Por: P. Ángel Ortiz Vélez
Dios no necesita de nuestra oración, alabanza ni acción de gracias pero le gusta que nosotros acudamos a Él con confianza y si sabemos pedir Él nos concede lo que deseamos y aún cosas mayores. Así ha pasado con las personas que Dios llama y escoge para una misión especial como es el caso de Salomón y el joven rico que habla con Jesús.
El libro de la Sabiduría se le atribuye a Salomón. El rey es representado en toda su gloria y esplendor antes de sus errores, pero lo interesante es el elogio que en los capítulos 7 al 9 se le da a la sabiduría. Salomón dice: "Pedí y se me concedió la prudencia, supliqué y me vino el espíritu de Sabiduría" (Sab. 7, 7). ¡Cómo Dios concedió esa sabiduría a Salomón con creces!, ya que el preferir y pedir la sabiduría fue su deseo no el pedir todos los bienes materiales que llevaba consigo el poder. Dios enriqueció a Salomón con toda la sabiduría y le ayudó a comprender que lo único que enriquece la vida del hombre son las cualidades auténticamente humanas y espirituales que adornan la existencia humana no las riquezas ni el poder. "La Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo" (Heb 4,12). Así que el ruego de Salomón fue escuchado por Dios y Él penetró su alma con el don de la sabiduría para que pudiera gobernar su pueblo. Esa Palabra de Dios penetró en el alma del rey con todas sus riquezas.
En el Evangelio de Marcos (Mc 10, 17-30) un joven le pregunta a Jesús: "¿Qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?" (Mc 10, 17). Jesús le recuerda los mandamientos. El joven los ha cumplido pero le falta el despegarse de los bienes materiales. Aunque Jesús lo mira con cariño, por su apego a los bienes materiales a este joven le cuesta seguir a Jesús para ganar la vida eterna. Jesús es exigente y en su sabiduría eterna nos llama, nos traza el camino para seguirle. Por eso en este pasaje del Evangelio encontramos una gran lección que nos da Jesús cuando nos llama. Él nos alienta a responder, nos mira con cariño, da palabras de aliento para los que aceptan responder a su llamada sin apegos ni ataduras. Lo vemos en el caso de este joven y en su reflexión sobre su vida.
Jesús nos sigue invitando a seguirle: "Ven y sígueme" (Mc 10,, 21). Pero cuánto nos cuesta desprendernos de nosotros mismos, de nuestros lazos familiares y amistades, de nuestras seguridades y no se diga de nuestros bienes materiales: casa o dinero. Por esto hoy tenemos que estar dispuestos a responder a la invitación de Jesús a seguirle. Él nos garantiza que nos dará todo lo necesario en esta vida y después recibiremos la vida eterna. Seamos fuertes y firmes a responder a Jesús. Él nos invita con cariño a seguirle.