Por: P. Ángel Ortiz Vélez
Los profetas, cada uno en su momento histórico y en el plan de salvación de Dios, responden a su llamado y misión. Como profetas y mensajeros no proclaman su palabra sino la Palabra de Dios.
Veamos como ejemplo al profeta Ezequiel. Oyó Ezequiel una voz que le dijo: "A ellos te envío para que les comuniques mis palabras" (Ez 2,4). Ezequiel en su momento se presentó con todo su dramatismo y cumplió con su misión de profeta: ser la voz de Dios; sin embargo el pueblo de Israel lo ignoró y rechazó. Este pueblo era rebelde, incomprensivo, hostil, testarudo y obstinado. A este profeta no le importó el rechazo ni el aparente fracaso de su misión. Ante el plan de Dios, lo escucharan o no, cumple con anunciar y proclamar la Palabra de Dios.
"Si hay lugar donde un profeta es despreciado es en su tierra, entre sus parientes y en su propia familia" nos dice Jesús en el Evangelio (Mc 6, 4). De ahí el conocido refrán. Jesús en Nazaret (en su casa) por falta de fe de los suyos no hizo muchos milagros, solo curó algunos enfermos. Como buen judío, Jesús cumplió con ir el sábado a la sinagoga. Allí transmitió la enseñanza. ¡Estaba con los suyos!, lo más seguro habló con familiaridad, con confianza, con ejemplos claros; pero la gente lo rechazó. Podríamos llamarle a este momento el rechazo de Nazaret. El público lo escuchaba con asombro y se preguntaba: "¿de dónde viene todo eso?" ¿y esa sabiduría...? (Mc 6,2). Esto no desanimó a Jesús, Él continuó su misión predicando a otros pueblos de la región.
Hoy en día la gente rechaza al Papa, a los obispos y sacerdotes de la Iglesia. Se mira a la Iglesia y a la jerarquía como fracasados. Pero la Iglesia, el Papa, los obispos, los sacerdotes y todo buen cristiano tienen que ser profetas; tienen que anunciar la Palabra de Dios aunque se les mire como fracasados (con rechazo). Los nazarenos, según el relato de Marcos, tuvieron tres actitudes hacia Jesús: admiración, desconfianza e incredulidad. Reconocieron su sabiduría pero desconfiaron de su doctrina y les costó creer sus milagros. Nosotros hoy pecamos con estas actitudes. Nos falta que la Eucaristía nos anime a vivir el Evangelio de Jesús. Con fe vivamos la gloria de la resurrección para anunciar el Evangelio con ánimo, entrega y corresponder con más amor a Jesús, a los hermanos y a su Iglesia. Amén.