Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
En este domingo XXV del tiempo ordinario el Señor Jesús sigue hablando a la comunidad naciente. Dos domingos atrás el Señor nos ha enseñado que quiere una Iglesia que prime la caridad y el perdón. Hoy nos enseña el premio que ofrece a cada uno de los que son llamados a trabajar en el Reino de los Cielos. Sobre todo, nos invita a trabajar con un corazón desinteresado, agradecido y alegre. En efecto, una gota de generosidad es la medicina perfecta para sanar un corazón envidioso.
El evangelio nos muestra a un patrón que sale a buscar jornaleros para su viña. Jesús es ese patrón que nos llama a colaborar con su obra de salvación y amor en el mundo. La viña es la Iglesia y en ella el Señor nos pone a trabajar en distintos tiempos, jornadas y tareas, pero todas con un mismo fin: anunciar el Reino de los cielos. En este trabajo o vocación que Dios nos ha regalado no existen horas extras ni paga extra, solo existe entrega.
Uno de los problemas que podemos enfrentar como comunidad es creer que tenemos más derecho al Reino de los cielos por el tiempo que llevamos en la Iglesia. Con mucha tristeza se escucha en las paredes de nuestros templos “llevo 50 años en la Iglesia, y ¿le van a hacer caso a aquel que llego los otros días?”, “doy tanto en la colecta y van a escuchar a aquel que no da ni un peso”, “soy la mano derecha del padre, y ¿le van a hacer caso a ese?”…entre tantas frases más que muestran un espíritu de envidia y prepotencia. El Señor no quiere que midamos la salvación. Muchas veces podemos caer en la tentación de pensar, “si doy tanto, Dios me dará otro tanto”. Esta actitud esta muy lejos de tener un corazón generoso, ya que empezamos a medir nuestra relación con el Señor. Jesús no quiere una relación medida sino una relación sin medida. Como diría San Agustín, “la medida del amor, es amar sin medida”.
No debemos sentir envidia por las bendiciones que Dios da a nuestros hermanos. La envidia destruye el corazón y no propicia una sana convivencia. Por eso el Señor, por los labios del patrón de la parábola, le reprocha al jornalero que quería lucrarse de sus largas horas. Le recuerda que acordaron en un denario y esa iba a ser la paga para todos por igual. Esto es importante tenerlo en cuenta, ya que al final de nuestra vida todos seremos recompensados con el mismo denario de la salvación.
Por último, los jornaleros de la parábola sintieron angustia. ¿Por qué? Porque empezaron a compararse unos con otros. El Señor no busca que te compares con nadie, él sabe muy bien lo que puedes dar en la viña de la Iglesia. Por eso, antes de enfocarnos en los bienes ajenos, empecemos por mirar los bienes que poseemos. Así tendremos un corazón generoso y seremos testigos alegres de las grandes maravillas que Dios ha hecho en nuestras vidas. Medita en lo bueno que Dios ha sido en tu vida y te darás cuenta lo bendecido que eres.