Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
Dicen nuestros viejos, “amores son obras y no buenas razones”. El Señor nos invita con la parábola de este domingo XVI a hacer la voluntad de Dios. Ser cristiano no es simplemente cuestión de oraciones, palabras y cánticos. La vida del cristiano es eso y mucho más: es poner por obra lo que le dice el Señor; es creer lo que dice Jesús.
Tenemos a dos hijos, uno que dice que sí pero después se echa hacia atrás y otro que dice que no, pero al final hace lo que le pide su padre. Jesús nos enseña a hacer la voluntad del Padre, no solo por la palabra sino también por las obras. El mismo Jesús reconoce como familia aquellos que ponen por obra la voluntad de Dios (cfr. Lc 8, 21). Muy bien dice un refrán de nuestro pueblo, “las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra”. Por ello debemos ser cristianos de acción y devoción, pues ellas nos ayudan a hacer la voluntad de nuestro padre que esta en los cielos.
Podemos correr el riesgo de negar al Señor como le sucedió al hijo mayor. Corremos el riesgo de quedarnos en palabras; en quedarnos en buenas intenciones. La consecuencia de ello es que rechazamos la voluntad del Señor. Como le sucedió al hijo mayor que dijo que sí, pero al final no fue, se mantuvo en su zona de “confort”. Dios no quiere que simplemente hablemos, sino que también actuemos conforme a su voluntad, que seamos cristianos de Palabra y de obras.
El hijo menor rechazó con las palabras el mandato de su Padre, pero al final le respondió con el corazón y fue a trabajar a la viña. Nuestro Señor espera que le respondamos con las palabras del corazón, que cumplamos su voluntad desde lo profundo de nuestro ser. Esa es la esencia del primer mandamiento, “amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Dt 6, 5). Cuando respondemos con el corazón se manifiestan las obras de Dios. Como sucedió con el hijo menor que fue a la viña a trabajar.
Es importante responder al Señor con las palabras. Hablar de Dios es hermoso, pero más hermoso es vivir la vida de la fe que es hacer la voluntad de Dios. El Evangelio nos lo recuerda con los publicanos y prostitutas que escucharon la Buena Nueva. Ejemplo de ello son el apóstol san Mateo, que escuchando la voz del Señor cambió de vida. Dejo la mesa del impuesto por la mesa de la Eucaristía. También la mujer adultera del Evangelio según san Juan que lanzada a los pies de Jesús es salvada de los que querían apedrearle. Escuchó aquella voz salvadora que le dijo “yo tampoco te juzgo, anda y en adelante no peques más” (Jn 8, 11). Un publicano y una pecadora se dejaron transformar por la palabra del Señor. Tuvieron la delantera en el Reino de los Cielos sobre los fariseos. Dejémonos transformar por la Palabra de Dios y pongamos por obra el agradecimiento de su infinita misericordia.