Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo
“El pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio” (LG. 12), nos dice la constitución Luz de las Gentes del Concilio Vaticano II. La Iglesia goza del don profético desde el día de su institución. Ella es la que lleva al mundo la Palabra de Cristo para anunciarla a las gentes. El mismo Jesús se lo decía a sus discípulos: “a quienes ustedes escuchan a mí me escucha” (Lc. 10, 16). Pero esta misión profética de la Iglesia no siempre es acogida ni creída en el mundo moderno. En efecto, experimentamos una apatía a la fe. No debemos temer ya que al Señor tampoco le aceptaron su testimonio que procede del Padre. Más aun el evangelio de hoy nos lo recuerda ya que “no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando” (Mc 6, 6). Sin embargo, fijémonos que la falta de fe no detuvo al Señor, sino que prosiguió con la fuerza del Espíritu anunciando la Buena Nueva.
Los profetas del Antiguo Testamento les ayudo siempre el hacerse consientes de su misión. El profeta Ezequiel nos narra su experiencia con la voz del Señor. Yahvé, por medio del Espíritu, le comunica la misión a Ezequiel y le hace consiente de las dificultades que enfrentara ante el pueblo de Israel. Sin embargo, el Señor le dice “yo te envío a los israelitas” (Ez 2, 3). Pero ese envío no significa que ira solo a pronunciar la Palabra a un pueblo duro y obstinado. Ezequiel no ira solo, sino que contara con la fuerza del Señor. Esto le ayudo para enfrentar las dificultades y anunciar a tiempo y a destiempo la palabra a él confiada (cfr. 2 Tim. 4, 2).
Muy bien decía Santo Tomás de Aquino, “Dios no llama a los capacitados, sino que capacita a los que llama”. Cada uno de los profetas fueron capacitados por Dios para llevar a cabo la misión que les fue conferida. El Señor fortalece también aun en los momentos de desaliento. San Pablo se lo decía a los Corintios en los momentos de prueba que estaban atravesando: “es Dios quien nos reconforta en Cristo, a nosotros y a ustedes” (2 Cor. 1, 21). El mismo apóstol de los Gentiles se lo recordaba al joven obispo Timoteo ante la misión que estaba por emprender, “proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar” (2 Tim 4, 2). Esa misma paciencia incansable se la debemos pedir nosotros al Señor. Una paciencia incansable para vivir nuestra fe en el Señor cada día con un ánimo tenaz y perseverante.
Uno de los lugares que puede causarnos dificultad para vivir nuestra fe y anunciarla es en nuestro entorno familiar. El mismo Jesús lo expresó con un poco de ironía y angustia ante la falta de fe de los de su casa: “no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (Mc. 6, 4). Los de la casa de Jesús no vieron más allá. Simplemente contemplaron al hijo de José. Los de su casa no ponían su atención en las obras que realizaba, en las palabras que venían de Dios, sino que se quedaban en las apariencias ordinarias de Jesús. De él no esperaban nada más. En nuestras casas podemos experimentar lo mismo. Cuando intentamos dar algún consejo, alguna advertencia y buscamos ayudar nos ponen un sello que no nos permite entrar en el mundo de aquellos que viven a nuestro lado. Sin embargo, a pesar de su indiferencia y rechazo estamos llamados a vivir con intensidad la fe y los misterios que el Señor nos ha revelado.
Esta Palabra del Evangelio aun hoy se cumple. La Iglesia cuando alza su voz profética para animar y denunciar el mundo de hoy se hace de oídos sordos. Confunde constantemente la voz profética de la Iglesia con la palabra “condena” o “excomulgación” cuando en realidad es todo lo contrario. Al igual que Cristo cuando la Iglesia eleva su voz es para anunciar, denunciar e invitar a la conversión. ¿Por qué el mundo de hoy no la acepta? ¿Por qué nos cuesta escuchar la voz de Dios a través de la Iglesia cuando se pronuncia en contra de la ideología de género, del aborto, de la eutanasia y temas similares? Porque el mundo de hoy esta aferrado al pecado y confundido por las artimañas que el enemigo ha sembrado en los corazones heridos. Por tal razón estamos llamados ante todo a tener una actitud de escucha y apertura a la Palabra que Dios nos quiere entregar. Vivimos rodeados del ruido del mundo que nos grita insistentemente a los oídos que la Iglesia esta mal, que habla de cosas pasadas sin conexión al presente. Por eso es necesario entrar en el silencio de Dios y escuchar su voz. Es allí donde el Señor obra: en el silencio de la razón y del corazón y no en la irracionalidad ni el aislamiento egoísta en el que vivimos.