En aquel tiempo, los once discípulos partieron para Galilea, al cerro donde Jesús los había citado. Cuando vieron a Jesús se postraron ante él, aunque algunos todavía desconfiaban. Entonces Jesús, acercándose, les habló con estas palabras: "todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo".
Palabra del Señor.
Autor: P. Harry López
Esta semana celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Fiesta de alegría para la Iglesia porque El Verbo, que se encarnó en el seno virginal de María, regresa a la gloria divina, al cielo. Su partida no implica alejarse del hombre ni mucho menos olvidarse del él.
Jesús regresa al seno de la Santísima Trinidad; el que nos trajo el consuelo del amor del Padre ahora nos trae un nuevo Consolador: el Espíritu Santo. Su ascensión fue una ganancia para los hombres, pues ahora contamos con la fuerza de Dios que nos mueve y nos guía. Su partida en vez de alejarnos nos acercó más a él porque, gracias al Espíritu Santo, ahora Cristo habita en ti y en mí. Ahora se hace presente con toda su fuerza y su amor en el alma del cristiano. Ciertamente no podemos parparlo pero sí se manifiesta en nuestras vidas.
Gracias a su presencia, por la acción del Espíritu Santo, el hombre hoy puede avanzar por la vida obrando el bien. Dios actúa en nuestras vidas. Ahora nos ilumina nuestro entendimiento para que veamos aún aquello que el hombre, por su sola capacidad, no puede ver: la obra de Dios, su acción salvadora que nos limpia y renueva con toda su fuerza, con todo su amor.
En definitiva, con la Ascensión hemos ganado; hemos ganado la presencia de Dios en medio de la vida del hombre. Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.