración es en orden a una mayor expansión. Por Él los Apóstoles salieron hasta los confines del mundo; por él nosotros podemos sobreponernos al miedo y a la pereza y dar testimonio. Llenos del Espíritu Santo.
​
Todo con mucha paz. Porque las primeras palabras del Resucitado son para desear la paz. A pesar de todo. «Sin embargo, cuando os entreguen no os preocupéis por lo que vais a decir o por cómo lo diréis, pues lo que tenéis que decir se os inspirará en aquel momento; porque no seréis vosotros los que habléis, será el Espíritu de vuestro Padre quien hable por vuestro medio.» (Mt 10,19-20) Siempre con mucha paz.

0 Comentarios

Comentario al Evangelio - Solemnidad de la Ascensión

6/1/2025

0 Comentarios

 
Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Vosotros sois testigos de esto.

Queridos hermanos, paz y bien.

Llegamos a un momento importante del camino de la Pascua. Es el final de la presencia terrena de Cristo, después de su resurrección. El comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles se complementa con el final del Evangelio de Lucas. De los cuatro Evangelios canónicos, sólo el de Lucas nos narra este episodio. Y, como siempre, los evangelistas no hacen nada sin intención.

Para los primeros cristianos fue difícil entender por qué Jesús, siendo como era el Mesías, no restauró el reino de Israel inmediatamente. Se ve que, con el paso de los años, la esperanza se iba apagando, debido a la tardanza en ver esa restauración. El evangelista introduce una conversación entre los Apóstoles y el Maestro.  En ese diálogo, encaja la pregunta que los primeros creyentes querrían haber hecho al Señor: “¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”

La respuesta de Jesús nos puede dar también a nosotros alguna pista sobre cómo vivir el momento presente. Con muy buenas palabras, les dice que no es lo más importante cuándo tendrá esa instauración definitiva del Reino de Dios – sólo Dios lo sabe – sino ser capaces de vivir cada instante con toda la intensidad que podamos. De ahí la indicación de los dos ángeles de que dejen de mirar al cielo, de que vuelvan a Jerusalén y continúen con sus vidas.

Es un consejo que nos puede ser muy útil a todos. Porque a veces podemos tener la tentación de esperar a que cambien las cosas, para hacer algo. “Cuando sea mayor… Cuando me cambie a otra comunidad religiosa… Cuando me case… Cuando acabe la carrera… Cuando me jubile…” Esa tentación es muy peligrosa, porque nos justifica para no cambiar nada y dejar las cosas como están, para ver cómo quedan. Y seguimos mirando al cielo, a esperar que de allí nos caigan las soluciones.

No es eso lo que quiere Dios de nosotros. Para el cristiano, cualquier lugar y cualquier tiempo es el que ha querido Dios para cada uno. En otras palabras, el que tenemos que aprovechar. El “escapismo” o el “futurismo” significa no implicarse demasiado, esperando siempre al mañana.

Si queremos ser testigos de esto, como nos pide Jesús en el Evangelio, hay que empezar ya a dar testimonio. Y recordando siempre la promesa que nos lleva acompañando ya algún tiempo: la venida del Espíritu Santo. Esa fuerza que viene de lo alto es la que nos permite afrontar con confianza el futuro. Puede ser que sintamos que no somos capaces, que la tarea es muy grande. Seguramente lo mismo pensaron los Discípulos. Todo cambió cuando llego el Espíritu Santo. Gracias a Él la cobardía se volvió valor y la molicie se convirtió en diligencia.

Quizá por esa promesa los Apóstoles se volvieron a Jerusalén con alegría. La tristeza de la separación con el Maestro quedó compensada por la bendición recibida; una espera confiada en la llegada del Consolador. Sintiéndose benditos, es decir, o sea, sintiéndose dichosos y felices, se ponen manos a la obra, para llevar a todos los confines de la Tierra la Buena Nueva. Y lo hicieron bien. Tan bien, que por todo el mundo podemos encontrar creyentes, miembros de comunidades que continúan la tarea de los primeros Apóstoles.

Nosotros también somos miembros de esa Iglesia de la que habla san Pablo. Esa Iglesia que tiene como cabeza a Cristo, el Único Sacerdote, que se sacrificó para abrirnos el ingreso a la casa del Padre. El aviso final al discípulo, que ahora tiene el corazón purificado por la sangre y el cuerpo lavado por el agua del Bautismo, es a ser fiel, a no vacilar en la profesión de esta esperanza.

Es posible que, al pensar en la Ascensión de Jesús, empecemos a sentir nostalgia en nuestro corazón. Es un momento de transición y esperanza. Al igual que los apóstoles aquel día, miramos al cielo y anhelamos estar con Cristo. Continuamos con nuestra vida cotidiana, llevando en nuestro corazón esta nostalgia por la eternidad, sabiendo que solo Dios puede llenar nuestra vida de felicidad auténtica y duradera.

Con palabras de San Pablo VI, tal día como hoy, en 1976: «La Ascensión de Cristo al cielo ilumina, guía y sostiene nuestro camino en la tierra». La Ascensión es una fiesta hermosa, llena de alegría, pero teñida de una ligera tristeza, que nos recuerda que aún nos queda mucho trabajo por hacer en esta tierra hasta que Dios nos llame a su hogar para estar con su Hijo por los siglos de los siglos.

​
0 Comentarios

Comentario al Evangelio del 4º Domingo de Pascua: Yo les doy la vida eterna.

5/11/2025

0 Comentarios

 
Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

El cuarto domingo de Pascua siempre es el domingo del Buen Pastor. Cada año, en los tres ciclos, la liturgia nos presenta un pasaje del capítulo diez de Juan, donde Jesús mismo es el verdadero pastor. Aprovechamos este texto, que tiene tintes vocacionales, para secundar la invitación que la Iglesia nos hace en este día a orar por las vocaciones Los cuatro versículos que leemos en el evangelio de hoy se han extraído de la parte final del discurso de Jesús y quieren ayudarnos a profundizar el significado de esta imagen tan extendida.


Siguiendo el mandato del Buen Pastor, Pablo y Bernabé se fueron a predicar la Buena Nueva por esos mundos de Dios, hasta Antioquía de Pisidia. Parece que no lo hicieron del todo mal, porque muchos se convirtieron a la fe que enseñaban estos dos grande apóstoles. Pero, como sucede a menudo, la envidia, que es muy mala consejera, provoca el rechazo de aquellos que vivían apegados a sus tradiciones. Algunos hicieron mal uso de su influencia, para que se prohibiera a los Apóstoles predicar con libertad. Parece que tráfico de influencias ha habido siempre.


Pero como Dios escribe recto con renglones torcidos, el rechazo en Pisidia es el comienzo de otra gran evangelización. Igual que el martirio de Esteban supuso el comienzo de la expansión de la Iglesia primitiva, la oposición de los judíos lleva a Pablo a decidir abrirse a los gentiles, “hasta los confines de la tierra”. Los gentiles se alegraron, porque les llegaba la Buena Nueva. Igual que nosotros nos alegramos, porque hemos escuchado esa Buena Noticia. Todo gracias a los desvelos evangelizadores de los Apóstoles.


En la segunda lectura, vemos a una muchedumbre inmensa. ¿De qué, o mejor, de quién nos habla el texto del Apocalipsis? Son los que en esta vida han vivido conflictos y sufrido persecuciones y dieron su vida por los demás, al igual que el Cordero. La gente los tomó por fracasados, pero para Dios son los que han triunfado de verdad.


Este texto es un buen recordatorio para que los cristianos perseguidos y agobiados aprendan a resistir con paciencia y firmeza. Lo que le pasó a Jesús, el Cordero, se realiza en ellos; si lo siguen como uno sigue a un pastor, participarán en la victoria de la resurrección. Es difícil, pero es posible.


Y el Evangelio, por un lado, quiere que conozcamos mejor quien es Jesús, el buen Pastor; por otro lado, la intención aparece en el último versículo del capítulo, cuando el evangelista dice que “muchos creyeron en Jesús en aquel lugar”. Y es que todos los encuentros con Jesús de las personas que aparecen en el evangelio de Juan acaban en una confesión de fe en Jesús: los que fueron a las bodas de Caná, Nicodemo, la Samaritana, el ciego de nacimiento…, y finalmente Tomás, el discípulo incrédulo que acaba reconociendo a Jesús como su Señor y su Dios. Todos ellos terminaron creyendo en Jesús, a pesar de las dudas; así que siempre es posible, si nos lo tomamos en serio, que nuestra fe salga fortalecida, como la de aquellos contemporáneos de Cristo.


En esta relación, en este diálogo, Él siempre toma la iniciativa. Habla con nosotros, nos busca, y por eso podemos reconocer su voz, cuando la escuchamos. Dios Trino, que es relación, se quiere comunicar con nosotros. Dios nos habla a través de su Palabra, en los acontecimientos de la vida (los buenos y los malos), en las personas que están cerca de nosotros… Dios nos habla y quiere establecer una relación personal con cada uno de nosotros, porque nos conoce a cada uno en particular. Porque es Dios y porque nos ama, nos conoce personalmente, conoce dónde estamos – mejor que cualquier GPS – y sabe lo que nos pasa, mejor que nosotros mismos.


Y nosotros, las ovejas, confiamos en Él. Podemos seguirle sin miedo, porque en su voz oímos el eco de la felicidad, la felicidad de verdad. No la efímera alegría que dan las cosas del mundo, sino la Felicidad que solo Dios puede dar. Nosotros le seguimos, y Él nos da la vida eterna. Seguramente por eso muchas de las personas con las que se encontraba el Señor creían en Él. Ninguno quedo defraudado. A todos les llegó su recompensa. Con persecuciones y sufrimiento, pero llegó.


Nosotros hemos escuchado la voz del Pastor, una voz que nos suena conocida, y que nos conoce. A lo largo de nuestra vida, hemos sentido su presencia, hemos podido apoyarnos en Él en los momentos difíciles, es nuestro tesoro, por el que merece la pena venderlo todo para poder comprarlo. Él nos regala la vida que no tiene fin, en la que no habrá ni lágrimas, ni pena, ni dolor, ni muerte.


Ese Buen Pastor se quedó con nosotros, nos dejó su cuerpo y su sangre en la Eucaristía. Aquí nos sale al encuentro, refuerza y vigoriza nuestra fe y acrecienta nuestra esperanza. Alimentados en este banquete celestial, nos envía a ser sus discípulos, como a los primeros Apóstoles, para dar testimonio de que somos sus amigos y de que le seguimos incondicionalmente, porque sabemos de Quién nos hemos fiado.
​


Cuando escribo estas líneas, el Cónclave todavía no ha elegido al nuevo Papa. Si cuando las leas ya hay nuevo Pontífice, no dejes de rezar por el sucesor de Pedro. Si no ha sido así, ora por los Cardenales, encargados de elegirlo. Para que escuchen al Espíritu Santo.
​
0 Comentarios

Comentario al Evangelio del 3º Domingo de Pascua – 4 de mayo de 2025

5/4/2025

0 Comentarios

 
Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

​Queridos hermanos, paz y bien.

Acabamos de asistir al entierro del Papa Francisco, y estamos en las vísperas del inicio del cónclave que elegirá al nuevo Pontífice. Seguimos orando con toda la Iglesia. En este contexto, la liturgia nos presenta la llamada del primer Papa, san Pedro. ¿Casualidad? Más bien, el paso de Dios por nuestra vida. Porque Él siempre está ahí, aunque a veces nos cueste verlo, y la Palabra siempre nos ilumina.

Vamos avanzando por el camino de la Pascua, y Jesús sigue haciéndose presente en la vida de sus Discípulos. Tres domingos de Pascua, y tres relatos evangélicos de apariciones. El Evangelio de hoy nos narra la tercera aparición de Jesús después de resucitado. Esta vez se aparece a siete de sus discípulos junto al lado de Tiberiades. En las dos anteriores apariciones el Señor se aparece en domingo, en esta ocasión lo hace cualquier día de la semana, les visita cuando están ocupados en sus quehaceres diarios, en el trabajo.

Hay siete testigos, como digo, de la aparición del Señor. El siete ha sido siempre el número de la perfección. Y los testigos son Pedro y una muestra de los diversos discípulos que hay en todos los grupos: alguno con dudas, otros con mucho genio, uno más conservador y dos sin nombre, en los que nos podemos ver representados cada uno de nosotros.

De Pedro surge la iniciativa para volver al trabajo. Al oír esa propuesta, los otros se unen. Podíamos pensar que estaban cansados de no hacer nada, después de la muerte de Jesús. O, si lo vemos desde otro punto de vista, Pedro es el líder del grupo, y le siguen. Aunque la noche no resulta demasiado productiva.

No pescan nada, porque les falta la luz. No sólo la luz del sol, sino también la luz que es Jesús. Sin Él, aunque lo intenten, no pueden hacer nada. Sólo al amanecer llega la Luz que les indica el camino para ser verdaderos pescadores de hombres. Confiando en Él, ocurre el prodigio: una pesca milagrosa.

Ya en tierra, tiene lugar la comida. Pedro aporta parte del pescado recién atrapado. Da de lo que tiene, para ese almuerzo fraterno. El fruto, además, del trabajo de todos. Y en torno a las brasas se produce el reconocimiento: saben, sin preguntar, que es el Maestro. Reparte el pan y los peces y se restablece la comunidad que se había dispersado tras el arresto de Cristo. Pero queda todavía algo: que Pedro se convenza de que ha sido perdonado.

A las tres negaciones se contraponen tres afirmaciones de afecto. Contra los “noes”, los “síes”. Se trata de una cuestión de amor. Ese amor que no le faltaba a Pedro, aunque el miedo le pudiera en el momento de la verdad. Ahora, la encomienda: “Apacienta a mis ovejas”. Cuando se ha reafirmado su fe, llega el momento de ser la cabeza del grupo, de la Iglesia naciente.

Jesús ayuda a Pedro a que purgue y olvide su antiguo pecado. Probablemente desde ese día, Pedro no tendría escrúpulos y se sintió limpio y perdonado. Uno de los mayores enemigos del alma es el escrúpulo. La confesión da una certeza objetiva de que los pecados han sido perdonados. Otra cosa es que Pedro recordase con tristeza y sensación de sentirse pecador sus negaciones, pero sabiendo que la culpa había sido borrada. En este año del “Jubileo de la esperanza” sabernos perdonados debe darnos también a nosotros motivos para seguir adelante, con mucha esperanza.

Desde ese momento, se transforman de verdad en pescadores de hombres. Cumpliendo el mandato del Maestro, porque “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Ese pequeño grupo se va incrementando progresivamente, gracias a la atrevida predicación de los testigos de la resurrección. Transmitiendo al pueblo el mensaje de vida que ellos mismos habían visto y oído. “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero.” Jesús está vivo, les ha regalado su Espíritu y los acompaña en la misión. De esa certeza nace la fuerza que hace posible enfrentarse a las autoridades. A la luz del Resucitado están dispuestos a llegar hasta el final, entregando la vida cuando sea preciso. Contentos de sufrir por el nombre de Jesús.

A nuestras comunidades de hoy también se nos pide que estemos dispuestos a presentar los frutos de nuestro trabajo. Compartiendo crecemos en solidaridad y en empatía. Y, sobre todo, se nos recuerda que nuestra fuerza está en el compartir el Pan de la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo. Juntos, en comunidad, podemos ver al Señor.
​
Porque a Jesús, a veces, no se le ve a la primera. Cuesta reconocerlo. Lo hemos visto en todos los relatos de apariciones en estas semanas de Pascua. María Magdalena, los discípulos de Emaús, los mismos Apóstoles… Pero los suyos sí saben descubrirlo. Los creyentes saben por experiencia que está vivo. Los suyos saben dónde está Él. Y los suyos son los que siguen diciendo a los incrédulos: hemos visto al Señor. Que también nosotros podamos dar ese testimonio.
0 Comentarios
<<Previous
Forward>>

    Para Donaciones u Ofrendas
    Búscanos en
    ATH Móvil -
    ​Pay a Business:
    /sanmiguelcaborojo 

    Imagen

    Dale click a la Foto

    Picture

    Visita la versión digital de el semanario
    El Visitante. 
    ​Lee y auspicia el semanario católico, es una de las maneras de educarte en la fe católica.

    ​

    Dale click a la foto luego de la flecha, para migrar al semanario.
    Imagen

    Imagen

    RSS Feed


    Archivos

    Octubre 2025
    Septiembre 2025
    Agosto 2025
    Julio 2025
    Junio 2025
    Mayo 2025
    Abril 2025
    Marzo 2025
    Febrero 2025
    Diciembre 2024
    Noviembre 2024
    Septiembre 2024
    Agosto 2024
    Junio 2024
    Mayo 2024
    Abril 2024
    Marzo 2024
    Febrero 2024
    Enero 2024
    Diciembre 2023
    Noviembre 2023
    Octubre 2023
    Junio 2022
    Febrero 2022
    Enero 2022
    Octubre 2021
    Septiembre 2021
    Agosto 2021
    Julio 2021
    Junio 2021
    Mayo 2021
    Abril 2021
    Marzo 2021
    Febrero 2021
    Enero 2021
    Diciembre 2020
    Noviembre 2020
    Octubre 2020
    Septiembre 2020
    Agosto 2020
    Julio 2020
    Junio 2020
    Mayo 2020
    Abril 2020
    Marzo 2020
    Febrero 2020
    Enero 2020
    Diciembre 2019
    Noviembre 2019
    Octubre 2019
    Septiembre 2019
    Agosto 2019
    Julio 2019
    Junio 2019
    Mayo 2019
    Abril 2019
    Marzo 2019
    Febrero 2019
    Enero 2019
    Diciembre 2018
    Noviembre 2018
    Octubre 2018
    Septiembre 2018
    Agosto 2018
    Julio 2018
    Junio 2018
    Mayo 2018
    Octubre 2015
    Septiembre 2015
    Agosto 2015
    Julio 2015
    Junio 2015
    Mayo 2015
    Abril 2015
    Marzo 2015
    Febrero 2015
    Enero 2015
    Diciembre 2014
    Noviembre 2014
    Octubre 2014
    Septiembre 2014
    Agosto 2014
    Julio 2014
    Junio 2014
    Mayo 2014
    Abril 2014
    Marzo 2014
    Febrero 2014
    Enero 2014
    Diciembre 2013
    Noviembre 2013
    Octubre 2013
    Septiembre 2013
    Agosto 2013
    Julio 2013
    Junio 2013
    Mayo 2013
    Abril 2013

Con tecnología de Crea tu propio sitio web con las plantillas personalizables.