Parroquia San Miguel Arcangel- Cabo Rojo P.R.
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Comentario al Evangelio de 27 abril 2025

4/27/2025

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.

Celebramos hoy la fiesta de la Misericordia. Se celebra el primer domingo después de Pascua, y es conocido como el Domingo de la Divina Misericordia. La inscribió primero en el calendario litúrgico el cardenal Francisco Macharski para su Archidiócesis de Cracovia (1985) y a continuación algunos obispos polacos lo hicieron en sus diócesis. A petición del Episcopado de Polonia, el Papa Juan Pablo II, en 1995, instituyó esta fiesta en todas las diócesis de Polonia. El 30 de abril de 2000, día de la canonización de Sor Faustina Kowalska, el Papa instituyó esta fiesta para toda la Iglesia.

Durante toda esta Octava de Pascua hemos meditado sobre las apariciones del Señor a distintas personas. Son experiencias de vida, de alegría, de reencuentro con Aquél que nos amó hasta el final. Encuentros que devuelven el valor para seguir adelante, como veremos en Pentecostés.

De momento, las lecturas de hoy nos van presentando el panorama de la comunidad cristiana, cuando comenzaba su desarrollo. Es importante para nosotros, tenemos que prestar atención a los detalles, porque deberíamos ser como ellos.

Para empezar, estaban todos unidos. Era necesario, porque se enfrentaban a mucha oposición. Estaban unidos, y se reunían para orar. En eso sí nos parecemos, porque también nosotros oramos juntos. En estos días, después de la muerte del Papa Francisco, y a la espera del cónclave para elegir al nuevo papa, todos los católicos estamos también unidos en la oración, por su eterno descanso y por el futuro de la Iglesia. Es algo que se siente a lo largo y ancho del mundo.

Parece que a los no creyentes los cristianos les caían bien, eran simpáticos, porque intentaban vivir de otra manera, aunque no se les juntaban, porque tenían miedo. Podía ser peligroso, ya que ir contra corriente siempre ha sido arriesgado. De hecho, las persecuciones contra los cristianos así lo atestiguan. La fidelidad se prueba en las tribulaciones.

Quizá por esa fidelidad, por esa constancia, muchos se iban acercando a la Iglesia. Crecía el número de los hermanos. Seguramente, porque los gestos que hacían los Apóstoles eran los mismos que hacía Jesús: sanar a los enfermos, liberar a los endemoniados, en definitiva, ayudar a las personas a ser felices, siendo libres. Es que el Resucitado dio a sus Discípulos su poder sanador.

El libro del Apocalipsis se escribió al final del siglo primero, en plena persecución de Domiciano, y después de la persecución de Nerón. Frente a la necesidad de adorar públicamente al emperador, en el centro de las comunidades cristianas debe estar siempre el Resucitado. Porque Él es el único Rey que gobierna a la Iglesia con su Palabra; el Sacerdote que ofrece el único sacrificio agradable a Dios, dando su propia vida; la culminación de todas las profecías.

La pregunta para nuestra comunidad hoy es: ¿a quién colocamos en el centro de nuestras vidas? ¿Al Resucitado y a su Palabra o a otras personas y otras palabras? ¿Adoramos a Cristo o a otros ídolos?
Sobre la importancia de la comunidad nos habla el Evangelio. Fuera de ella, Tomás no se puede encontrar con el Resucitado. Reunido con ella, se produce el encuentro y la confesión de fe. Y, frente al miedo a los judíos y las dudas sobre la presencia del Resucitado, la paz que emana del Señor. Esa paz que permite incluso afrontar la muerte con armonía, como hacen los mártires.

Si lo pensamos bien, todos los Apóstoles dudaron, no sólo Tomás. En realidad, san Lucas, por medio de Tomás, quiere ayudarnos a dar respuesta a esas dudas que pueden afectar a todos los creyentes, a todos los que no han visto al Señor resucitado, ni siquiera a los Discípulos, porque vivieron numerosos años después de la muerte de éstos. Porque a muchos les costaba creer. Les hubiera gustado tocar las llagas del Resucitado, para comprobar que es Él. Como a muchos cristianos de hoy.

Con el relato de las apariciones, en el día primero de la semana – cuando también nosotros nos reunimos ahora – el evangelista Lucas nos da las claves para poder entender lo que significa creer en la resurrección del Maestro. No se trató de un hecho físico, sino de algo sobrenatural, invisible a los ojos, pero accesible a los que tienen fe. Por eso, “dichosos los que crean sin haber visto”. El cuerpo resucitado, glorificado, no está delimitado por el espacio y el tiempo; se extiende hasta donde el Espíritu se extiende; se hace presente en el tiempo en el que el Espíritu está presente.

Cuando nos preguntamos ¿qué vieron los discípulos?, podemos responder: su visión no fue óptica, con los ojos naturales. Vieron porque Dios les permitió ver, contemplar «misteriosamente» la realidad del Señor resucitado. Jesús resucitado no está en un solo lugar, sino en todo lugar; en un tiempo, sino en todos los tiempos; en una persona, sino en todas las personas. Le ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Ver al Señor es verlo todo. Es ver la humanidad y su historia «de otra manera», es ver la naturaleza «de otra manera», es verse a uno mismo «de otra manera», es ver a Dios «de otra manera».

La visión de Jesús resucitado responde a su aparición o sus apariciones. Sin aparición no se puede ver. Dios Padre tiene la iniciativa: él hace que podamos «ver», por eso, «nos muestra a Jesús, fruto bendito de su vientre», a «su Hijo unigénito». Hoy en día, somos cristianos si nos es concedida la gracia de una auténtica aparición pascual. El Señor Resucitado sigue apareciendo. Ver de esa forma es «creer». Es sentirse distinto, renacido, como una criatura nueva.

La verdadera fe no consiste en no ver físicamente, sino en «ver» de otra manera, dejar que la Revelación y Aparición del Señor nos saquen de nuestra ceguera, de nuestros límites estrechos. Por eso, quien así contempla y ve, es «bienaventurado». Tenemos el Evangelio, en el que resuena la voz de Cristo. Esa voz que las ovejas conocen, y por la que se sienten atraídos. Esa voz que nos sigue llamando, y hablando de la misericordia de Dios. Como lo hizo el Papa Francisco.

Esos benditos por creer sin haber visto somos nosotros. Al igual que los Discípulos, estamos invitados a ser portadores de la paz de Cristo, a sanar con nuestras acciones y palabras, y a anunciar con valentía la Buena Nueva de Jesús. Que así lo hagamos, Señor. Amén.


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Evangelio del Domingo de Resurrección (20 de abril de 2025)

4/20/2025

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.


Queridos amigos: ¡Ha resucitado el Señor! Ese niño que nació en Belén, que se crio bajo los cuidados de María y José, que a los 30 años inició su vida pública bautizándose en el Jordán y que paso por el mundo haciendo el bien, hablando de Dios que es amor y acercándolo a la vida de los más pobres, que fue juzgado y condenado a morir en una cruz, que fue crucificado, muerto y sepultado. Ese mismo Jesús hoy ha resucitado. La muerte no ha podido derrotarle. La injusticia no ha triunfado sobre una víctima inocente. Desde ahora, todos los crucificados de este mundo pueden llevar sus cruces con esperanza, porque el mismo Dios que ha resucitado a Jesús, también nos resucitará a nosotros.


La primera lectura nos recuerda todo lo que ha sucedido, desde que Jesús empezó su predicación. Podría servir para un primer anuncio del mensaje a esos que nunca han oído hablar de Cristo. Cómo Jesús vivió, sirviendo, curando y haciendo el bien a todos. Todo ello en un tiempo y un lugar muy concretos, porque la Encarnación tiene que notarse en todo.


De lo que hizo Jesús, san Pedro pasa a recordar la reacción de los hombres ante esa vida pública de Jesús. Al Maestro lo mataron, porque no aceptaron su mensaje y decidieron que era mejor terminar – de una vez por todas y para siempre, creían – con Él. Ya sabemos, los mismos que el Domingo de Ramos aclamaban al Hijo de David, el Viernes Santo pedían su muerte en cruz.


Pero Dios no podía abandonar a su Hijo, por eso lo resucitó y dio comienzo a una nueva era, donde la muerte ya no tiene la última palabra. De todo esto da testimonio Pedro, y de todo esto también nosotros debemos dar testimonio. Los apóstoles son sus testigos porque han estado con Él, han compartido la última Cena con Él, han oído sus enseñanzas y han visto los signos que ha hecho. No son testigos por ser los mejores de la clase, sino por haber hecho una experiencia única y estar en condiciones de comunicarla a quienes quieran escuchar con honestidad y pureza de corazón. Como nosotros, que tampoco somos los más capaces, los más santos, pero compartimos a menudo la Eucaristía, escuchamos la Palabra de Dios y tenemos todas las herramientas para poder dar un testimonio creíble con nuestras vidas.


El breve fragmento de la carta a los Corintios también hace memoria de algo muy importante para nosotros: vivimos en este mundo, pero la plenitud de nuestra vida tendrá lugar sólo en el Reino de los Cielos. Sólo entonces tendremos respuestas a las preguntas más complejas sobre el sentido de la vida y de la muerte.


San Pablo, con su propia vida, nos dio ejemplo de que hay que implicarse en las cosas de este mundo. Trabajó con sus manos, para no ser gravoso a nadie, aunque sabía que lo importante son los bienes de arriba. Se comprometió a fondo, para hacer un mundo mejor, con muchas obras buenas para testimoniar que un mundo nuevo es posible. Vivir entregado en este mundo, para llegar a la vida plena en el Cielo. En esto también nosotros podemos participar, dándonos prisa en hacer el bien, cuanto más, mejor.


Y llegamos al Evangelio, que comienza cuando todo está oscuro, sin vida, y termina con la sensación, mejor, con la certeza de que, verdaderamente, ha resucitado el Señor. Una mujer, movida por el amor, va a cumplir con los ritos, pero se encuentra con la tumba abierta. A la carrera, va a buscar a Pedro y al discípulo amado que, también a la carrera, van al sepulcro, a confirmar lo que les ha dicho la mujer.


En ese sepulcro vacío, los dos solos, viendo las vendas recogidas y el sudario enrollado, creyeron, entendieron todo lo que Cristo les había estado enseñando los últimos tres años. Delante de esos signos de muerte, empiezan a creer en la Vida. Pero, para ello, hay que hacer un proceso, un camino que tiene que estar iluminado por la Palabra y por la comunidad cristiana.


Hoy la vida vuelve a empezar, Dios la re-crea y nos re-crea, nos da una nueva oportunidad para hacer mejor las cosas, para ser mejores también nosotros, para hacer mejor el mundo en el que vivimos y tratar mejor a las personas con las que convivimos. Hoy, “el primer día de la semana”, Jesús resucitado nos dice que vivir de otra manera es posible, que la vida tiene sentido, a pesar de las dificultades, de las frustraciones y de los fracasos, que no nos dejemos vencer por el mal, por lo negativo, porque siempre es posible resucitar.


Vamos a acoger esta nueva oportunidad que Dios nos da y vamos a renovar nuestro Bautismo, nuestro compromiso con Él y con los que están a nuestro alrededor, especialmente con los más pobres y necesitados. Renunciemos a todo lo que se opone al estilo de vida que Jesús nos ofrece y hagamos opción por una vida vivida desde la fe en Jesús resucitado.
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Comentario al Evangelio de hoy13 abril de 2025

4/13/2025

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.

Parecía lejos, muy lejos, cuando empezamos la Cuaresma, allá por el cinco de marzo. Pero ya hemos llegado al Domingo de Ramos. Cada uno sabe cómo ha pasado este tiempo. Lo más importante es caer en la cuenta de que, cada año, se actualiza la Pasión de Cristo. Hay toda una semana para prepararse para la madre de todas las Vigilias. No perdamos la oportunidad de encontrarnos con el Señor como Él se merece.

Las lecturas de hoy son bastante densas. Desde el siervo sufriente, imagen del mismo Cristo, pasando por la bella descripción que hace san Pablo de la entrega de Jesús, hasta el relato de la Pasión, según san Lucas. Conocemos la historia, porque la hemos escuchado muchas veces, pero la vamos a volver a escuchar, porque así se renueva la Pasión de Cristo en cada uno de nosotros.

Jesús es el siervo sufriente. Desde siempre se le ha identificado, porque Él también pasó por todo lo que pasó el siervo. Y muestra coraje hasta el final, sin echarse atrás. Obedeció al Padre, y cumplió su misión por Él. Igual que el siervo del Señor, Jesús ha estado siempre a la escucha del Padre, ha tenido palabras de consuelo y esperanza, ha estado siempre cerca de los pobres y marginados, y ha terminado como el siervo de Isaías.

Es importante recordar que hoy hay también héroes, mártires, que siguen viviendo la experiencia del Siervo del Señor. Y, lo más importante para cada uno de nosotros: todos los creyentes tenemos que mantenernos a la escucha de la Palabra, traducir en hechos lo que hemos escuchado y estar preparados, para cargar con las consecuencias de las decisiones tomadas libremente.

Porque Jesús se entregó libremente por nosotros. En Filipenses, San Pablo, en uno de los pasajes más sorprendentes de la Biblia, describe cómo Jesús abandonó sus privilegios divinos para tomar la condición de siervo, para humillarse, para morir en una cruz. Nosotros no somos divinos, nosotros mismos nos humillamos en muchas cosas, para nosotros la muerte es inevitable. Pero no fue así con Cristo. El Hijo se hizo humano y escogió ser humillado y morir. Para nosotros, al contrario, la humillación y la muerte son parte de nuestra condición desde nuestro nacimiento. Jesús hizo lo que nosotros nunca pudiéramos hacer. Para liberarnos del yugo de la muerte. La humanidad entera terminará uniéndose a Él y, en aquel momento, se habrá cumplido el proyecto de Dios.

Y llegamos al Evangelio. La pasión de Cristo según san Lucas. Lucas, en su evangelio, nunca deja pasar la oportunidad de resaltar la bondad y la misericordia de Jesús. En todos los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) el relato es muy similar: la Santa Cena, la oración en Getsemaní, la condena por los judíos y por Pilato, las varias torturas y humillaciones del Señor, la Crucifixión, y el entierro. Siempre nos podemos preguntar: ¿con qué personaje me identifico? Tal vez con Judas el traidor, o con Pedro el cobarde, con Juan el discípulo fiel, con el buen ladrón, con el Cireneo, con las santas mujeres….

¿De qué se puede hablar hoy en este comentario? Hay muchas cosas, pero podemos centrarnos en algunos aspectos.

El primero, “Haced esto en memoria mía”. Cada vez que celebramos la Eucaristía, cumplimos el mandato del Señor. Es un buen motivo para intentar no caer en la rutina, para prepararnos antes de cada celebración, para leer las lecturas en casa, por ejemplo. Si nos fijamos bien, Jesús no nos pidió muchas cosas, pero ésta es una de ellas.

También, la actitud de aquellos que quieren seguir a Jesús. En plena cena, los Discípulos se ponen a discutir sobre quién es el primero entre ellos. Hay que recordar. Una vez más, que el servicio es también la forma que tenemos de actualizar la memoria de Jesús, que vino al mundo para servir, no para que le sirvieran. Ser importante significa ser servidor. En cualquiera de las muchas funciones que se pueden desempeñar en la Iglesia.

Otra cosa importante es la importancia de la oración. Sin oración, no se puede velar, no se puede estar cerca de Jesús. Y, por supuesto, una oración que sale del corazón, pero que termina siempre con “no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. Como la Virgen María.

Sin oración, no pueden ser vencidas las tentaciones. El demonio se acercó a esa reunión, y mostró laos puntos débiles de cada uno de los Apóstoles. Pudo con Judas, temporalmente con los otros once, pero no pudo con Jesús, porque Él estaba siempre en contacto con su Padre. Aunque le costó sudar sangre. Haber sido tentado le permite a Jesús comprender nuestras debilidades, y haber vencido las tentaciones nos permite a nosotros poder seguir viviendo con esperanza.

En este texto encontramos una negación del uso de la violencia. Este rechazo está presente en todos los evangelistas. Jesús rechaza el uso de la violencia. De un mal surge otro peor. Y en Lucas, el evangelista de la misericordia, hay un detalle que no aparece en los otros evangelistas. Jesús sana inmediatamente al herido. El que se considera discípulo de Jesús, no solamente no pueden atacar a quien le ataca, debe estar dispuesto a remediar el mal que el otro hizo. Debe sanar aun al que continúa haciéndole daño. El cristiano no puede tener enemigos. Puede tener solamente adversarios. A todas las personas hay que amarlas. Las armas las utilizan los que tienen enemigos, no por aquellos cuya única misión es cambiar al adversario en un hermano.

Un detalle para ir terminando. La mirada de Jesús a Pedro, cuando éste le niega, y las palabras de Jesús al “buen ladrón”. Una mirada que comprende, que sabe que Pedro le ama, a pesar de la traición. Lucas quiere decir a todos los cristianos cómo deben comportarse con las debilidades de los demás e incluso con nuestras propias debilidades: no con reproche, sino con la mirada de Jesús. Ojos que invitan a la fe, que dan esperanza. Ojos que saben descubrir, aun cuando hay pecados graves, una manera de amar. Es precisamente esta ‘mirada’ la que nosotros debemos tener.
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En cuanto al buen ladrón, la actitud de Jesús quizá también nos recuerda que nunca es tarde para asumir la propia culpa, reconocer los pecados y arrepentirse. Esto se pude hacer cuando sentimos la presencia de Jesús en nuestra vida, a nuestro lado, incluso – o especialmente – en los peores momentos de nuestra vida. La muerte de Cristo es un momento tan imponente, que hasta los ejecutores no pueden por menos que reconocer que “Era un hombre justo”. Que murió por todos. Hoy en día Jesús sigue muriendo por nosotros y muchos “Cristos” en el mundo siguen sufriendo “su pasión”. Seamos consciente de esta realidad, especialmente durante esta Semana Santa que hoy comenzamos.

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April 06th, 2025

4/6/2025

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra»
Queridos hermanos, paz y bien.

¿Qué hacer cuando todo parece perdido? Porque acaso tenemos el temor o cierta persuasión de que somos la última generación cristiana, que hay que cerrar el negocio y que el último apague la luz. Pero ni la historia del mundo ni la historia de la fe están en vues­tras manos, sino en las manos de Dios. La historia de la salvación no es «pura histo­ria». No es tiempo para el recuerdo y la nostalgia. Vivimos un kairós nuevo: un tiempo nuevo de la fe y de la salvación.

Hay que tener fe. Fe como la del funcionario real que nos presentaba la Liturgia esta semana, que dio media vuelta y, sin preguntas, se fue a casa cuando Jesús le dijo que se había curado su hijo, por ejemplo. Fe en que Dios lo hace todo nuevo. Aunque nos cueste verlo. Nos lo recuerda la primera lectura. Caminos en el desierto, corrientes en el yermo, alivio en tu corazón preocupado. Ojos nuevos para lo que hace Dios aquí y ahora.

¡Qué distintos los pensamientos de Dios a los que nosotros tenemos! ¡Qué distintas nuestras miradas, sobre el mundo o sobre las personas, a las que Dios posee! ¿Por qué será? Igual que la semana pasada, cuando el padre misericordioso acogió a su hijo, a pesar de su comportamiento a todas luces reprochable. Es que la misericordia de Dios es tremenda, paciente, inalcanzable de momento para nosotros. Tiene corazón de Padre, manos que siempre acogen y ojos que sólo miran con amor.
Lo que la primera lectura quiere decirnos es que Dios ha actuado en el pasado, y lo sigue haciendo hoy en día. Sigue manifestando su amor, realizando gestas más sorprendentes que las que vivieron los israelitas en el desierto. Eso sí, es preciso verlas con los ojos de la fe.

La palabra de Pablo es bien clara: jamás tocarás fondo en el misterio cristiano; jamás te hallarás legitimado para decir: he apurado la expe­riencia cristiana y no he apagado mi sed. Tu sed es infinita; pero el agua que Cristo te ofrece es infinitamente infinita (si se puede hablar así). Has llegado a la meta; o, mejor dicho, has sido instalado en ella por gracia de Dios. Pero, por otro lado, la meta sigue siendo meta para ti. Estás en ella (indicativo) y te llama a que te pongas en movimiento hacia ella (imperativo).

Si lo prefieres, podemos decir que se trata de ahondar más en una experiencia inagotable; de crecer más en una marcha ascensional sin término. Estás en una meta sin término. De ahí ha de nacer tu certeza, tu confianza: no estás perdido; sino ganado. Y de ahí ha de nacer tu ímpetu: has de ganar a Dios, has de ganar a Cristo, que se te presentan como realidades siempre antiguas y siempre nuevas, con una antigüedad que no caduca y con una novedad que no envejece.

Las criaturas nuevas deben pasar página. Pablo ahora considera su existencia judía como una etapa felizmente caducada, a pesar de todos los logros que desde cierto punto de vista cupiera ver en ella. Pero ahora, desde el encuentro con Cristo y su larga experiencia cristiana, puede decir: “renuncio una vez más a aquellos logros. Porque no quiero construir mi personalidad sobre mí mismo. La verdad más cierta y sólida de mi vida es la gracia de hallarme incardinado en el acontecimiento pascual de Cristo, en el que ha acontecido y se ha significado para mí el amor de Dios, a quien reconozco y confieso como Padre. En mi historia anterior había algo malsano y negativo en el fondo.”

Nos dice el Evangelio de hoy que todo el pueblo acudía a Jesús. Seguramente habían visto en Él algo diferente, algo de lo que otros maestros de la ley carecían. Con razón afirmaban que el Rabí de Nazaret enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas y fariseos. Y, sin embargo, aquel Nazareno no había realizado estudio alguno. Su sabiduría era distinta, no era humana sino divina. La razón última por la que la gente acudía no era otra que la fe. Esa misma razón es la que ha de movernos a nosotros también a la hora de escuchar a Jesús que, también hoy, nos habla por medio de su Iglesia, según lo que había dicho acerca de que quienes escuchaban a sus apóstoles, a Él le escuchaban. (Por cierto, esa es la gran diferencia entre cualquier sabio o teólogo, por muy listo que sea, y el Papa. El Sumo Pontífice merece nuestro respeto y acatamiento siempre, el científico sólo cuando sus razones nos convenzan y en cuanto que no diga lo contrario de lo que la Iglesia enseña.)

Hoy la escena del Evangelio está descrita casi como el guion de una película. Podemos imaginarnos la tensión del ambiente, el calor, el ruido, los gritos, quizá el llanto de la mujer, que se sabía en una situación poco envidiable, y delante de todos ellos, Jesús. El adulterio de esta mujer es solo una excusa para ponerle una trampa. Colocan a la mujer en el medio, el mal en el centro de atención y frente a esta maldad quieren que se pronuncie. Se confrontan dos formas de hacer justicia, la de los escribas y fariseos y luego la de Jesús. Él conoce la intención de los que le presentan a esa mujer “pecadora”. En esa escena tan cinematográfica, Jesús se inclina y escribe algo en el suelo. Quizá lo hace para que los exaltados se calmen, para que dejen de gritar, y en el silencio, puedan ver las cosas como Él las ve.

Como la multitud sigue insistiendo, Jesús los mira y pronuncia esa frase que ha trascendido las fronteras de los creyentes: “El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra”. Qué gran enseñanza para los que allí estaban – que se fueron marchando, empezando por los más ancianos, tenían mala intención, pero también conciencia, por lo visto – y para todos nosotros, a los que no nos cuesta mucho convertirnos en jueces de los demás. Se nos olvida aquello de “no juzguéis y no seréis juzgados” y “con la medida que midáis a los demás, seréis vosotros medidos”. Es más fácil ser acusadores que defensores, y ver las circunstancias agravantes más que las atenuantes.

Probemos a cambiar el punto de vista, a ser benévolos a la hora de juzgar. O casi mejor, dejemos que sea Dios quien emita su juicio justo, y seamos siempre misericordiosos, para que el Señor lo sea con nosotros, que buena falta nos hace. Que nosotros, como cristianos, busquemos siempre lo que Jesús ofreció a esta mujer, su compasión y comprensión. Qué bien nos vendría una reflexión al hilo de este tiempo cuaresmal: ¿Cómo nos posicionamos frente a los defectos de los demás, cómo jueces o como personas que saben comprender y arrimar el hombro?

La frase de Jesús cuando todos se fueron – yo tampoco te condeno – suena tan fuerte que, en muchos evangelios, sobre todo en los primeros siglos del Cristianismo, omitían esa página. Jesús no aprueba el mal que se ha hecho, no justifica el pecado; el adulterio es un pecado grave, hace mucho daño a los que lo cometen y puede tener consecuencias dramáticas, puede romper familias con efectos que luego repercuten en los hijos y en los hijos de los hijos. Su moral sexual es muy exigente, lo sabemos. Pero Jesús también nos dice que no hay que condenar a las personas cuando se desvían y cometen errores, sino ayudarlas a recuperarse en la vida. Esto es hacer justicia, no ajusticiar.
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Hoy es ocasión de preguntarnos en qué podemos mejorar alguna situación en mi vida personal, en las relaciones paterno-filiales y conyugales, laborales y económicas, políticas y sociales. Siempre se puede intentar algo. Estamos empezando la última semana de Cuaresma, enfilando ya la recta final hacia la Pascua. Aprovechemos esta oportunidad de conversión y vivamos la experiencia del amor y misericordia de Dios en el sacramento de la penitencia, si aún no lo hemos hecho. Él nos ofrece un perdón ilimitado. Mucho podría cambiar en la convivencia humana si cada uno aportara un poquito de amor, alegría y esperanza. Como hace Dios en nosotros.

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Comentario al Evangelio del Domingo 30 de Marzo de 2025

3/30/2025

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Alejandro, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.
He tenido la suerte de poder muchas veces el cuadro de Rembrandt, Está realizado en óleo sobre tela, y fue pintado hacia el año 1662. Mide 262 centímetros de alto y 205 centímetros de ancho. Se encuentra en el Museo Hermitage, en la bella ciudad de San Petersburgo. Si alguien tiene tiempo y ganas, puede leer el hermoso libro de Henri J. M. Nouwen, “El regreso del hijo pródigo: Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt”, que narra la experiencia de dicho autor al ver ese cuadro y analiza los diversos personajes que allí aparecen. Puede ser una buena forma de profundizar en el mensaje de esta parábola. Una excelente lectura para el tiempo de Cuaresma.


En todo caso, las lecturas de hoy siguen dándonos orientaciones para nuestra vida diaria. Es, además, el cuarto domingo, el domingo “laetare”, “alégrate”. La antífona de entrada del Misal Romano dice: Alégrate, Jerusalén, reuníos todos los que la amáis, regocijaos los que estuvisteis tristes para que exultéis; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos. (Cf. Is 66, 10-11). Como en el tercer domingo de Adviento (Gaudete), las lecturas nos invitan a vivir con alegría. A pesar de todo.


Alegría, sin duda, sintieron los peregrinos después de cuarenta años por el desierto, al llegar a la tierra prometida. Después de tan largo peregrinar, son finalmente libres, y están a punto de conseguir la propiedad de una tierra verdaderamente fértil. Se acabó el maná y empieza el tiempo del pastoreo y de la agricultura. Por eso los israelitas celebran nuevamente la Pascua, como hicieron sus padres cuando salieron de Egipto. Dan gracias porque el Señor ha cumplido sus promesas. A pesar de sus infidelidades, de sus dudas, Él los liberó, como había dicho. Esa palabra nos afecta a nosotros también, porque Dios es fiel, siempre cumple sus promesas. Hasta que nos encontremos con Él, tenemos el Pan Eucarístico, que cesará cuando se participemos en la Fiesta y el Banquete eternos.


Es la esperanza de las criaturas nuevas, de las que se han encontrado con Cristo, y se han dejado reconciliar por Dios. Es la llamada del apóstol Pablo. El pecado es una ruptura, un estado de enemistad, una divergencia de opiniones e intenciones entre el hombre y Dios. Esta oposición se ha superado, ha sido restablecida la armonía, no por el arrepentimiento y la buena voluntad humana sino por una intervención gratuita de Dios por la que se ha reconciliado en Cristo con el mundo “sin tener en cuenta los pecados de los hombres”. Ha hecho borrón y cuenta nueva, condonando nuestras deudas. Solo él podía hacerlo, a través de su propio Hijo, Dios y hombre a la vez.


Para que esto suceda, hay que aceptar la reconciliación que Dios siempre ofrece. Pablo nos recuerda que no podemos reconciliarnos con Dios sin escuchar a sus mediaciones, a sus “ángeles”, que transmiten ese mensaje de perdón. No es posible reconciliarse con Dios sin ponerse de acuerdo con su Apóstol, sin aceptar el mensaje que anuncia. La reconciliación con Dios no se logra sólo a través de ritos de purificación y prácticas ascéticas, sino sobre todo por la adhesión a la palabra que se transmite por aquellos que actúan como embajadores de Dios. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para esta escucha y es también el momento de la verdad, pues es muy fácil rechazar, incluso de buena fe, a los que, como Pablo, son enviados a anunciar la Palabra del Señor.


En el capítulo precedente del Evangelio Jesús está comiendo con uno de los principales fariseos. Ahora ha cambiado totalmente de compañía: se encuentra entre publicanos y pecadores; es más, parece que ha sido el mismo Jesús quien los ha invitado a su casa. Es un hecho escandaloso que provoca la indignación de los justos, quienes inmediatamente sacan la conclusión: con amigos semejantes, este hombre no puede ser justo, no puede venir de Dios. Para justificar su comportamiento Jesús cuenta la parábola.


Y toda la atención normalmente se centra en el hermano que se fue. Sobre él se pueden formular muchas preguntas. La primera es: ¿se arrepintió? Después de todo, el catalizador no fue el sentimiento de culpa por haber ofendido a su padre, sino el hambre. Y esto es muy humano, sabemos muy bien el poder de nuestra voluntad. Hasta que no llegamos al límite no cambiamos. Es la experiencia de muchos alcohólicos, que solamente al tocar fondo son capaces de reaccionar e intentar cambiar algo en su vida. Sólo cuando el hermano menor empezó a tener mucha hambre, le vino a la mente la idea de regresar. No esperaba recuperar su estatus; no soñaba con restaurar la familia. Todo lo que quería era un trabajo remunerado y dejar de pasar hambre.


Tenía conciencia de haber actuado mal, sabía que su conducta había sido muy dudosa, y al mismo tiempo sentía que tales cosas no se perdonan. Al exigir la herencia, declaró que su padre estaba muerto para él. Sólo después de la muerte del donante se puede heredar. Esta puede ser la imagen de un hombre que era creyente, pero su amistad con Dios era menos valiosa para él que sus propios placeres. Pero satisfacer nuestros deseos egoístas, lo sabemos bien. nos lleva a la bancarrota, y el hijo menor lo demostró.


Incluso ese deseo imperfecto de regresar es apreciado por el Padre. Por eso algunos hablan mejor de la parábola del Padre misericordioso. Al hijo que se fue todo le es devuelto: el anillo, que simboliza el estatus de miembro de pleno derecho de la familia en Roma. Y se le declara vivo. E hijo. Dios no quiere esclavos, quiere amigos, seres libres. No es un señor despótico, es un ser cercano, que no tiene en cuenta lo hecho por el hijo, sino que corre a su encuentro y le abraza y manda vestirle como a un señor, no como a un jornalero. Resulta que no fue el padre quien murió, sino el hijo que estaba muerto por dentro, y el regreso lo revivió.


Es en la segunda parte de la historia donde se encuentra el mensaje principal. En ella entra en escena el hermano mayor que representa claramente a los fariseos, los que respetan a rajatabla los mandamientos y los preceptos de la Ley. Llega la noticia al hermano mayor, que nunca fue a ningún sitio. Y semejante acogida al que se había desviado le causa un profundo dolor. A juzgar por la situación, ambos hermanos abandonaron el hogar: uno se fue lejos y el otro, estando cerca, no se sentía en casa. Es similar a aquellos que están formalmente en la Iglesia, pero no sienten el valor de la conexión con el Padre. Dejó de valorar el amor del padre en el que vivía. Jesús cuenta esta parábola a los escribas y fariseos, diciendo que el arrepentimiento es un proceso interno. Cumplir instrucciones externas es sólo la etapa inicial. La parábola dice que el arrepentimiento es necesario para todos, e incluso el intento de restaurar las relaciones es bien valorado por el Padre.
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Necesitamos a la Iglesia que sale al encuentro del menor gesto de búsqueda, del menor intento de cambio, del menor deseo de hogar. Y es que el niño que todos llevamos dentro puede nacer de nuevo, aunque seamos viejos. En nuestra meditación personal de hoy, podemos reflexionar sobre cómo estamos respondiendo a este amor y misericordia de Dios en nuestras vidas. ¿Estamos dispuestos a dejar atrás nuestro pasado y seguir adelante con fe y confianza en Dios? En este tiempo de Cuaresma, podemos experimentar la alegría y la paz que provienen de vivir en comunión con nuestro Padre celestial, “gustad y ved qué bueno es el Señor”. Señor, que no me sienta inclinado a apegarme a otras posesiones que no sean tu amor y tu voluntad. Amen.
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Reflexión del Evangelio

3/22/2025

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Fray Francisco Mª. García O.P.
Casa de Ntra. Sra. de Montesclaros
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​El Evangelista San Lucas, conductor este año del ciclo C, tal sea el buscador y narrador de las parábolas con las que Jesús ofrecía un instrumento práctico para llegar hasta la conciencia a la hora de la conversión. La parábola del hijo pródigo es una de las más admiradas y fuente de mucha inspiración, pero no nos toca ahora meditarla. San Lucas nos ofrece hoy la parábola de la higuera. Quería Jesús abrir la mente cerrada de aquellos que le escuchaban, pero no llegaban a ninguna consecuencia rompiendo actitudes de pensamiento y acción en consonancia con el Reino de los cielos.

El texto hace alusión a lo de los galileos cuya sangre Pilato la había mezclado con la de los sacrificios y se la ofrecían a los muertos aplastados por la Torre de Siloé. A Jesús le contaron la creencia de que lo que les sucedió fue por castigo de Dios. Jesús quiere que se descubra el amor misericordioso de Dios cuando hay un espíritu de conversión; los "sufrientes" no son mejores que los que en aquel momento le cuestionaban. Es entonces cuando les ofrece la parábola, con una advertencia: si ustedes no se arrepienten perecerán de manera semejante.


Alguien tenía una higuera en el campo; llevaba varios años sin producir. Piensa que lo mejor será hacerla desaparecer, para evitar estorbos, es una planta estéril. Sin embargo el viñador tiene cariño a la planta y ofrece todo para salvarla: "Cavaré alrededor, le echaré estiércol... "


Es aquí donde cabe pensar la estima del viñador por la planta, que queda invitada a dar fruto... Si no, queda a su suerte...
​


Con este relato Jesús quiere que aquellos que le escuchan reaccionen ante el proyecto misericordioso de Dios. Se nos invita a clarificar nuestra fidelidad a la iniciativa divina... ¿Para qué la acción misericordiosa proyectándose sobre los valores de lo humano? ¿para qué una Iglesia sin vida cristiana, sin valor y con miedo a que nos caigan "las torres encima", con tantos temores pero sin sacudir las causas...? Higueras secas, sin frutos...


Arrepintámonos a tiempo, demos gracias a Dios por su misericordia, decidamos cambios oportunos que den a nuestras vidas el sentido propio de hijos de Dios...


Jesucristo, Hijo de Dios, enviado en principio para humanizar las distintas épocas e iluminar una conversión ascendente. Suena fuerte lo de conversión, pero en realidad a lo que se nos invita es a ser abiertos y despiertos, como la higuera: dar frutos exquisitos... El ser humano está creado a imagen y semejanza de Dios, que es amor...
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Comentario al Evangelio de hoy

3/16/2025

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
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​Queridos hermanos, paz y bien.

Después del desierto y (la victoria sobre) las tentaciones, la montaña y la Transfiguración. Como cada año, la Liturgia nos va colocando en clave de Pascua, para que aprovechemos este tiempo de Cuaresma.
Si del Evangelio del domingo pasado (el de las tentacio­nes de Jesús) podemos decir que sabía a Pascua, también lo podemos decir del Evangelio de hoy. Aquel sabía a Pascua porque en él Jesús afronta un difícil combate; pero también aparece victorioso. Así se anticipaban el último combate y la victoria definitiva del Señor que es la Pascua. Hoy, de nuevo, nos hallamos ante otro episodio singular, y con el mismo sabor a Pascua.

Hoy no es el diablo el que habla con Jesús. Son dos personajes muy significativos del Antiguo Testamento: Moisés (del que no se conocía el lugar de su enterramiento) y Elías (que fue arrebatado por los aires en un carro de fuego), que hablan con Él sobre su muerte. Dos personajes con un final misterioso. Y Jesús está vestido de blanco, el color de la victoria. Los dos hablan con Jesús, insinuando que es un profeta mayor que ellos, y que su fin será incluso superior al de los dos. Por eso sabe a Pascua este interesante relato.

Es necesario pasar por la prueba, para llegar al final del camino. Es necesario decir “sí” a Dios, para que sepamos qué quiere de verdad de nosotros, Es la experiencia de Abrán, que para convertirse en Abrahán tiene que estar dispuesto a sacrificar a su hijo primogénito. Hoy Dios le hace varias interpelaciones. A cada intervención del Señor responde con un «Amén» total, asintiendo plenamente: toda su vida está anclada en la roca firme de la Palabra del Señor. Dios acoge como sacrificio perfecto esta fe obediente: y "se lo contó en su haber ".

Es interesante contemplar cómo solo Dios cumple el rito de la alianza. Abrahán no pasa entre las carnes de los animales. La promesa de Dios es absolutamente incondicional; no pide nada a cambio. Sabe que no puede pedir nada porque los hijos del patriarca serán frecuentemente infieles e incrédulos. Pero mucho. Durante el Éxodo llegarán incluso a pensar que el Señor los condujo al desierto para hacerlos desaparecer. Las promesas de Dios al hombre son siempre gratuitas. Los profetas presentan a Dios siempre y en toda circunstancia como el esposo fiel, aunque la esposa lo traicione (cf. Is 54,5-10). El Amor de Dios no se rinde ante ninguna traición.

Pero siempre hay “enemigos de la cruz de Cristo”. Personas que no quieren o no pueden aceptar ese amor incondicional. Prefieren seguir apegados a la observancia de las normas, para vivir más seguros. A ellos se refiere el apóstol Pablo en la segunda lectura. Reducen la fe al cumplimiento de normas como la circuncisión, la prohibición de comer ciertos alimentos, los ayunos exagerados… En realidad, todas esas conductas se refieren al vientre.

Según estos criterios, para ser “amigo de la cruz de Cristo” habría que sufrir, hacer sacrificios, mortificarse… Mortificarse es, de alguna manera, morir, y nosotros generalmente no queremos morir, sino vivir. Eso sí, entendiendo bien lo que es la vida de verdad, una vida en libertad, con Cristo y en Cristo. Porque los amigos de la cruz de Cristo debemos renunciar a lo que no es vida. Para eso, debemos dejarnos transformar por el Señor, nuestro Salvador. Porque somos ciudadanos del Cielo, y nos espera la transformación de nuestro cuerpo mortal, según el modelo del cuerpo glorioso del Resucitado. En este mundo estamos de paso, somos nómadas, como Abraham.

Y llegamos a la experiencia de los discípulos en el monte Tabor. De aquellos que acompañan a Jesús a la montaña, para orar. Es interesante detenerse en esta experiencia de los apóstoles. Pasan por diversas fases; casi se quedan dormidos, quedan deslumbrados por la luz del encuentro de Cristo con Moisés y Elías… Es posible que nosotros pasemos por esas fases, también. Su sopor puede ser nuestro sopor, y su deslumbramiento nuestra iluminación. Nosotros podemos subir con Jesús al monte, y ese monte se llama oración. 

El sopor de Abrahán y el sopor de los Apóstoles son el preludio del descubrimiento de algo grande, la certeza de que el Señor va a hacer cosas extraordinarias en sus vidas. Dios se va abriendo, se revela de manera progresiva, porque las cosas de Dios nos son fáciles de entender. Los mismos Apóstoles no entendieron hasta después de la Resurrección quién era Cristo. Quizá intuyeron que estaban ante un personaje singular, incluso extraordinario, pero, en ningún caso, ante el mismísimo Dios. Pero cada explicación, cada encuentro, cada milagro iba dejando sitio en su alma, iba preparando el espíritu para el futuro. Y eso es lo que debe hacer en cada uno de nosotros este tiempo de Cuaresma.

No resulta sencillo adentrarse en el sentido de la Cuaresma viviendo en un mundo que se preocupa, en general, solamente de vivir sin problemas. Muchos sólo quieren gozar de la vida. Está claro que el gozo, la alegría no se contraponen con nuestra vida de cristianos. No se trata de vivir en la tristeza perpetua. Pero hay formas de gozar que no son compatibles con nuestra vida de cristianos. Es importante tener los ojos del alma bien abiertos, para ver las iluminaciones que el Señor nos envía. Saber distinguir lo que nos hace bien y lo que nos perjudica. Dejarse empapar por el paso de Dios por nuestra vida, como hicieron los Apóstoles.

Hay que ser humilde, asumir que no podemos llegar solos a los objetivos que nos marca el Maestro, pero siempre con fe, sabiendo que nos dará señales y fuerzas para que podamos andar por el camino recto y seguro. Existe la tentación de hacer tres tiendas, como quería Pedro, pero hay que bajar del monte y seguir caminando. Siempre con fe y esperanza. Fe y esperanza, especialmente en este año jubilar, en el que se nos invita a ser “peregrinos de la esperanza”, aprovechando esta Cuaresma. Porque tras ella llega la Pascua, y en la Resurrección de Cristo debe estar fijada nuestra mirada. Sabemos lo que nos espera, y es algo bueno, muy bueno.

Por eso los discípulos de hoy nos reunimos cada domingo, para celebrar la Eucaristía, anticipo de la Pascua eterna. Subimos al monte y en el monte vemos el rostro del Señor transfigurado, el que se hizo pan para alimentarnos, que entregó toda su vida; y tiene esta propuesta que nos hace: ‘Une tu vida a la mía’. Es la voz del cielo que nos dice: “Si queréis asegurar vuestra, si queréis realmente ser hijos del Padre del cielo, escuchadlo”. Los Discípulos, al bajar del monte, guardaron silencio. Nosotros hoy, saliendo de nuestra parroquia podemos, por el contrario, anunciar a todos lo que la fe nos ha hecho comprender: quien da la vida por amor entra en la gloria de Dios.

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Comentario al Evangelio del Domingo 9 de Marzo de 2025

3/9/2025

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Por: Alejandro, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.
Quienes encuentran virus en su ordenador, saben muy bien lo que significa formatear el disco duro para borrarlos, instalar de nuevo el sistema operativo, los programas y descargar de nuevo los archivos. Algo parecido queremos hacer en Cuaresma quienes reconocemos que el sistema operativo de nuestro Bautismo se ve amenazado por virus interiores y exteriores. La Cuaresma es para recorrer de nuevo el camino de nuestro Bautismo. La instalación, la reiniciación nos llevará todo este tiempo de cuarenta días.

Es muy importante hacerlo bien. Está en juego la Alianza de Dios con nosotros y de nosotros con Dios. Vamos de Pascua en Pascua, de Pascua a Pascua. Si nos habitara esta certeza y la Pascua fuera para nosotros una atmósfera que envolviera y penetrara nuestro vivir, no necesitaríamos nada más. Tendríamos el mejor antivirus. Sabríamos de dónde venimos, a dónde vamos, cómo habérnoslas con lo que nos pasa, cómo sobreponernos con cara de Pascua a los hechos duros de la vida que se nos imponen.

Todos los años, en la primera semana de Cuaresma, la liturgia quiere que reflexionemos sobre las tentaciones de Jesús. Presenta la manera como el Maestro las ha afrontado para que también nosotros las podamos reconocer y superar.

Una de las armas que está siempre a mano es la Palabra. La Escritura dice: “la Palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón”. Se refiera a la palabra de fe que os anunciamos. San Pablo les dice a los primeros cristianos de Roma que Jesús es el único Señor, tanto para los judíos como para los griegos. En la sinagoga judía sólo podían entrar los judíos, pero, a partir de la muerte y resurrección de Cristo, ya no hay distinción entre judíos y griegos, porque Jesucristo es el único Salvador del mundo. Esta universalidad de la fe cristiana que predicaba Pablo es algo que debemos predicar también hoy nosotros, los cristianos del siglo XXI. Nadie está excluido de la salvación, porque Cristo vivió, murió y resucitó para salvarnos a todos. Por eso nuestra Iglesia es una Iglesia católica, es decir, universal. La tentación del exclusivismo político y religioso pudo ser una tentación judía, pero nunca debe ser una tentación cristiana. La Pascua de Cristo lo cambió todo.

El evangelio de hoy sabe todo él a Pascua. Como en los días finales, Jesús conoce en su propia carne la prueba, la lucha, la fatiga. Pero conoce también la victoria. A primera vista, aparece a merced de otros poderes: el Espíritu lo va llevando por el desierto. Y el diablo lo trae y lo lleva a lo alto, o al alero del templo. Si leemos más despacio la historia descubrire­mos más elementos que acaso nos permitan comprenderla mejor. La escena nos parece extraña. Pero en ella no se hace otra cosa que esceni­ficar un combate que, cualquiera que sea el marco o contexto definido por las circunstancias exteriores, en definitiva, se produce en el interior de Jesús y se produce en el inte­rior de nosotros mismos.

La vida del Señor no fue un tranquilo paseo de tarde de domingo. Antes de la serena tarde del Domingo está la noche del Jueves y la mañana y la tarde del Viernes, cuando lo llevan del Sanedrín a Pilatos, y de Pilatos a Herodes y de Herodes a Pilatos, y finalmente de Pilatos a un monte pequeño desde donde se divisa Jerusalén y el alero del templo. El escenario exterior es distinto, pero la prueba interior es la misma. Estas tentaciones son el modelo de cualquier otra tentación. Por ese motivo, el diablo se retira, completadas todas las tentaciones, “hasta el momento oportuno”. Ese momento será la horas de la pasión, de las tinieblas, la hora de la prueba decisiva, la de la muerte en la cruz.

¿Qué descubrimos en estas escenas y estas pruebas? Jesús se ve traído y llevado por dos espíritus. El Espíritu Santo y el espíritu malo. Pero no es simplemente una cáscara de nuez sacudida por vientos contrarios. En él hay un timón: el timón de su libre voluntad. Y aún hay más: Jesús dispone de un mapa o guía de ese albedrío: la Palabra de Dios, que es el alimento de un Hijo de Dios, su estrella polar, la que le señala las direcciones prohibidas y los tramos peligrosos, la que le marca el verdadero, aunque difícil, rumbo. Le vemos optar entre los dos espíritus; le vemos hacer sus cuentas con el malo, porque en la vida tenemos que hacer nuestras cuentas con el malo.
Oye voces que tiran de él en una dirección: dile a esta piedra que se convierta en pan; tírate de aquí abajo, déjate servir.

1ª tentación: No sólo de pan vive el hombre. «No vayas a buscar pan. Crúzate de brazos, y convierte las piedras en panes». Porque son piedras lo que pretende que te comas. Son piedras (o manzanas con gusanos) lo que te empeñas en comerte. Y sabes muy bien que las piedras no alimentan. Pero se te van los ojos detrás de todo lo que ves, y te empeñas en coleccionar ropas y caprichos, como si así fueras más que otros, como si así pudieras tapar tu vacío interior. Y te alimentas con largas horas de televisión, para no tener tiempo de pensar, y de orar, y de escuchar a otros, y hacerte preguntas, y ocuparte en algo que merezca la pena. Y te enchufas todo tipo de ruidos en los cascos para no darte cuenta de que muchos te necesitan, para no oír el sufrimiento de los hombres, para seguir en tu oasis, que no es más que un simple espejismo. Y te tragas tus problemas sin querer resolverlos. Y te empachas de vulgaridad y sensaciones.

Pues Jesús, que también sabe de esto, viene a darte un aviso, a desenmascarar al Tentador, y te dice: – Haz un hueco en tu vida a la Palabra, mastica la Palabra, vive la Palabra, cambia de vida y ábrete mucho más a Dios. Yo busqué mi pan, no tenté a Dios, y tuve pan en abundancia. Yo mismo aprendí a convertirme en Pan.

2ª tentación: Servicio. El que quiera ser el primero de todos sea el servidor de todos. ¡Qué bien te conoce el diablo! Te complicas la vida, te marchas por caminos que no te llevan a ningún sitio; te dejas llevar por tus impulsos, por tus sentimientos, por lo más fácil… Y luego tiene que venir Dios a sacarte de tus líos. Vive diciéndole a Dios que se ponga a tu servicio y que haga caso a tus antojos… Vive pidiendo que tu vida sea un puro capricho y que Dios bendiga tu comodidad. Pide cosas para ti, que tú eres el importante. Si los demás tienen problemas: ¡asunto suyo! Que tu oración empiece por «yo» y siga con el «para mí», y no se te ocurra dejar la menor ocasión para que sea Dios quien te pida algo. Vive recurriendo a Él en cada pequeño bache y pídele un milagro para que te demuestre quién es. Que Él te lo resuelva todo, y tú: ni proyectos de vida, ni sacrificios ni renuncias: ¡Vive el presente!

Pero Jesús, de nuevo, viene a desenmascarar: «No pondrás a prueba al Señor tu Dios». Él no está a tu servicio. Él no está para resolver tus problemas. ¿Aprenderás, como yo, a decirle: «Hágase tu voluntad»? ¿Te atreverás a decirle: «Aquí estoy, envíame»? ¿Le meterás de una vez en tu vida? ¿O prefieres seguir haciendo caso al diablo?

3ª tentación: ¿Para qué sirve ser hijo de Dios? Para estar fuera de peligro. Es una gran tentación. Por ser hijo de Dios, creerse con derecho a estar por encima de los límites de nuestra condición humana. Gozar de inmunidad; ser un supermán; ser invulnerable; vivir rodeado de garantías y sin riesgos. Tirarse desde el alero del templo. O tirarse desde el alero de la cruz, con las heridas restañadas, asistido por una legión de ángeles que le impidan tropezar cuando carga con la cruz. Estar por encima del dolor y de la impoten­cia.
​

Pero la réplica de Jesús es neta: ser hijo de Dios no significa contar con eso, contar con Dios para eso, para estar aquí y ahora por encima de los límites de lo humano. Y eso supone renunciar a todo signo espectacular. Los signos del Reino de Dios, del verdadero mesia­nismo, son la cercanía a los marginados, aquellas curaciones algo artesanales de los enfermos, el servicio a la vida de la gente maltratada por la vida, enderezar la esperanza. Así mostró un rostro de Dios desconocida­mente bueno. Jesús apostó por los medios sencillos y pobres para hacer presen­te y mostrar ese rostro de Dios desconoci­damente bueno. La vitalidad de una Iglesia y el grado de su seguimiento del Señor no se miden por la riqueza de sus medios ni por sus triunfos terrestres. Se mide por la fidelidad.
Empieza la Cuaresma. Recibes unas invitaciones. A ser un servidor, no un aprovechado; a que venza la generosidad sobre el interés. A no doblegarte, a luchar por ser fiel a los valores superiores, más exigentes, pero más humanizadores. A la profundidad frente al espectáculo: una invitación al encuentro cotidia­no con Jesús. De cada uno depende aprovecharla o no.
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Amad a vuestros enemigos.

2/23/2025

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
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Queridos hermanos, paz y bien.

El mensaje del Evangelio de hoy es de esos que, quizá, no precisaría de muchos comentarios. Bastaría con leerlo tranquilamente, para que entendiéramos lo que Jesús nos quería decir. Lo que no significa que estemos siempre de acuerdo, o que sea fácil de cumplir. Por eso es bueno meditar un poco sobre ese Evangelio y sobre las demás lecturas.

Es que algunas veces parece que Jesús exagera con sus propuestas-peticiones. Parece que nos pide imposibles. No tenemos muchas ganas de ir por el mundo recibiendo bofetadas, y poniendo además la otra mejilla. Y no nos apetece andar comprando abrigos cada dos por tres, que sale muy caro ir regalando el que llevamos puesto. El caso es que no es para tomárselo a broma, por eso quizá tengamos la tentación de censurar o, directamente, saltarnos esta página, cuando leemos el Evangelio. Porque con los Diez Mandamientos nos basta y nos sobra. Son más razonables, por decirlo así.

Pero, a la hora de la verdad, este texto está en los Evangelios porque se consideró útil para la vida de los creyentes de todos los tiempos. Para andar por el mundo los Diez Mandamientos no son suficientes, sobre todo si los vivimos de forma algo superficial. Ciertamente, en nuestro camino nos podemos encontrar con gente que nos insulte, que nos maldiga, que nos injurie, que no devuelva lo que le prestamos, incluso que nos odie. ¿Qué hacer en esos casos, para responder evangélicamente? ¿Dejarnos llevar por el espíritu del mundo – y tú más – o por el espíritu del Evangelio? El instinto natural lleva al discípulo a reaccionar, a pagar con la misma moneda, a responder a la violencia con la violencia, al mal con otro mal y con venganza. Esta página evangélica se conservó para que los discípulos del tiempo de Jesús, y de todos los tiempos, supiéramos cómo reaccionar.

Ya en la primera lectura aparece el conflicto entre la lógica humana y la lógica de Dios. Abisay, fiel escudero de David, quiere vengar a su señor, matando al que quiere matarlos. David, por el contrario, sin ser un santo (que tenía lo suyo también) toma la decisión “evangélica”. Perdona a su perseguidor, porque entiende que Saúl es el ungido de Dios y, a pesar de todo, debe respetarlo. La elección del perdón hecha por David ya es un paso significativo hacia el amor del enemigo que predicará años después el Maestro.

Para reflexionar sobre este texto de Lucas, tenemos que recordar unas palabras del domingo pasado: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” No sólo en la teoría, sino en el día a día.

O podemos también recordar la historia de muchos mártires, jóvenes o mayores, capaces de morir por aquello en lo que creían. Como los Beatos Mártires Claretianos de la Guerra Civil española del año 1936, por ejemplo. Con su testimonio les decían a sus asesinos que “nos podéis quitar la vida, pero es a Otro a quien hemos hecho entrega de nuestra voluntad. Nuestra concien­cia no está a merced de vuestras promesas o de vuestras amena­zas”. Los mártires no pasaron de puntillas por esta página del Evangelio. Y morir por Cristo es vivir con la radicalidad propia de una situación de vida o muerte el primer mandamiento: «amarás a Dios sobre todas las cosas». Lo amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, o sea, con tu vida misma. Y perdonando a los que te asesinan.

Todo esto no tiene lugar automáticamente. Nos recuerda san Pablo que “no es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.” Hay que recorrer un camino, que sólo se puede andar junto a y con la ayuda de Jesús. Sólo un corazón profundamente reconciliado (y esto es obra de Dios) puede aceptar esta iluminación del Espíritu, para reac­cionar de forma pacífica ante una agresión, dominando los impulsos, en el terreno del bien y evitando responder al mal con el mal.

Los ejemplos que encontramos en este Evangelio no siempre hay que tomárselos al pie de la letra. Por supuesto que podemos responder, en defensa propia, si nos atacan a nosotros o a los nuestros. No hablamos de eso. Lo que Jesús quiere es que sus discípulos se dejen mover por su Espíritu, por el Espíritu de Dios, que sean testigos del amor incondicional de Dios. Y para que se entienda bien, nos da los ejemplos de la bofetada, de la capa, del pedigüeño. Se trata de ser generosos, como lo es Dios con nosotros. Romper el círculo vicioso del “ojo por ojo y diente por diente” y no rehuir al que nos tiende la mano, pidiendo ayuda.

Podríamos decir que este relato es un “manual de emergencia para tiempos de crisis y para tiempos corrientes”. Es una forma de responder cristianamente a los golpes del día a día; no dejar que las debilidades o las malas jugadas de los otros nos agrien el humor; que no se nos caliente la cabeza (y la sangre) por lo que digan de nosotros, incluso si no es verdad. Esta sabiduría y este valor para vencer al mal a fuerza de bien son don del Resucitado.
​

¿Por qué? ¿Por qué hemos de comportarnos así? ¿Por qué dirige Jesús esta invitación a los discípulos? Porque eres hijo de Dios, y Dios es así, Dios se comporta así. Hace que salga el sol para buenos y malos, que llueva sobre los campos de los justos y sobre los de los pecadores. La pregunta de hoy es, entonces: ¿quieres ser rostro de Dios en medio de la gente? Hacen falta en nuestra sociedad esos rostros de Dios. Vive la gratuidad, vive la respuesta paradójica. ¿Por qué? Porque eres discípulo de Jesús. Y ya sabes cómo se condujo Jesús: toda su vida estuvo presidida por la gratuidad. Y la suya fue una respuesta paradójica. Conscientes de que nuestra forma de pensar sobre todas estas cosas necesita ser corregida y conscientes también de nuestra debilidad, nos dispo­nemos a confesar la fe (en este clima de paz litúrgica) y a orar.

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Comentario al Evangelio del Domingo 29 de Diciembre de 2024

12/29/2024

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
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Queridos hermanos, paz y bien.

La Liturgia de hoy nos invita a recordar que somos familia. La celebración nos sitúa en clave familiar. Es el día de la familia. Estamos todos invitados a renovar nuestro compromiso familiar, por un lado, y a reconocernos familia dentro de la Iglesia, de la comunidad cristiana, por otro. Somos familia, somos padres, somos hijos, somos hermanos, y la Palabra de Dios nos invita a vivir con intensidad todos los días, y no sólo en Navidad.

En la primera lectura encontramos la base de la relación familiar en el respeto a los padres. Sabemos que es un mandamiento del Decálogo, “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Los israelitas empiezan a vivirlo así. Es su forma de expresar como va integrando la experiencia humana de la vida, y en este caso de la familia, desde su relación con Dios. No es mal recordatorio, en estos tiempos en que la familia parece estar “de capa caída”, con muchos problemas y cuando parece que no hay tiempo para ocuparnos de los mayores, en la mayoría de los casos.

Esta familia de sangre, San Pablo la prolonga en la comunidad cristiana. La Iglesia también es una familia. El fundamento lo pone Pablo en esa relación familiar de los cristianos con nuestro padre Dios, que nos hizo a todos hermanos en su Hijo Jesús. Para nosotros la palabra “hermano” adquiere un significado especial y profundo, porque nos hace familia. Nuestra mirada como familia se dirige a Jesús. Él es nuestro modelo y nuestro referente. Por eso San Pablo da recomendaciones a todos los miembros de la familia, padres e hijos, desde el respeto, la obediencia, la libertad, y fundamentalmente, desde el amor.

Y lo mismo nos sirve para la comunidad parroquial. En la comunidad hace falta sobrellevarse mutuamente, perdonarse, y que sea el amor el que nos una. En la comunidad ha de estar la palabra de Dios, para iluminar las situaciones que se van viviendo. En la comunidad hace falta alegría, canto, acción de gracias, gozo. Y todo esto lo aportamos los miembros de la comunidad. Cada uno de nosotros hace la comunidad y cada uno se enriquece de lo que los demás aportan.

Sin quererlo, la noche y el día de Navidad la mirada se había concentra­do por completo en el niño. Pero ya entonces se nos recordaba cómo hay otras figuras en el «misterio», en el belén; se nos recordaba que había otras dos figuras en la realidad: María y José, los padres del niño. Hoy, pues, se nos invita a que ensanchemos algo más nuestra mirada, para que quepan esas otras dos figuras y veamos al niño formando parte de ese grupo más amplio de la Sagrada Familia, en la que tanto al padre como a la madre les corresponden unas funciones especiales para poder sacar adelante a esa criatura, para ayu­dar a crecer a esa brizna de humanidad que es el niño Jesús.

Por eso, si nos preguntamos por lo que puede ayudar a que la vida de familia no se deteriore, sino que se mantenga sana y mejore, podemos recoger estos tres mensajes.

Pri­mero, una llamada al respeto, en especial a los mayores cuyas facultades están sensible­mente mermadas. Hemos de cultivarlo a pesar de: a pesar de las rarezas y de las manías que puedan tener, a pesar de los defectos más o menos acusados que tengan. Aprendamos a ver en ellos al mismo Mesías, a pesar de las limitaciones y defectos que tenían. No hagamos daño al Mesías que está presente, aunque encubierto, en los mayores o en los más débi­les. Y añadamos el respeto a la pie­dad.

Segundo: cultivemos en las relaciones mutuas los sentimientos positivos y las actitudes positi­vas. La vida familiar ha de ser una escuela de los afec­tos. Procuremos tener un mundo afectivo rico en nuestra relación con los otros miem­bros de la familia. No nos volvamos indiferentes a ellos, no seamos inex­presivos. Cuidemos los detalles del saludo afectuoso, de la sonrisa, de la acogida cordial, de la preocupación discre­ta (y también del respeto al silen­cio de los otros), del regalo, del servicio sencillo; cuidemos el gesto del perdón cuando nos han herido. Quien cultiva diariamente lo pequeño, también sabrá adoptar las actitudes adecuadas en lo grande, en lo importante. ¿Podemos conducirnos así? Sí podemos, aunque tengamos nuestros fallos. Hay una verdad que la experiencia pone ante nuestros ojos: quien se sabe perdonado, está más dispues­to al perdón; quien se sabe acogi­do, se muestra más pronto a acoger. Y así sucesivamente. Pues reparemos un poco en lo que Dios ha hecho con noso­tros: cómo nos ha acogido entre sus hijos, cómo nos ha perdonado, cómo nos ha dado su paz.

Tercero: busquemos en todo la voluntad de Dios. José nos da un buen ejemplo de esa disposición interior, cuando secunda la inspiración interior y vela por la seguridad del niño y la madre. Quien busca la voluntad de Dios vive para más que para sí mismo, piensa en más que en sí mismo, cuida más que su propia persona.
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