Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
Hoy empezamos el tiempo ordinario con la llamada de los discípulos. Simón, Andrés, Santiago y Juan fueron con Jesús porque Juan Bautista les dijo “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Les mostró el camino que debían de seguir para encontrarse con el Señor de la Vida. Ellos escuchando su voz dejaron su barca, su trabajo, su sustento, por la casa de Dios. Renunciaron a sus planes por los planes de Dios. Asumieron en su vida la voluntad del Señor. Para hacer la voluntad del Señor y habitar en su casa debemos tener dos actitudes: escuchar su voz y poner por obra su mandato.
La primera actitud que nos pide el Señor es la escucha. Vivimos en un mundo donde tenemos que estar escuchando constantemente algo ya sea el radio, el televisor, la aplicación de música, etc. Podemos decir que nuestros oídos están saturados del ruido. Pero cuando se trata de escuchar la voz de Dios, de lo que Dios quiere para nosotros, se nos hace difícil guardar silencio. ¿Cómo guardamos silencio en medio de tanto ruido? Lo guardamos deseando escuchar la voz del Señor, meditando su Palabra a la luz de nuestra vida concreta. Pero sobre todo queriendo hacer su voluntad como el niño Samuel en el templo. Samuel escuchó la voz de Dios y una vez la descubrió vivía apegado a ella. La Palabra de Dios era su refugio y su seguridad.
Una vez escuchamos la voz del Señor, ¿qué sigue? Tomar acción. No se trata solo de escuchar cosas bonitas sino poner por obra lo que Dios nos pide. Es muy fácil escuchar la voz de Dios en la Iglesia y decir “que lindo habló el Padre”. Pero que difícil es cuando esas palabras bonitas las tenemos que poner por obra. Nos sucede como a Juan en el Apocalipsis cuando probó el libro que el ángel le dio a comer y sintió dulce el paladar, pero amargo en el estómago. Sin emabrgo, es así como nos hacemos templo de Dios: escuchando su voz con esperanza y entregándonos por completo a su designio salvífico.
Cuando cumplimos y hacemos la voluntad del Señor estamos en camino a la casa del Padre. Los discípulos no solo escucharon la voz de Juan Bautista, sino que fueron tras el Cordero y se quedaron en la Casa de Jesús. El que escucha la voz de Dios y la pone por obra de seguro va a la Casa del Padre. Desde ese momento los discípulos caminaron con Jesús toda Galilea, Judea, Samaria y Jerusalén. Se hicieron testigos de la misericordia de Dios. Desde esas cuatro de la tarde tenían un hombro donde llorar, una casa donde podían hablar y compartir. Esa casa que empezó en Galilea alcanza su plenitud en la Casa eterna del Cielo. ¿Cómo iba a olvidar Juan el primer encuentro con el Señor? ¿Cómo olvidar esas cuatro de la tarde que cambió por completo su vida? Recordemos el día que el Señor nos llamó y renovaremos el amor por hacer su voluntad.