Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador porque, ha mirado mi humillación” (Lc.1, 46-47). Hoy la Iglesia con júbilo celebra la asunción de la Santísima Virgen María al Cielo. El pueblo de Dios eleva su voz junto con María para proclamar las maravillas del Señor. Por su fiat hemos sido salvados en su hijo Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Ella por abandonarse en los planes salvíficos adquirió la salvación por los méritos de su Hijo. Por esos méritos y su entrega incondicional esta ahora asunta al cielo para interceder por nosotros ante su Hijo amado, Jesucristo. ¿Qué es el dogma de la asunción? La Iglesia proclama con dicha verdad de fe que el cuerpo de María no se descompuso, sino que fue elevada al Cielo en Cuerpo y alma. La Solemnidad de la Asunción se conoce también como la resurrección de María Santísima.
El dogma de la asunción manifiesta la íntima unión entre Jesús y María. El papa san Juan Pablo II expresaba que esta unión “se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Salvador, en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo, en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de exigir una continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo” (Juan Pablo II, Audiencia de 2 de julio de 1997). El Sagrado Corazón e inmaculado Corazón son dos amores inseparables.
En el concilio Vaticano II es profundizó el misterio de la asunción. María es colocada como tipo de la Iglesia en el capítulo VIII de la Lumen Gentium. El papa Juan Pablo en una catequesis de 2 de julio de 1997 comenta dicho capítulo de la Lumen Gentium con las siguientes palabras: “los padres conciliares quisieron reafirmar que María, a diferencia de los demás cristianos que mueren en gracia de Dios, fue elevada a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una creencia milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que representa a María cuando entra con su cuerpo en el cielo” (Audiencia de 2 de julio de 1997). La vida de María es lo que Dios tiene reservado a cada cristiano y la respuesta que el Señor espera de cada uno de nosotros.
Por su asunción María es la Madre del Cielo, el signo de esperanza al cual debemos aferrarnos. Por encima de nuestra debilidad humana, de nuestros fallos, pecados y caídas María nos acompaña desde el cielo en nuestro peregrinar en la tierra. Su mirada maternal enciende en nuestros corazones el deseo por la santidad y el gozo de alabar a “Dios nuestro Salvador” (cfr. Lc. 1, 47). El misterio de la asunción nos invita a cada uno de los cristianos a unir nuestras vidas a Jesús.
La vida de María fue un discipulado constante y fiel. Nosotros estamos llamados a vivir ese discipulado intenso para alcanzar la gloria de la resurrección. Seguir a Jesús en cada momento como María lo hizo. Ella al seguir a Jesús seguía la voluntad del Padre, peregrinaba a la tierra prometida y acompañaba a Jesús en los momentos de dificultad. Su vocación discipular nos acompaña también a nosotros. ¿Quién no ha sentido paz y alivio al rezar el ave María? ¿Quién no ha sentido aquella sensación de tranquilidad al entrar a un Santuario Mariano? Es porque María nos acompaña, nos alienta y recuerda que hay una casa en el cielo esperándonos.