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1.- Tiempos de crisis. Comenzamos un nuevo año litúrgico. Nuestro mundo actual está hecho de violentos contrastes. Los maravillosos progresos de la tecnología no van acordes con lo que parece ser un estancamiento o retroceso de la cultura y la moral. Este mundo podría ser mejor, pero sólo Dios le dará la perfección total al fin de los tiempos, porque ni la vida personal ni la manera de ver el mundo tiene sentido si no damos cabida a Dios entre nosotros. En Judá, en tiempo de Jeremías los jefes políticos y religiosos vivían de espaldas a Dios. Confiaban más en las alianzas con los grandes imperios que en Dios. Se olvidaron de la ley y de las tradiciones del pueblo. Los reyes históricos decepcionaron las esperanzas que en ellos había puesto el pueblo. Jeremías avisa de que sólo volviendo a Dios vendría la salvación. Por eso anuncia una Alianza nueva. A partir de ahora la ley del Señor no permanecerá externa a su pueblo –grabada en piedras o escrita en un libro--, sino que será una fuerza interior infundida en el corazón humano. Dios está dispuesto a perdonar al pueblo. Promete que no faltará a David un sucesor. Este es el “vástago legítimo”, que hará justicia y derecho en la tierra. Anuncia la llegada de los “tiempos mesiánicos”. Dios multiplicará la descendencia de David. Jeremías no dice cuándo sucederá esto. Nosotros sabemos quién va a realizar la instauración de estos nuevos tiempos. Es Jesús quien hará realidad la “Nueva Alianza” sellada con su sangre.
2.- Firmes en la esperanza. Pablo pide a los Tesalonicenses que sean fieles a La alianza para agradar a Dios. Les exhorta a que aspiren a la santidad. Es a la vez un ruego y un llamamiento apremiante a progresar poco a poco y crecer día a día hasta la meta final, que es la llegada del Señor, acompañado de todos sus santos. Deben mantenerse firmes y sin mancha. Desea que el Señor los fortalezca para cuando vuelva Jesús. Más adelante les dirá que debe velar y ser sobrios. Pero no se trata de meterles miedo, porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo. La esperanza cristiana se abraza con el amor en su dimensión universal, llegando más allá de toda frontera, de toda discriminación y de todo condicionamiento. Hay muchos cristianos desanimados porque no ven a los jóvenes participando en la Eucaristía, otros se sienten desconcertados ante la falta de valores y la desintegración de muchas familias, hay quien está decepcionado porque ve una Iglesia demasiado instalada y alejada del Evangelio. Ante esto optan por la pasividad o resignación y niegan cualquier posibilidad de cambio. Hoy la Palabra de Dios nos alerta para que nos demos cuenta de que Jesús, el Hijo del Hombre, viene a liberarnos de todas nuestras dudas e incertidumbres. Él es nuestra justicia y nuestra salvación.
3.- Se acerca nuestra liberación. El tren de la esperanza va a pasar por delante de nosotros, no lo perdamos, subamos a él y valoremos todo lo bueno que vamos encontrando en nuestro camino. Siendo nosotros también liberadores, justos, alegres y solidarios podremos hacer que todos los que en él viajamos podamos construir la nueva humanidad que tanto anhelamos.
Los cristianos debemos aprender a interpretar los momentos más difíciles de nuestra historia como pasos que nos llevan a la liberación. “Orad incesantemente”, nos dice Jesús mismo. Sin un diálogo permanente con Dios en cada instante de nuestra vida es imposible captar las Sorpresas de Dios hoy y las de mañana. El creyente sólo se mantiene disponible a la sorpresa de Dios si habla con Dios siempre: durmiendo, levantándose, en la soledad y en la compañía, en el trabajo y en el descanso, en las alegrías y en las desolaciones, en el encuentro y en la crisis. Sólo en la oración podremos encontrar una respuesta adecuada a la sorpresa de Jesús, que nos trae la liberación de todo aquello que nos ata o nos oprime.