En aquel tiempo, caminaban con Jesús grandes multitudes y, dirigiéndose a ellos, les dijo: "Si alguno quiere venir a mí, y no deja a un lado a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, o aún a su propia persona, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz para seguirme, no puede ser mi discípulo. En efecto, cuando uno de ustedes quiere construir una casa en el campo, ¿acaso no comienza por sentarse a calcular los gastos para ver si tiene con qué terminar? Porque si pone los cimientos y después no puede acabar la casa, todos los que lo vean se burlarán de él y dirán: 'Ahí tienen a un hombre que comenzó a construir y fue incapaz de concluir'. Cuando un rey parte a pelear contra otro rey, ¿no comienza por sentarse a examinar si puede con diez mil hombres hacerle frente al otro que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, envía mensajeros, cuando el otro esta lejos todavía y trata de lograr la paz. Del mismo modo, cualquiera de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío".
Palabra del Señor.
María: discípula ejemplar
Jesús en su Evangelio es claro al hablar de los discípulos. Para poder ser su discípulo el hombre tiene varias condiciones que cumplir: amarle a Él sobre todas las cosas, cargar con la cruz, la renuncia de todo por Él y seguirle.
Amar a Dios sobre todas las cosas es el primer mandamiento de la ley judía. Todos somos conscientes que Dios al ser el creador de todas las cosas es el que les ha dado participación en su bondad; por lo cual es superior el creador a las criaturas. Pero por desgracia, los hombres nos dejamos cegar por las cosas temporales de tal forma que olvidamos, por lo menos en la práctica, que Dios vale más que todas las cosas juntas. El ser humano en vez de volcarse en la busqueda de Dios y disfrutar de su amor, se ha volcado sobre las criaturas con el consecuente olvido de Dios. El Amor a Dios sobre todas las cosas no nos aparta de estas. Las cosas creadas nos sirven de medio para llegar a Dios, para encontrarnos con Él. Son un medio para que nosotros, como discípulos, descubramos a Dios y su grandeza.
Un ejemplo hermoso de un discípulo de Jesús que supo descubrir la grandeza de Dios en lo pequeño fue María. Esta mujer de Nazaret contemplaba a Jesús, su hijo, y podía ver al Hijo de Dios. No es simplemente que el Ángel se lo anunció, no, es que ella fue, por encima de las cosas naturales, descubriendo al Salvador. Descubrir a Dios en el llanto de un bebé, en los juegos de un niño, en la independencia de un joven y en la libertad de un adulto no debió ser fácil para una madre. Pero María lo hizo. Aprendamos de ella a ver, más allá de las cosas, el amor de Dios.