Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
En este domingo del bautismo del Señor culminamos el tiempo litúrgico de Navidad. Ahora empieza un camino nuevo hacia la Pascua. Aquel niño que nació en el humilde portal de Belén asume la misión de redimir al mundo y dar su vida por los pecadores. En Cristo podemos contemplar la misericordia de Dios hecha carne. Por su anuncio de salvación, liberación, conversión y transformación el ser humano se hace testigo de la bondad del Padre. Jesús es quien ha venido a abrir los ojos a los ciegos y a desatar los que están atados al pecado para que el nombre de Dios sea alabado por todos.
El bautismo que recibió el Señor por Juan es una prefiguración del calvario. La palabra bautismo es un vocablo griego que significa “sumergir”. Cristo, así como fue sumergido en el Jordán por Juan, será sumergido en su propia sangre para liberarnos del pecado y de la muerte. Como bajaron las gotas del agua del arrepentimiento en el Jordán; en el Calvario caerá la sangre del Redentor sobre aquellos que estén arrepentidos de sus pecados. En el Jordán somos testigos del arrepentimiento de nuestros pecados y en el Calvario nuestro Salvador paga por ellos. Muy bien dice el salmista “un corazón quebrantado y humillado, tu no lo desprecias Señor” (Ps. 51, 17).
Jesucristo es la ofrenda que agrada al Padre. Una vez Cristo es sumergido en el agua del Jordán se escucha una voz que dice “este es mi Hijo en quien tengo mis complacencias” (Mc 1, 11). Algunos textos lo colocan como el “preferido”. En cada Eucaristía que se celebra podemos escuchar esa voz del Padre. Podremos hacer muchas obras de caridad, apostolado u otras cosas necesarias para amar al prójimo y a Dios. En la Eucaristía por la fuerza del Espíritu Santo se realiza nuevamente el sumergimiento de Cristo en el Calvario por la redención de la Creación entera. Cada Misa es un sumergimiento en la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor.
El bautismo del Señor nos invita a nosotros a sumergirnos con Él. Por el sacramento del bautismo somos hijos de Dios, participes de la naturaleza divina y se nos borra el pecado original. Pero el bautismo también nos hace participes de la misión de Cristo: vivir como hijos e hijas de Dios en lo cotidiano. En efecto, el bautismo al entregarnos una misión nos da un propósito en la vida; nos da un norte con rostro que es Jesucristo, el Hijo de Dios Altísimo. Ante un mundo que ha perdido el propósito de la vida, sumido en depresión y otras enfermedades, el bautismo es el recuerdo, mas aún la gracia, que Dios le da al ser humano para seguir adelante. El cristiano tiene un propósito de vida concreto: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.