Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo
“Ustedes son la sal de la tierra…la luz del mundo. Así pues, debe brillar su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los cielos”, dice el Señor. Nosotros los cristianos no seguimos un código de normas, ni ideas filantrópicas, seguimos a una Persona, Jesucristo Dios y hombre verdadero. La vida del cristiano se define por su seguimiento del Señor, aprende de su vida, de su forma de ser y de sus actitudes. La vida de Cristo para el cristiano es ley, y su ley no es otra que amar y hacer la voluntad del Padre que esta en los Cielos.
Dios se nos revela en su Hijo y nos manifiesta su voluntad. Es precisamente la enseñanza de este domingo del tiempo ordinario. El hombre y la mujer que sigue los mandamientos de Dios se torna luz para los demás. Su forma de ilumina, pero a la misma vez denuncia y expresa lo que Dios quiere. Lo primero que Dios quiere con el hombre es que sea justo y de a cada uno según su condición, “compartirás tu pan con el hambriento…así brillará tu luz en las tinieblas”, dice el Yahvé Dios por medio del profeta Isaías. Dios espera de nosotros una relación de justicia y de orden. Que sirvamos al que esta a nuestro lado y no nos sirvamos de él. Recordemos que el ser humano no es nunca un medio sino un en sí mismo que debe ser respetado, honrado y apreciado. Por eso dice el apóstol san Pablo que el fin de la ley no es otro sino el amor (cfr. Gal 5, 14).
El mandamiento nuevo, el que nos hace ser “sal y luz del mundo” es el mandamiento del amor: “ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13, 34). Nuestra ley, los mandamientos, los preceptos de la Iglesia, guardar sus normativos y confesiones de fe es vivir el amor más que cumplir leyes. Cuando perdemos el amor la ley se torna pesada, porque perdemos el sentido del por qué lo hacemos. Ya no vemos la misa como un encuentro con el Señor sino como una hora pesada a la semana. Cuando perdemos el amor ya no vemos el rosario como una meditación de la vida de Cristo junto a María sino como una repetición interminable de un pasaje bíblico. Cuando se enfría el amor dejamos de creer en el Dios de la vida y empezamos a creer en el dios de la rutina. Es precisamente el reproche del Señor en el Apocalipsis: “tengo algo contra ti que has perdido tu amor de antes” (Apc. 2, 4). Por eso el Señor también nos advierte en este domingo “cuando la sal se vuelve sosa no queda otra que echarla fuera”.
Los mandamientos para los cristianos son facilitadores, caminos de la gracia de Dios que nos ayudan a encontrarnos con él. Nos ayudan a ser constantes en el servicio y en la relación con el Señor. Una virtud fundamental que el Señor nos regala para entrar en comunión con él y con el hermano es la religión. La palabra religión es muy atacada y menospreciada en nuestros días, pero es fundamental para nuestro encuentro con el Señor. Incluso, la raíz de la palabra religión viene del latín “volver a elegir”. Cuando se vive la virtud de la religión en relación con Cristo entonces alcanzamos la practica de la verdadera religión: alcanzamos la Verdad, nos volvemos sus adoradores fieles. Ella nos hará amar a Cristo y a su Iglesia. Por ella integramos la ley y el amor. La religión, endulzada por el Espíritu Santo nos permite volver elegir a Dios y ser perseverantes en nuestra relación con él.
La fuerza de la religión cristiana esta en Cristo, muerto y resucitado. Por medio de él nos volvemos en adoradores en espíritu y en verdad. En la cruz de Cristo se unen dos polos: el deseo del hombre y el amor de Dios. Por sus llagas asumimos la voluntad del Señor y vivimos los mandamientos que nos conducen a Él. De esta forma somos distintos a cualquier religión del mundo, porque ante todo caminamos en la verdad guiados por la fuerza de Cristo muerto y resucitado. Por eso somos sal y luz de la tierra porque nuestra relación con Cristo nos hace ser el puente de encuentro con los demás hombres que con sincero corazón buscan la verdad. Ellos la encontraran en la medida que nosotros como cristianos vivamos nuestra relación con Cristo Jesús por medio de la ley que nos ayuda a perseverar en el amor pleno.