Autor: P. Harry López
El encuentro entre Jesús y los discípulos de Emaus es muy aleccionador para nosotros porque nos da varias claves para reconocer la presencia de Dios en medio de nuestra vida.
Primero: Jesús camina con nosotros. Él está al lado del hombre, no nos abandona. El Verbo divino se hizo semejante a nosotros, en todo menos en el pecado, para que tengamos la certeza que Dios nos ama y, como nos ama, está junto a nosotros. Son nuestros ojos los que a veces son incapaces de reconocerlo. No lo reconocemos porque, en el corre y corre de la vida, no nos damos tiempo para escucharlo, para oírlo. La escucha de la Palabra, que llega al corazón y lo enciende en fuego del amor de Dios, es el medio ordinario por el cual Dios nos habla. Pero muchas veces estamos tan preocupados por tantas cosas que no escuchamos a Dios; es más, ni nos damos cuenta que está hablando. El ruido del mundo impide que oigamos la voz de Dios. Hay que apagar tanto ruido, de nuestro entorno, para escuchar su dulce voz.
Segundo: quiere entrar en familiaridad. Cuando va por el camino, Jesús hace ademán de seguir adelante. Entra en la casa, en la cercanía de la familia, en la intimidad de los discípulos porque estos se lo piden. Él respeta al hombre y su libertad. Solo tú y yo lo podemos dejar entrar en nuestra casa, en nuestra alma. Es una prerrogativa de los hombres dejar entrar o no a Dios en nuestra vida. Si lo invitamos, Él entrará y hará morada perpetua en nuestra casa. Jesús espera con paciencia tu invitación: ven siéntate a mi mesa.
Por último: Él se nos da en la Eucaristía. No es raro que los discípulos lo reconocieran en la fracción del pan. El texto hace referencia a la celebración de acción de gracias que ya para esa época estaba celebrando la comunidad cristiana primitiva. Es allí, en la Eucaristía, donde los discípulos nos encontramos con Jesús, es allí donde hemos de verlo victorioso. Jesús, el Señor, está en medio nuestro oculto bajo las especies de pan y vino consagrado; se ha quedado allí para nuestro bien espiritual, porque quiere entrar en comunión con los hombres que tienen hambre y sed de Dios.