https://www.ciudadredonda.org/
Queridos hermanos, paz y bien.
Cada Adviento es una oportunidad para revisar la propia vida. Es un tiempo de esperanza, un recorrido espiritual, interior, para vivir con intensidad la presencia de Dios en medio de nosotros. Eso es la Navidad. Y el Adviento nos prepara, nos ayuda a tomar conciencia, a romper el ritmo ordinario y ponernos en alerta, en vigilancia, porque Dios va a venir a nuestras vidas, una vez más, a ver si de una vez por todas consigue hacerse un hueco en nuestro duro corazón. Y no queremos que nos encuentre dormidos, ¿verdad?
Empezamos el Adviento, como digo. Es uno de los tiempos fuertes de la Liturgia. La Santa Madre Iglesia, que es muy sabia, nos prepara así para vivir mejor la Navidad, como pasa con la Cuaresma, antes de la Pascua. En este tiempo fuerte sería bueno recurrir con mucha más frecuencia a la Palabra de Dios, que está siempre disponible. Y que esa Palabra de Dios nos fuera guiando por el camino hacia Belén.
Es hoy un día importante: ¡comienza el año litúrgico! Deberíamos entusiasmarnos ante esta magnífica organización de nuestro tiempo. En ella se reflejan una historia que ha durado siglos, y en la cual nuestro Dios ha hecho mención de sí hasta extremos inimaginables. El año litúrgico es como un breve itinerario simbólico en el que recorreremos la historia entera de la humanidad. Es como un libro de 365 páginas, que iremos pasando día a día para que Dios nos hable como en otros tiempos. Dejamos atrás el Evangelio de Marcos, y leeremos el Evangelio de Lucas. Es el ciclo “C”.
Benedicto XVI dijo que, en la Biblia, San Pablo nos invita a preparar la “venida” del Señor, que en latín es adventus, de donde viene “Adviento”, cuyo significado incluye el de visitatio (visita). “En este caso se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí”.
Al introducirnos en este tiempo de esperanza y conversión, el Evangelio nos confronta con la exigencia cristiana de la vigilancia. “Levantad la cabeza… Estad alerta… Estad despiertos…” La vigilancia es tema fundamental en la predicación de Jesús, como actitud para reconocer su presencia, a veces silenciosa o desconcertante, en los acontecimientos de nuestra vida.
Ya la semana pasada se nos invitaba a reflexionar sobre un tema complicado, el reinado de Jesús. No es fácil entender cómo es Rey Jesucristo, Nuestro Señor. También el evangelio de hoy es complicado. Se nos recuerda que llega la liberación. Después de haber hablado del asedio a Jerusalén, el evangelista Lucas nos recuerda la segunda venida del Salvador. Lo hace con un lenguaje propio de su tiempo, apocalíptico, o sea, revelador. A nosotros nos toca releer esas señales del mundo natural en el proceso de la historia que nos toca vivir, porque ahí se manifiesta el Espíritu.
No siempre es sencillo leer esas señales. Sentimos el miedo y la angustia, ya no porque las señales del sol, la luna y las estrellas nos quiten el sueño. Hay otros motivos, porque la situación económica con el mucho paro, las diversas crisis, la inflación, los conflictos sociales, el hambre en el mundo, el abuso de poder, la incertidumbre frente al futuro y la depresión que amenaza a muchos, son preocupantes. Todas esas estructuras injustas se podrán remover sólo cuando el amor de Dios y su justicia reinen en el corazón de cada hombre.
El mensaje de Cristo no evita los problemas y la inseguridad, pero nos muestra el camino para superarlos. Porque nosotros tenemos los mismos motivos para preocuparnos que los no creyentes, pero ser cristiano supone tener una actitud distinta y, por tanto, reaccionar de manera diversa. Esa actitud se apoya en la esperanza que nos da la fe en las promesas de nuestro Dios, que nos permite descubrir el paso de Dios por el drama de la historia. La actitud a la que nos invita el Adviento es a intentar descubrir al Cristo que viene en el mundo actual y a vivir los problemas como algo necesario para la liberación total, que pasa por la cruz.
En este Evangelio, Lucas nos hace pensar en la segunda venida del Señor. Parece que un Adviento lleva a otro. Entre ambos, entre la primera venida y la segunda, que estamos esperando, transcurre nuestro tiempo, el tiempo de la comunidad cristiana. Es el momento, lo recordábamos la semana pasada, de hacer todo lo que podamos por mejorar el mundo, para hacerlo más justo y humano. Eso implica compromisos concretos con el “vía crucis” de cada día, que viven muchos pobres por todo el mundo. Ese compromiso lo debemos adoptar cada uno, para intentar forjar una sociedad distinta, más fraterna y justa. Compartir el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones es una forma de estar vigilantes, mientras esperamos la segunda venida de Nuestro Señor, Jesucristo.
Con la segunda venida, la verdad que está oculta aparecerá a plena luz. Todos llegaremos a conocernos mejor. Estemos atentos, Porque Cristo nace cada día. Viene por mil puertas, de mil formas. Y viene trayendo los regalos y las bendiciones de Dios, Acojámoslo. No hace falta salir a su encuentro, Él nos visita. Y cuánto quisiera que le abriéramos la puerta.