Autor: P. Harry López Vázquez
La mayoría de los cristianos pensamos que la salvación es algo personal, o sea, que yo tengo que buscar para mí solamente. Pero la realidad es que todos tenemos cierta responsabilidad en la salvación de los demás. Se nos ha enseñado a ser individuales y en cierta forma egocéntricos; que ya los demás, el otro, sino es parte de mi familia, no me importa o no me interesa lo que le pase.
En la Iglesia somos un cuerpo -el cuerpo de Cristo- y como cuerpo, en orden espiritual, estamos
interrelacionados. Esto es: la santidad o pecado de los otros nos afecta. Sí nos afecta porque resta o añade efectividad a las acciones, no sacramentales, de la Iglesia. Como una parte del cuerpo cuando está enferma hace que todo el cuerpo se vea afectado por la enfermedad, de igual forma cuando un cristiano está en pecado grave hace que toda la Iglesia esté, en cierta forma, incapacitada en su eficacia al actuar.
Teniendo lo anterior en cuenta, entonces podemos entender el llamado a la corrección fraterna. Estamos obligados moralmente a ayudar a nuestros hermanos y en esto consiste el aconsejar e iluminar a los hermanos cuando se desvían del camino recto. Esta ayuda hay que darla con mucha caridad. La razón o el motivo que nos lleva a la corrección del hermano ha de ser el amor. Muchas veces nuestra corrección al otro no va motivada por la caridad sino por la justicia, el coraje, el egocentrismo, etc.
Si vas a amonestar a alguien, el principio que te empuje a hacerlo ha de ser el buscar la salvación del hermano amonestado. Hay que hacerlo con caridad, por supuesto con delicadeza y en el lugar y momento oportuno. La caridad y la prudencia deben regir nuestro actuar en este aspecto.
La corrección fraterna no es humillar, desacreditar o juzgar al otro. No; es mostrarle su error, señalarle el camino correcto y ayudarlo a mantenerse en el cumplimento de la voluntad de Dios. Así ayudando al hermano estas ayudando a la santidad de toda la Iglesia.
"La santidad no está en tal o cuál práctica, sino que consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre". Santa Teresa del Niño Jesús