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Queridos hermanos, paz y bien.
Este año el almanaque es un poco caprichoso. Se ajustan los tiempos, y este cuarto domingo, por la mañana, será Adviento y por la tarde, Navidad. Cosas del calendario.
Porque llegamos al final del Adviento. Y, ¿qué es? – ¿qué ha sido? – el Adviento para nosotros. Lo cuenta muy bien el Libro del Apocalipsis, cuando Jesús dice: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). ¿Hemos oído la voz de Jesús? ¿Le hemos franqueado nuestra puerta? Si no es así, todavía estamos a tiempo en estos pocos días que nos quedan para la Navidad. Jesús dice inmediatamente antes: "Sé, pues, ferviente y arrepiéntete" Por ahí va su consejo y eso es el Adviento. Pero es cierto que el tiempo se va agotando y que la llegada del Niño Dios ya está ahí. Su cercanía abre nuestros corazones al amor y a la concordia. El gran milagro – repetido anualmente – es que ese Niño ablanda los corazones de los hombres y los prepara para ser mejores, para estar más cercanos de sus semejantes. Los últimos días – las últimas horas – de este Adviento nos deben servir para no poner barreras entre los designios amorosos de Dios y nuestras capacidades para hacer al bien a todos.
La iniciativa es, al parecer, de David y el profeta Natán le animará a ello. Le duele que el arca de Dios esté en una tienda, mientras Él, el rey, vive en una casa de cedro, en un palacio. Pero Dios, le dice a David: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? No es que Dios rechace la generosidad de David, sino que le ofrece la oportunidad de manifestársele de una forma nueva. El Señor es quien construye la casa y va a construirle a David su verdadera Casa, que es mucho más que ese palacio de cedro en donde habita. Y se lo manifiesta con varios verbos en primera persona: “Yo te saqué… Yo estaré contigo… Yo te pondré en paz… Yo te daré una dinastía…. Yo afirmaré después de ti la descendencia… y consolidaré su realeza…. Tu casa y tu reino durarán por siempre”.
Los seres humanos somos seres incompletos y todo lo que hacemos lleva la marca de nuestra imperfección. Queremos hacernos una casa, formar una familia, constituir una comunidad, entablar una amistad, establecer una relación, y cuando menos lo esperamos, descubrimos su inconsistencia, vemos cómo se resquebraja nuestro sueño, cómo se nos hunde el proyecto o se enfrenta a dificultades imprevistas y ante las cuales nos sentimos no preparados.
En estos días del año las familias se reúnen, pero también detectan sus puntos débiles y sus contradicciones internas; en estos días la casa se convierte para nosotros en un punto de atracción, pero nos surge la nostalgia, el anhelo de algo que pudo ser o fue y ya no es o no puede ser. Hay casas muy poco consistentes. Hay hogares en los cuales la historia se desmadeja, las tradiciones se pierden, o se mueren de puro repetitivas. Formar una casa es la tarea más digna del ser humano. Pero ¿quién construirá una casa así?
Tenemos un buen modelo en María. El pasado día 8 reflexionamos sobre su Inmaculada Concepción. Hoy se nos vuelve a presentar el mismo Evangelio, y lo podemos revisar desde la perspectiva del final del Adviento. Es lo bueno de la Palabra, que resuena de mil maneras distintas, aunque sea la misma.
María es mujer de esperanza. Sabe que Dios –aunque no se sepa cómo- cumple su promesa y que todo acontece según el plan divino. A su ritmo. A su tiempo. María asume su misión, la de anunciar al mundo todo lo que Dios puede hacer en los pobres que se confían a su Amor.
Cuando sentimos que todo se derrumba, cuando nos parezca que Dios no cumple sus promesas, cuando creamos que este no era el matrimonio soñado, o la comunidad o Congregación anhelada, o la Iglesia deseada… Cuando nos parezca que la casa está medio en ruinas y quizá tengamos la tentación de irnos a otra casa, miremos a María. Digamos “Fiat” (¡hágase!) a la Promesa de Dios… ¡Que si el Señor no construye la casa! Él quiere asumir todo el protagonismo. ¿Por qué no confiar en Él que es nuestro Padre, nuestro Creador? ¡Él proveerá!
Y, en fin, que María, que creyó en el Ángel, nos facilite el camino hacia la llegada de Jesús, que sepamos, estos pocos días que nos quedan hasta la Natividad del Señor en disponer nuestros corazones para mejor recibirle. Terminemos, pues, nuestra reflexión de hoy de la mejor forma posible: ¡Ven, Señor; no tardes!