Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
Dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que “la familia es la célula vital de la sociedad” (CDSI. 209). Es en la familia donde la persona empieza a conocer cómo comportarse, actuar, pensar, vivir y relacionarse con sus semejantes. La familia es el espacio que Dios ha regalado al ser humano para desarrollarse y enfrentar la vida. Por tal razón, si queremos una sociedad sana y con valores, debemos procurar familias que reúnan lo necesario para ese desarrollo integral del ser humano.
La familia es el primer núcleo en el que se colocan los primeros cimientos. Allí se educan a los hijos en el valor del trabajo, de la participación, de la responsabilidad, del bien y del mal. En la familia se aprende a conocer el amor y la fidelidad del Señor, así como la necesidad de corresponderle (cf. Ex 12,25-27; 13,8.14-15; Dt 6,20- 25; 13,7-11; 1 S 3,13); los hijos aprenden las primeras y más decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes (cf. Pr 1,8-9; 4,1-4; 6,20-21; Si 3,1-16; 7,27-28). Por todo ello, el Señor se hace garante del amor y de la fidelidad conyugales (cf. Ml 2,14-15). En efecto, la familia es una verdadera escuela de valores. Pero, este espacio vital, esta relación familiar, fue herida por el pecado. El pecado ha hecho que la familia no llegue a su buen término ni se establezca bajo el plan salvífico de Dios sino por el deseo mal orientado de la concupiscencia.
El pecado del hombre, introducido por el Maligno en el mundo, ha llevado a que las relaciones familiares se vean destruidas. El pecado denigra al ser humano y lo hace deshumanizarse guiado por el egoísmo y por la soberbia. Estos pecados, raíces de los otros llevan al ser humano a interesarse solamente en sus deseos hasta olvidarse de los demás. Las rupturas de las familias son producto de este amor propio desordenado que no permite una sana convivencia. Algunas heridas son tan profundas que la sanación resulta ser mucho más compleja.
La Palabra de Dios, Jesucristo, quiso hacerse parte de la familia humana. Dios envió a su Hijo al seno de una familia. Él es nuestro Salvador, pero también es el Salvador de la familia. Con su Encarnación nos muestra que el deseo de Dios es redimir todo aquello que fue dañado por el pecado. El Señor quiere entrar en nuestro núcleo familiar y quiere reinar en él, como reina en el seno de la Sagrada Familia.
Dios quiere que nuestras familias le sirvan a la Vida y no al pecado. Para servir a Dios muchas veces hay que dejar de lado nuestro amor propio y nuestros pensamientos para dar paso a la voluntad del Señor. Miremos al Dios hecho hombre en un pobre pesebre. Éste es el testimonio de humildad que debe existir en nuestros hogares.