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Queridos hermanos, paz y bien.
El Evangelio de hoy es el anuncio de que comienza algo nuevo. Y es nuevo por varias razones. Suena una voz diferente, después de las palabras preparatorias de Juan el Bautista.
El caso es que Israel no había escuchado la voz de Dios, expresada en los profetas. Ni antes ni después del Bautista. Sin embargo, los ninivitas, a pesar de la desgana con que Jonás habla – con menos palabras no se puede decir, y eso después de la espantada y hundimiento del barco en el que escapaba – cambian, se arrepienten y se vuelven a Dios, desde el rey hasta el último de los servidores. Se ve que los israelitas eran torpes para entender a los profetas. Estaban bloqueados, tenían cerrados los corazones. Y algunos paganos, no tanto.
Lo que le pasó a Jonás puede ser lo que nos pasa a nosotros, a menudo. Muchos se imaginan a Dios como un juez severo, vengador, que castiga a los malos con rayos celestiales y premia a los buenos. Ver que Dios es compasivo, cambia de opinión cuando se arrepienten los habitantes de Nínive no le sentó muy bien al profeta. Se le olvidaba que el Dios de Jesús no es como él quería. Es un Dios que no tiene enemigos, solo hijos extraviados, a los que buscar y atraer con su amor, para que no pequen más y sean santos, o sea, felices.
Al igual que Jonás, san Pablo se dedicó a las cosas de Dios. Fue una persona que valoraba mucho todo lo humano. Se preocupaba por las relaciones familiares, por la situación de los niños, de los esclavos, de las mujeres… Pero más se preocupaba por las relaciones con Dios. Lo que Pablo quiere es que los creyentes valoren las realidades del mundo como lo que son, importantes, sí, pero no eternas. El peligro de esas realidades mundanas es que se transformen en absolutas. Dejan de ser estructuras útiles, para convertirse en ídolos, que desvían el corazón del hombre de Dios, y le hacen perder el sentido de la vida. Porque todo es relativo, en relación a Dios. Hasta lo más querido. Ojo. Que nadie está libre de estas idolatrías.
Decimos adiós a Juan Bautista, el último gran profeta del Antiguo Testamento, que desaparece de la escena. Y toma el relevo Jesús, que comienza con un estilo completamente nuevo. Invita, sí a la conversión, pero viene dando una «Buena Noticia». No es un tono de amenaza, sino de alegría. Escuchamos la primera frase de Jesús, “se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Arrepentíos y creed en el Evangelio”. En esa frase, resume todo su mensaje.
Porque se ha cumplido el tiempo: ya no hay que esperar más señales ni respuestas del cielo. Ya mismo, hoy, en este momento entra en acción la presencia de Dios en medio de nuestro mundo, en medio de nuestra vida, en medio de nuestras cosas. Dios ya no se encuentra sólo en el templo: anda por nuestros caminos, por nuestros lagos, entre nuestras redes. Podemos, por lo tanto, sabernos y sentirnos acompañados por Dios cada día, y cada minuto.
Dios ya ha empezado a hacer de las suyas: Dios ha comenzado a convertir este mundo en otro, que eso es el Reino de Dios. No es esperar algo para el más allá, sino «ir más allá» de como las cosas vienen siendo desde siempre. Es descubrir que Dios Padre interviene para hacer sentir toda la fuerza de su amor, sus preferencias, sus sueños para nuestro mundo.
Para ser parte de este Reino, hay que tener fe. Es lo que mueve a las personas a la conversión, saber que el cambio va a ser a mejor, para ser mejor persona. Decía san Juan Bosco que “ser bueno no consiste en no cometer ninguna falta, sino en saber enmendarse”. Seguir adelante, con fe, a pesar de las caídas.
Y convertirse no es solo intentar vivir como Dios quiere, sino que implica también variar la forma de ver a Dios, al hombre, al mundo e incluso la historia. Recordar que Dios es un Padre bueno, no un juez justiciero. Que trata a todos por igual, independientemente de cómo nos caigan. Para Marcos, la noticia de la llegada del Reino de Dios se presenta como una novedad que da esperanza. Todos pueden aceptar esa invitación a la conversión. Hasta el mayor pecador del mundo. Porque para Dios, ese pecador empedernido es también su hijo.
Es Jesús el que elige a sus colaboradores. No era lo usual. Los discípulos de los rabinos elegían ellos mismos a su maestro. Se ve que la mirada de Jesús tenía algo que encandilaba, despertaba la fe, la confianza. Te miraba y te transformaba. Era una mirada de esperanza y amor. Era la mirada que dice “te conozco, te necesito, quiero que seas parte de este proyecto de construcción del Reino”.
¿Por qué a mí? El elegido siente que no hay razones para esa elección. Jesús no busca a gente de los buenos, los cumplidores, los admirados. No va al templo, ni a las sinagogas. Se va al lago de Galilea. Busca a la gente en medio de sus ocupaciones cotidianas. Y hace una invitación. “¿Por qué no dejas lo que estás haciendo, tus lugares de siempre, tus compañeros de siempre, tus horarios de siempre…, y te vienes a hacer otra cosa? Vamos a emplear el tiempo, el trabajo, las energías en las personas. Que otros se ocupen del pescado y de las redes. Tú y yo vamos a hacer algo mejor”.
Todo eso pasa a un segundo plano, porque hay que tomar una decisión. Ya lo dice Jesús al comienzo: Convertíos y creed en la Buena Noticia. Es decir: no se puede permanecer indiferente ante esta llamada urgente. Así que ahora mismo, hoy, en este día de domingo: ven a recorrer conmigo los caminos del Evangelio. Pero, ¿ahora? Sí. Sin retrasos. No le interesan los que quieren todo tipo de explicaciones, antes de dejar sus «peces y sus barcos». Ni le hacen falta los que se quedan mirando para atrás. Ni quiere saber nada de los que le ponen condiciones: «déjame que antes vaya a ...». Es decir: no puedes dejar pasar este día sin dar una respuesta en serio y definitiva. Todo debe ser sacrificado si es un impedimento para la nueva vida a la que Cristo te llama.
Se trata de trabajar en lo mismo que Jesús: hacer que este mundo sea otro, donde haya más fraternidad, más justicia, más paz, más corazones limpios, más perdón, más servicio, más generosidad, más pan para todos, más... Podíamos añadir más cosas, pero pienso que, por hoy, es suficiente. Una llamada apremiante a hacer las cosas de otro modo, con otros y siempre en compañía de Jesús. Y, por favor, no pensemos que este Evangelio está dirigido especialmente a «curas, monjas o religiosos». Estos son formas de responder al que algunos se sentirán llamados. Pero desde luego no son las únicas. Cada uno tiene su misión en la Iglesia. Este Evangelio va dirigido directamente a ti, y pide «moverse», salir de la orilla, de las redes y de las barcas de siempre. Pídele a Dios que te enseñe sus caminos, como hemos repetido en el salmo. Porque son caminos de paz, alegría y salvación.