Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
El pasado domingo Jesús empezó los discursos eclesiales. En estos discursos el Señor va enseñando a la comunidad la actitud que deben tener los discípulos que él ha elegido. Hoy nos enseña a tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. Tras la pregunta de Pedro de las veces que debe tolerar las faltas de su hermano, Jesús le dice que debemos perdonar de un modo perfecto. Es precisamente lo que pedimos en el Padre nuestro, “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6, 12). El discípulo debe tener un corazón misericordioso y compasivo con sus iguales. ¿Por qué? Porque Dios lo ha tratado con misericordia. Por eso la invitación no es otra sino tratar a los demás como Dios nos ha tratado. Pues, “habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó la misericordia” (Santiago, 2, 13).
Tratar a los demás como Dios nos ha tratado suena muy bonito, pero cuesta en el momento de practicarlo. No es fácil perdonar y mucho menos cuando son situaciones difíciles y dolorosas. Por eso debemos pedir día y noche ese corazón misericordioso que sea capaz de perdonar las ofensas de los demás. Debemos hacer el esfuerzo porque Jesús nos ha tratado con misericordia y amor. Una de las últimas palabras que dijo nuestro Redentor al morir en la cruz fue “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Jesús perdonando nuestras ofensas nos invita a perdonar a aquellos que nos han hecho daño porque nosotros le hemos hecho daño, de una u otra forma, al Señor y a nuestros hermanos. “Si el Señor no nos trata como merecen nuestros pecados” (Ps. 103, 10), ¿por qué tratamos a los demás con sentimientos de odio y de rencor? Si Dios te ha tratado con amor, ¿por qué no tratar a los demás con amor?
Tener un corazón compasivo como el del Señor nos ayuda a caminar por la vida de un modo más ligero. La persona que no perdona, que anda por la vida acordándose del mal que le han hecho, nunca es feliz. ¿Qué perdemos con perdonar? ¡Ciertamente perdemos! Perdemos el orgullo, la ira y el rencor. El perdonar nos hace madurar, crecer y sobre todo nos hace iguales a Jesucristo que nos perdonó nuestros muchos pecados. Si Dios nos ha tratado con misericordia, nosotros debemos hacer lo mismo. De lo contrario, no vale la pena rezar el Padre nuestro. Ya que estaríamos faltando al Señor en nuestra oración. ¿Queremos que Dios nos perdone, pero no queremos perdonar? Eso es muy poco cristiano y no es parte de la vida de los hijos de Dios.