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1.- Todos expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: ¿No es este el hijo de José? Esta actitud de los paisanos de Jesús, en Nazaret, admirándose del hecho de que Jesús precisamente por ser un paisano de ellos no pueda decir palabras de gracia, palabras maravillosas, debe hacernos pensar. Probablemente, alguna vez también algunos de nosotros hemos pensado que una determinada persona, de origen humilde y sin formación especial, pueda decir cosas importantes, cosas que nosotros deberíamos considerar y tener en cuenta. Debemos considerar las palabras y los hechos de los demás por el valor que tienen en sí mismas, no por la importancia social, religiosa, o política del que las dice. Tampoco debemos caer en el extremo contrario: pensar que una persona, por el hecho de ser una persona importante, en lo social, en lo político, o en lo religioso, vaya a decir siempre cosas importantes y que nosotros tenemos que tener en cuenta. Debemos dar más valor al hecho de que una persona sea buena y sincera, que al hecho de su origen social, o importancia religiosa y política. Porque una persona buena y sincera es seguro que nunca va a querer engañarnos, sino todo lo contrario: tratará siempre de ayudarnos y buscará nuestro bien.
2.- Otro punto importante de las palabras que se nos dicen en este relato evangélico, según san Lucas, es el de la universalidad del Espíritu de Jesús. Jesús les dice a los de su pueblo que se fijen en el hecho de que Dios envió a los profetas Elías y Eliseo a atender a dos personas que no eran judías: la viuda de Sarepta era de Sidón y Naamán era sirio. Para el Dios de Jesús no tiene más valor una persona por ser judía, que por ser extranjera. Precisamente, fueron estas palabras de Jesús las que más enfurecieron a sus paisanos de Nazaret, hasta el punto de que, precisamente por estas palabras, echaron a Jesús del pueblo y quisieron despeñarlo, monte abajo. En estos tiempos, en que aquí en España y en otros países del mundo se habla tanto del peligro de recibir a tanto emigrante, debemos tener en cuenta esto: para nosotros, los españoles, una persona no es menos importante por el simple hecho de que no sea español. El derecho a la inmigración, evidentemente, debe ser regulado, pero nunca negado. Yo recuerdo que, por los años 70, cuando había tantos emigrantes españoles en Alemania, defendíamos con todos los medios a nuestro alcance, nuestro derecho a la emigración. Los cristianos debemos atender y ayudar a todas las personas que podamos, sean de la nación que sean. Que nuestro espíritu cristiano sea siempre un espíritu universal, como lo fue el Espíritu de Jesús de Nazaret.
3.- Antes de formarte en el vientre, te elegí, te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande. Lucharán contra ti, pero no podrán, porque yo estoy contigo para librarte. El profeta bíblico es una persona que habla en nombre de Dios, está inspirado por Dios. Más de una vez tiene que decir al pueblo cosas que no les gusta y hasta podrán perseguirlo y maltratarle para que se calle. Pero él prefiere sufrir y hasta morir, si llega el caso, antes que callarse. Así lo hizo el profeta Jeremías, de quien es el texto que acabamos de leer en la primera lectura. Todos los cristianos debemos sentirnos profetas del evangelio de Jesús, cumplirlo, predicarlo y proclamarlo, aunque a veces nos cueste el desprecio o la persecución de algunos personajes importantes en lo político, en lo social o en lo religioso, a los que las verdades del evangelio les obligarían a cambiar de opinión y de conducta. El profeta Jeremías, de hecho, tuvo que huir de su patria y murió en el destierro. Y, por supuesto, el ejemplo más claro de profeta bíblico fue Jesús de Nazaret. Intentemos nosotros ser siempre buenos discípulos de nuestro Maestro.
4.- Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde… El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, todo lo espera, todo lo soporta. No lleva cuenta de la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor no pasa nunca. Lo más grande es el amor. Yo creo que todos conocemos casi de memoria este texto de san Pablo, este himno al amor, de Corintios 12, porque es casi seguro que lo hemos oído leer en más de una boda a la que hemos asistido. No lo voy a comentar yo ahora una vez más, me limito a invitarles a todos ustedes a que lo lean y lo mediten personalmente.