Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
“Son para mi tu palabra el gozo y la alegría de mi corazón”, dice el profeta Jeremías (Jer 15, 6). Este domingo de adviento la Iglesia celebra la semana del Gaudete. La palabra latina se traduce por regocijo, alegría y el estar alegres. San Pablo en la carta a los Tesalonicenses explica que la alegría es el fruto de vivir en comunión con la voluntad de Dios. Pero también es el sentimiento de la cercanía del Señor: el nacimiento de nuestro Señor y Salvador.
La alegría del cristiano es Jesucristo, Dios y hombre verdadero que ha venido al mundo para salvarlo de la tristeza del pecado. Por ello para vencer la tristeza es necesario escuchar el Evangelio con fe, esperanza y amor. Decía san Agustín sobre la necesidad de nutrir la alegría cristiana que es necesario colocar toda nuestra esperanza en Dios que todo lo puede.
Ante el mundo que vivimos nos volvemos testigos de la esperanza. San Juan Bautista con su predicación fue testigo de las promesas de Dios. Anunciaba a tiempo y a destiempo la alegría que se aproximaba. El Bautista estaba alegre porque su bautismo era uno de conversión que preparaba el camino para el bautismo real en el Espíritu de Dios. De la misma forma nosotros estamos llamados a ser testigos de la luz, de las obras que Cristo realiza en nuestra vida. Por eso debemos volver constantemente a la Luz que es Cristo para iluminar nuestro interior y alegrarnos en su mensaje de esperanza. La oración, la vida sacramental y el apostolado son las claves para mantener la alegría del corazón. Sin ellas nos alejamos del mensaje del Señor y la tristeza se apodera de nuestro corazón.
Cuando el Señor habita en el corazón no hay espacio para la tristeza. La tristeza se produce muchas veces en los corazones que viven apegados a las cosas y a las personas. Los apegos mal fundados nos llevan muchas veces a alegrarnos en el pecado. Decía san Agustín que “nada hay más infeliz que la felicidad de los que pecan”. En efecto, el pecado se vuelve una alegría pasajera que una vez pasa se torna la “más amarga amargura”. La alegría que viene de Dios y se funda en Él no tiene fin; no existen circunstancias que la superen; nada ni nadie la puede arrebatar del corazón.