Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
El cuarto domingo de la Pascua es conocido tradicionalmente como el domingo del Buen Pastor. La Iglesia lo aprovecha para orar por las vocaciones a la vida sacerdotal tanto diocesano como religioso y para orar en general por las vocaciones a la vida religiosa (sea femenina o masculina) o a la vida contemplativa.
Es necesario pedir al Señor, dueño de la mies, que mande operarios para la Iglesia. Jesús dice en el Evangelio: "Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas" (Jn 10, 11). De hecho, Jesús es el Buen Pastor porque realiza constantemente la misión de entrega salvadora en favor de su rebaño que es la Iglesia.
Hoy día la vida sacerdotal y religiosa lamentablemente está en boca de todos o desacreditada por unos pocos que por enfermedad, debilidad o poca vergüenza no han sido fieles a su vocación. Por lo cual: hay que pedir a Jesús Buen Pastor que conceda muchos pastores, santos y buenos que vivan su vocación de acuerdo al corazón de Jesús, que imiten al Buen Pastor en dar la vida por sus ovejas; que sepan acompañar a su rebaño por las verdes praderas y lo conduzcan hasta llevarlo por los buenos caminos en la vida hasta el cielo.
En muchas ocasiones escuché en ordenaciones sacerdotales y en la Misa Crismal a Mons. Ulises Casiano Vargas (nuestro primer obispo y emérito de la diócesis) decir que las vocaciones son "la respuesta de un Dios providente a un pueblo orante". De esta forma nos hablaba de lo importante de pedir por las vocaciones, lo necesario que es que el pueblo ore sin cesar por el aumento de estas, por la respuesta de todo aquel que se siente llamado por Dios para ser otro Cristo en la Iglesia y para que nunca nos falten los pastores que nos prediquen el Evangelio y nos den el alimento de la Eucaristía.
Tenemos todos los cristianos el deber y la obligación de orar mucho para que Dios despierte el corazón generoso de nuestros jóvenes para responder a la llamada a la vida sacerdotal o religiosa. Candidatos y jóvenes con inquietud hay muchos; les falta ese empuje, porque en su interior está la duda y en muchos casos huyen al compromiso. Termino esta reflexión con un soneto de Lope de Vega que nunca he olvidado. Con él, en una de mis clases en la escuela superior, expliqué mi vocación ya definida:
¿Que tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Que tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
"Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía"!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
"Mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!