Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo
En este domingo XI el Señor nos empieza a explicar los misterios del Reino de los Cielos por medio de las parábolas. Las parábolas son amplias comparaciones que encierran un mensaje profético que se relacionan con imágenes que lo recubren. De este modo encontramos el inició del Reino de los Cielos como una semilla que es sembrada por un cultivador y la semilla de mostaza que a pesar de su pequeñez encierra en sí misma un gran potencial. Ambas parábolas nos muestran cómo crece en nosotros el anuncio del Evangelio en nuestras vidas.
La Iglesia por mandato del su Señor ha transmitido el Evangelio de manera íntegra. Como el sembrador ha sembrado la buena semilla del Evangelio en los corazones de los hombres. Esa semilla de Salvación ante los ojos del mundo puede verse insignificante y el trabajo del labrador inútil. En ese momento caemos en cuenta que el crecimiento de la fe no depende de nosotros sino del Señor. Con mucha razón el Señor Jesús dice a las turbas: “el sembrador duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”.
La misión del sembrador es preparar la tierra para que la semilla de un fruto abundante. Nosotros como cristianos, evangelizadores y testigos de Cristo nos toca preparar el terreno al Señor por medio del ejemplo de nuestra vida. Ya decía San Ignacio de Antioquia que “la grandeza del cristianismo no esta en las palabras persuasivas sino en la grandeza de espíritu”. Esa grandeza de alma se manifiesta en nuestra fidelidad a Dios, en el esmero por cumplir sus mandamientos, en el compromiso con la santidad personal, en una palabra, en el esmero por ser santos cada día.
El P. Ribadeneira cuando escribió la biografía de san Ignacio de Loyola recogió unas palabras profundas de sus escritos. Las mismas motivaban al santo en su misión como cristiano: “actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios” (Pedro de Ribadeneira, Vida de San Ignacio de Loyola). Nuestra entrega fiel es la carta de presentación; el testimonio de nuestra fe cristiana. Nuestra palabra y nuestro obrar deben estar en armonía para que se manifieste la de vida de Cristo en nosotros. Muy bien decía Jesús: “por sus frutos los conocerán” (Mt 7, 15).
Los frutos de nuestra vida cristiana son como el grano de mostaza. Cuando llegamos delante de Jesús no conocemos mucho. Pero cuando esa pequeña semilla empieza a crecer por la fe y la gracia llega a ser un gran árbol de salvación; es allí donde nace nuestra fe en Cristo. Como decía el himno de la JMJ en Cracovia: “hay que soltar el miedo y ser fiel”. Hay que soltar el miedo y los temores, el Señor hace crecer donde quiere. Aun en los corazones más áridos el fuego del Espíritu es capaz de fortalecer los cimientos débiles.
El Reino de los cielos es una cosecha muy particular. Crece y se desarrolla en nuestro interior al tiempo de Dios. Para que el Reino de los Cielos de su fruto debe encontrar de parte de nosotros un corazón dispuesto. Pidamos a María, Madre de la Iglesia, que nos de un corazón como el de ella. El inmaculado corazón de María siempre estuvo dispuesto a realizar la voluntad de Dios.