Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
Dice un antiguo refrán “cosecha vientos y tendrás tempestades”. El significado de esta frase popular nos remite a las consecuencias de nuestras acciones. Ciertamente la frase esta en negativo, pero si la contemplamos desde un punto de vista divino nos tiene mucho que decir: “cosecha la Palabra de Dios y tendrás la salvación”. Cuando Dios nos habla a través de su Palabra se nos siembra en el corazón la buena nueva de la esperanza.
Una de las enseñanzas que podemos sacar del evangelio de este domingo es que la Palabra de Dios siempre rendirá su fruto. Dice el Evangelio que el sembrador salió a sembrar. Sin embargo, los que conocen un poco de agricultura, notarán que nuestro sembrador no siembra propiamente, sino que lanza la semilla. Esto es un poco ilógico ya que la semilla necesita un proceso saludable para que de su fruto. Lo interesante del caso es que creció en todo tipo de tierra, aunque al final no diera frutos por las razones que ya menciona el evangelio. ¿En qué debemos fijarnos? Que al igual que la semilla fue lanzada y creció; el evangelio es proclamado y siempre crece en el corazón. Nosotros estamos llamados a anunciar la Palabra de Dios. Cada cristiano es como el sembrador. Lanza con su vida el mensaje de Jesucristo por medio de palabras u obras. Constantemente estamos en la misión de anunciar el Evangelio.
El Señor espera unos frutos de la Palabra que ha colocado en nuestros corazones. Cada uno al final del día deberá presentar ante el Señor los frutos que cosechó. Ya lo decía Yahvé, Dios, por los labios del profeta Isaías, “no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55, 11). Los frutos son nuestras obras, buenas o malas.
Los buenos frutos de la Palabra de Dios germinan por la vida en el Espíritu Santo. San Pablo nos habla acerca de estos frutos: “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, dominio de sí” (Gal 5, 22-23). Pero también el apóstol nos habla acerca de esos frutos malos que no permiten a la Palabra de Dios germinar en nuestro corazón como lo son la “fornicación, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la hechicería, los odios, la discordia, los celos, las iras, las rencillas, las divisiones, las disensiones, las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes” (Gal 5, 19-21). Debemos pedir al Espíritu que arranque todo abrojo, mala hierba y cizaña que no permita el crecimiento de la Palabra de Dios en nuestra vida. El Espíritu siembra y cultiva nuestra relación con Dios. Prepara el corazón y lo dispone para recibir con agrado la Palabra del Señor.
Por último, esto nos debe llevar a reflexionar como cristianos. ¿Qué espíritu estoy cultivando en mi vida y en la vida de los que me rodean? ¿Estoy sembrando vientos o estoy sembrando la Palabra de Dios? ¿Siembro el amor o el odio? ¿Qué estoy sembrando con mis comentarios y mis actitudes? ¿Cómo estoy llevando la Palabra de Dios a mi vida y a la de los demás? En nuestro corazón se ha colocado la semilla de la Palabra de Dios. No la desperdiciemos con cosas que en el fondo no valen la pena ni nos dejan ser felices. Si hay alguien que quiere sacar lo mejor de ti: ese es Dios.