Por: P. Ángel Ortiz Vélez
Hay un refrán que dice: "El que no sirve para servir no sirve para vivir". Lo mejor que hay es uno poder entregarse por la causa del Evangelio; ser servidor por la causa del Reino de Dios.
Las tres lecturas de este vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario nos llevan al tema del servicio (Is 53, 10-11; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45). La lectura de Isaías nos presenta al servidor justo: "Por su conocimiento, mi siervo justificará a muchos y cargará con todas sus culpas" (Is 53, 11). Es la imagen de Dios que da la vida en rescate por todos. El servir a los demás y preocuparse por el bien de ellos es el preámbulo o principio que da sentido a toda existencia humana. Esto (el ser servidor) da sentido a toda la realidad de comprender la vida cristiana.
Jesús es quién le da pleno sentido al servir (como actitud cristiana). Él nos da la gran lección del servicio: "El Hijo del Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar la vida por la redención del mundo o en rescate por todos" (Mc 10, 45). Servimos a cualquier ser humano porque es nuestro hermano y lo hacemos por amor a Jesús.
La actitud de vivir nuestra vida cristiana, nuestra vida de fe, tiene que ser la de servir a los demás sin mirar a quién no la de servirnos de los demás. En nuestro diario vivir nos gusta el servirnos de otros: todos queremos tener "padrinos" para lograr nuestras cosas. Estamos inclinados a tener la actitud de Juan y Santiago (los hijos de Zebedeo): acomodarnos o servirnos del otro para lograr nuestro propósito o llegar a nuestras metas. Encontramos entonces a Jesús que nos guía al servicio, a ser el servidor de todos para entonces ser importantes no por los puestos sino por la entrega y el servicio desinteresado.
Que la Eucaristía nos ayude a vivir nuestra unión con Jesús en una constante entrega al prójimo, a ver el ejemplo que nos da Jesús y a ser el servidor de los más necesitados en nuestra vecindad, familia y vida parroquial.