Por: P. Ángel Ortiz Vélez
Hoy recapitulamos en la idea central del capítulo 6 del Evangelio según san Juan. Jesús desde la sinagoga de Cafarnaúm nos da este discurso eucarístico: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo". Lo más hermoso e importante es que JESUS SE NOS DA COMO ALIMENTO: "El que come de mi carne y bebe de mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día".
¿Recuerdan la canción que dice: "Fiesta del Banquete, mesa del Señor"? Jesús nos invita a su fiesta, nos invita a sentarnos a su mesa para tener ese gran banquete que es la Eucaristía. Esto en la Sagrada Escritura se prefiguraba en la imagen del banquete, del maná y también como lo vemos en Proverbios 9, 1-6: cómo la sabiduría nos invita a un banquete de pan y vino.
Para el pueblo de Israel y para nosotros, una fiesta y banquete es signo de compartir y la mesa es el signo de comunión. Jesús nos invita a sentarnos con Él, a comer con Él. Es Jesús mismo que se nos da como alimento. Por eso hoy, miremos cómo nos acercamos a la mesa eucarística de Jesús: ¿cómo me preparo para recibir este alimento celestial que nos da la primicia del cielo aquí en la tierra? Sí, es por eso que Jesús nos dice "el que come de mi carne y bebe de mi sangre tiene vida eterna...permanece en mí y yo en él".
Si para nosotros al sentarnos a la mesa familiar es importante compartir lo poco o lo mucho que tenemos de alimento, cuánto más importante es acercarnos semanalmente a recibir y compartir la Eucaristía que es Jesús mismo que se nos da como verdadero pan del cielo.
Termino citando al papa Francisco:
"La Eucaristía dominical lleva a la fiesta toda la gracia de Jesucristo: su presencia, su amor, su sacrificio, su hacerse comunidad, su estar con nosotros... Y es así como cada realidad recibe su sentido pleno: el trabajo, la familia, las alegrías y los cansancios de cada día, también el sufrimiento y la muerte; todo se transfigura por la gracia de Cristo". (Catequesis 12 de agosto de 2015)