1.- VALE LA PENA. - Dios, a través de la liturgia, nos trae a la memoria el heroísmo de los siete hermanos que, con su madre al frente, entregaron sus cuerpos jóvenes al tormento y la muerte, antes que dejar de cumplir la ley divina. Ejemplo vivo que se ha repetido después en muchas ocasiones, que se repite hoy también en mil rincones de la tierra.
Hombres que dan su vida por ser fieles a la voluntad de Dios. Fidelidad heroica de los que caminan al martirio con los ojos iluminados y una canción a flor de labios. Estímulo y ejemplo a seguir de los que dijeron que sí a la llamada de Dios; esos que siguen caminando por el mismo itinerario de siempre a pesar de las dificultades, a pesar de los años, a pesar de los pesares, siempre fieles.
Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres... Ayúdanos, Señor, fortalece nuestra debilidad, haznos resistir a la tentación, hasta llegar a la sangre si fuera preciso. Somos débiles, cobardes, nos desalentamos, rompemos nuestros compromisos. Ayúdanos, Señor, haznos fieles hasta la muerte. Conscientes de que sólo así recibiremos la corona de la vida.
El más pequeño veía cómo sus hermanos, uno a uno, se retorcían de dolor en la cruel tortura, miraba aterrorizado cómo sus ojos se nublaban, cómo sus cabezas quedaban lacias cual flores marchitas. Y era tan fácil evitar todo aquello... Bastaba con una palabra, con un gesto. Y todos hubieran vivido, hubieran disfrutado de la lozanía de los años mozos.
El rey, el tirano cruel, sus esbirros, su corte de aduladores, todos se asombraban de aquel valor supremo, todos estaban desconcertados ante la fidelidad de aquellos muchachos, de aquella mujer que animaba a sus hijos para que fueran serenos y alegres al tormento.
Ellos esperaban la resurrección, ellos estaban íntimamente persuadidos de que detrás de todo aquello estaba la vida eterna. Por eso no temían a nada ni a nadie... Recuérdalo, vale la pena. No tienen comparación los sufrimientos que podamos tener en esta vida con la dicha que nos espera en la otra, y acá abajo también. El ciento por uno en la tierra y la vida eterna en el cielo. Sí, vale la pena.
2.- LA VIDA ETERNA. - En Jesucristo se cumplió plenamente el salmo segundo. No sólo porque él es el Rey mesiánico que se anuncia en dicho salmo, el Hijo engendrado en la eternidad que en él se canta, sino en cuanto que también en Cristo se cumple ese amotinamiento de las gentes, ese ponerse de acuerdo los grandes de la tierra en contra suya. En efecto, hoy vemos cómo los saduceos, que eran enemigos de los fariseos, se ponen de acuerdo con ellos para atacar a Jesús. Así en este pasaje intentan poner en ridículo al Maestro y defender al mismo tiempo su propia postura ante la eternidad, que, en realidad negaban al no admitir la resurrección de la carne.
El ejemplo que aducen es extraño, pero no inverosímil: una mujer que, según la Ley del Levirato, viene a ser viuda y esposa sucesivamente de siete hermanos. ¿Quién se quedará con ella al final, en la otra vida? El Maestro contesta que después de la muerte, los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección no se casarán, pues ya no podrán morir y serán como ángeles, participarán como hijos de Dios en la Resurrección.
Es un pasaje muy adecuado para el mes de ánimas en que leemos este pasaje. La liturgia nos recuerda al principio de este mes la existencia de ese otro mundo en el que moran los muertos. Esos que ya se fueron para no volver, aquellos que nosotros volveremos a encontrar después de nuestra propia muerte. Esos que nos fueron tan queridos, y a quienes debemos seguir queriendo y ayudando con nuestras oraciones y sufragios por sus almas.
Esta actitud terrena y temporal de los saduceos podemos decir que todavía sigue vigente en la doctrina de algunos. Otros quizás digan creer en esa vida del más allá, pero en realidad su conducta prescinde por completo de esa realidad. Viven como si todo se terminara aquí abajo; como si sólo importase el dinero o todos esos valores meramente materiales por los que suspiran.
Olvidan que todo lo de aquí abajo es relativo y pasajero, que sólo quedará en pie la vida santamente vivida, sólo nos servirá el bien que hayamos hecho por amor a Dios. No podemos, por tanto, vivir como si todo se redujera a los cuatro días que en esta tierra pasamos. Hay que tener visión sobrenatural, visión de fe que extiende la mirada a los horizontes que hay más allá de la muerte.
Ciertamente, es una verdad de fe que los muertos resucitan. Es, además, la verdad que cierra nuestro Credo. Así el alma, una vez que el cuerpo muere, comparece ante el tribunal de Dios para rendir cuentas de sus actos. Recibe la sentencia y comienza de inmediato a cumplirla en espera de que el cuerpo se le una para sufrir o para gozar, según haya sido la sentencia divina. Cuando llegue el día del Juicio universal, entonces también los cuerpos volverán a la vida, se unirán para siempre con la propia alma. Desde ese momento se iniciará la historia que ya nunca acabará.