En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "ustedes son la sal de la tierra". Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos".
Palabra del Señor.
Autor: P. Harry López
En esta lectura del Evangelio, Jesús nos deja muy claro cuál es la función del cristiano en el mundo: los cristianos somos sal y luz del mundo.
Al cocinar, la sal es importante: sirve para realzar los sabores de los alimentos. No se usa en grandes cantidades, sino lo justo para que éstos tengan gusto y se puedan disfrutar en el paladar. Si bien realza el sabor, no menos cierto es que también ayuda a evitar la descomposición. La sal preserva, ayuda a prolongar la vida útil de los alimentos.
Como sal del mundo, los cristianos le damos sabor a evangelio a la vida. Con nuestro actuar, ayudamos a que todos se contagien de bondad y buen obrar; y así, todos los hombres demos lo mejor, seamos lo mejor que podamos ser. El cristiano tiene que contagiar con su buen obrar a los demás. Esto ayudará al mundo a preservarse del pecado. La sal evita la podredumbre; de igual forma los cristianos hemos de evitar que el pecado entre y destruya el mundo.
Jesús es claro: ¡tenemos una función respecto al mundo! No podemos ser cristianos sosos, sin sabor, sin buenas obras. Aunque todo el mundo obre contrario al evangelio, los discípulos de Cristo hemos de perseverar, hemos de hacer la diferencia. ¡Nuestra sal no puede ser sosa! Hoy más que nunca, tenemos que dar al mundo el sabor del evangelio, el sabor de Cristo.