El culto que los católicos rendimos a Dios en los templos está bien organizado. La Iglesia tiene su calendario litúrgico y su año eclesial, cuyo centro es Cristo, y está dividido en diferentes tiempos: adviento, navidad, ordinario, cuaresma y pascua. Éstos nos van formando y catequizando, viviendo cada etapa de la vida de Cristo, por lo cual nuestra liturgia es cristológica. Se realizan las enseñanzas de Jesús a través de ciclos (A, B, y C), años (par o impar), solemnidades, fiestas, memorias obligatorias o libres; a su vez se estudian los misterios principales de nuestra fe (tanto de Cristo, la Virgen María y los Santos), incluyendo los dogmas de fe.
Comenzamos el tiempo ordinario o "durante el año", que litúrgicamente es llamado "tiempo per annum". Esto no significa que sea vulgar, de poca importancia o rutinario; más bien se contrapone a los tiempos fuertes más celebrados. Es el tiempo más largo de la liturgia, lo comprenden treinta y cuatro semanas del año y se divide en dos etapas: la primera envuelve de seis a nueve semanas, desde el fin de la navidad (lunes siguiente a la Solemnidad del Bautismo del Señor) hasta el miércoles de ceniza (para iniciar la cuaresma); la segunda etapa comienza desde el domingo de Pentecostés, como fin de la Pascua, y se extiende hasta la solemnidad de Cristo Rey del Universo.
Durante este tiempo del año nuestra fe se centra en el misterio de la persona de Cristo; meditamos su vida pública, su predicación de la Buena Noticia del Evangelio y el establecimiento o instauración del Reino de Dios entre nosotros. Se iluminan todas las cosas con la esperanza de conocer e imitar a Cristo. Esta marcado por el color verde en los ornamentos de la celebración de la Eucaristía. Vivamos este tiempo de esperanza para crecer espiritualmente con las enseñanzas y la Palabra viva de Jesús, ya que es él "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).
Pablo, llamado por Dios, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a ustedes a quienes Dios santificó en Cristo Jesús y que son su pueblo santo, junto a todos aquellos que por todas partes invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor nuestro, Señor de ellos y de nosotros, tengan bendición y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, el Señor.