Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo
En algunas de nuestras Iglesias hemos contemplado un pelicano con sus crías. Dicha imagen la podemos encontrar en las puertas de nuestros sagrarios o al pie del altar. ¿Qué significa? El pelicano es un animal que vive en las costas del mar negro de Egipto, Grecia e India. Los antiguos contemplaban que el ave capturaba los peces y los depositaba en su garganta hasta llegar al nido donde se encontraban sus crías. Cuando llega golpea fuertemente su pico contra el pecho para que sus aves puedan comer. Lo interesante de ello es que a simple vista parecería que el Pelicano esta rompiendo su pecho y desangrándose para darle de comer a sus crías. Los primeros cristianos contemplaron en este signo el sacrificio de Cristo, el cual ha derramado su sangre para que todos tengamos vida en abundancia.
Esta entrega del Hijo de Dios lo contemplamos en la prefiguración del antiguo rito. El libro del Éxodo nos muestra el sacrificio de comunión que realizó Moisés en el Sinaí. Luego de escuchar el designio divino por boca de Moisés el pueblo responde: “haremos todo lo que dice el Señor” (Ex 19, 8). Desde ese momento el pueblo por medio de Moisés establece una alianza con Yahvé Dios. El pueblo se compromete a seguir los mandamientos, la vida en libertad que el Señor le ofrece luego de liberarlos de Egipto. Sin embargo, este sacrificio era solo la prefiguración de un sacrificio mayor y perpetuo.
“Llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley para redimirnos a los que estábamos bajo la Ley y hacernos hijos adoptivos” (Gal 4, 4-5). El verdadero sacrificio Yahvé, Dios, lo ha pactado por medio de su Hijo Jesucristo, Mediador entre Dios y los hombres, para hacernos santos e irreprochables por el amor. Por eso en el momento de la última cena, “amando a los suyos hasta el extremo” (Jn 13, 1), entrega su cuerpo y su sangre bajo las apariencias de pan y de vino, adelantándose a su entrega en el Calvario nos ha dejado una nueva alianza. Cristo ha derramado su sangre para redimirnos y darnos vida en abundancia. El altar en el que ofreció su cuerpo y su sangre fue la mesa en la que celebro la Pascua junto con sus discípulos los cuales los constituyo en sacerdotes de la nueva alianza. Por las manos del sacerdote llega la presencia real y verdadera de Cristo. Por medio del altar perpetua su promesa a la humanidad: “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Jesús es el pan vivo bajado del cielo. Es el convite sagrado por medio el cual nos unimos a Dios. El mismo Señor lo repetía a sus discípulos: “yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (Jn 6, 51). En cada misa nos comemos realmente el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. No es un símbolo, no es simplemente pan; es el cuerpo y la sangre de nuestro Señor y Salvador. Es el mismo cuerpo que colgó de la cruz; es la misma persona que enseñó en los lagos de Galilea; es el mismo cuerpo resucitado; es el mismo Dios quien nos comemos en cada Eucaristía y anhelamos con gozo su venida: “¡Oh Sagrado convite, donde Cristo se da, él se da en comida, memorial de su muerte, manantial de verdad, manantial de vida! ¡Ven señor, ven Señor Jesús, primera espiga! Ven Señor, Ven Señor Jesús, ¡eterna viña!”
La Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo nos debe llevar siempre a reflexionar en el sacrificio de Cristo, en su presencia real en las apariencias de pan y de vino. No es un premio que se le otorga a los que se “portan bien”. Es la fuerza que viene de lo alto para bendecirnos y santificarnos. Hoy es un día para reparar por los sacrilegios cometidos contra el sagrado cuerpo y sangre de nuestro Señor. Es un día para pedir perdón por las comuniones recibidas en pecado, profanadas y por los sacerdotes que celebran la Eucaristía en pecado. Es un día para reafirmar nuestra fe al igual que el pueblo de Israel con Moisés: “haremos todo lo que mande el Señor y le obedeceremos”. Por último, es un día para adorar y alabar a Dios presente en las apariencias de pan y de vino. ¡Viva Jesús Sacramentado! “Veneremos, pues, inclinados
tan grande Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito; la fe supla la incapacidad de los sentidos” (Santo Tomás de Aquino, Himno del Tantum ergo).