Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
La lepra es una enfermedad contagiosa que afecta la piel, que te desfigura, y en tiempos de Jesús representaba una maldición de Dios que dejaba impuro al que la padecía y a la persona que lo tocaba. Se veía como un castigo por los pecados cometidos.
Los enfermos de lepra vivían separados de la sociedad, en grupos o comunas, y lugares apartados que atendían sus propios familiares sin tocarlos. Al acercarse a la gente, tenían que tocar como una campana para indicar que pasaba un leproso. Eran los más marginados de la sociedad y hasta de los grupos religiosos como el judaísmo, sufriendo no solo el dolor de la enfermedad sino la marginación y el dolor moral. Por esto Jesús, para corregir la falsa idea de que Dios maldecía o castigaba a una persona que tenía lepra, entonces tocaba a los leprosos. "Extendió la mano y lo tocó" (Mt 8, 3). Es un detalle de Jesús que muestra la ternura, compasión, misericordia y amor con los que son excluidos de la sociedad. Él se acerca a ellos. Son los que hoy el Papa Francisco nos manda ir a buscar en las periferias.
En Lucas 17, 11-19 a Jesús pasando entre Samaria y Galilea, a la entrada del pueblo, se le acercan diez leprosos. Ellos de lejos salen a su encuentro y le gritan: "Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros". El les responde: "Id a presentarse a los sacerdotes". Mientras iban, quedaron sanos los diez. Pero uno solo, el Samaritano, volvió a Jesús y le dió las gracias. Él preguntó: ¿Dónde están los otros nueve? ¿No quedaron sanos?" Pues sí, pero por ser judíos se creían que tenían el privilegio de merecer ese favor y no agradecieron el milagro. No cumplieron con lo prescrito por la Ley: ir a presentarse al sacerdote para porder integrarse nuevamente a la sociedad. El Samaritano, extranjero, tenido por pagano y pecador, reconoce en Jesús al Sacerdote, a Dios, y viene a dar gracias y se postra en tierra.
La Iglesia, en sus veinte siglos de existencia, siempre ha atendido a los leprosos y se ha ocupado de ellos (por ejemplo: P. Damián, Madre Teresa de Calcuta, entre otros). Ya la lepra tiene cura hoy, pero existen leprosos en algunas partes del tercer mundo y tal vez cerca de nosotros. En los países civilizados y cristianos tenemos hoy día otras lepras: la marginación a los enfermos de SIDA, de cancer, tuberculosos, enfermos mentales, usuarios de drogas y alcohol; la violencia callejera, la violencia doméstica, el abuso a mujeres y menores, el aborto, divorcios, las guerras, la falta de valores y de respeto a la dignidad humana. Y no se diga el abuso a los ancianos y mayores que, con hijos, viven en la soledad y el rechaso social.
Preguntémonos entonces:
¿Qué estamos haciendo hoy nosotros?
¿Cuál es nuestra actitud, como respuesta a la fe que profesamos, ante las lepras de nuestra época?
¿Somos testigos de Jesús, con nuestras actitudes, en estos nuevos tiempos?
¿Somos misericordiosos con los demás como Dios es misericordioso con nuestras lepras?