Por: P. Ángel Ortiz Vélez
Luego de varias semanas meditando el Evangelio según san Juan esta semana volvemos al Evangelio de Marcos para continuar nutriendo nuestra vida cristiana con sus enseñanzas y ver cómo vivimos nuestras prácticas religiosas.
Jesús quiere que su religión esté fundamentada en el amor, la caridad, el respeto y en el amor al prójimo y a Dios pero no con preceptos superficiales. Él hace referencia a Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi. El culto que me rinden de nada sirve; las doctrinas que enseñan no son más que mandatos de hombres" (Mc 7, 6-7). Miremos por un momento cómo vivimos nuestra religión: ¿está nuestra vida de fe cimentada en el amor a Dios y al prójimo más allá de las prácticas legalistas de los fariseos que no vivían lo que predicaban? Los fariseos criticaron a los discípulos de Jesús por comer con manos impuras y otras prácticas que eran meros preceptos humanos; prácticas externas que más que agradar a Dios hacen al judío o al fariseo esclavo de estas.
La carta del apóstol Santiago, escrita entre los años 60 a 70, dirigida a judeocristianos nos da una catequesis o consejos prácticos para vivir la vida cristiana en comunidad. Su meditación como segunda lectura durante las próximas semanas nos ayudará a entender mejor el Evangelio de Marcos (Mc 7, 1-8 ss.) y así ver cómo se debe vivir nuestra religión más allá de cumplir unos preceptos. La verdadera religión no es lavarse las manos o hacer ritos que no ayudan al hombre a vivir la misericordia y la compasión por los demás: "La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre consiste en visitar a los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido" (Stgo 1, 27).
El mensaje que Jesús nos trae es para purificar el legalismo y las prácticas que no ayudan al hombre a vivir el amor de Dios en la fe y las obras: "Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que si lo mancha es lo que sale de dentro" (Mc 7, 14-15). Nuestra fe y vida cristiana debe ser más pura; más amor compasivo y misericordioso de Dios que nos lleva respetar al prójimo y rechazar todas las actitudes negativas que nos señala el Evangelio: "las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad" (Mc 7, 22). Estas, entre otras actitudes, son las que nos apartan de una religión auténtica y pura.
"Un corazón habitado por el amor de Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada o un beso enviado hacia la iglesia". Papa Francisco