Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”, dice el Señor. Este tesoro es el encuentro con Cristo: mi relación con el Señor. El precio del Reino de los Cielos es dejar atrás el reino del pecado para introducirnos en una vida nueva. Pero ¿Cómo encontrar ese tesoro? ¿dónde empezaremos a cavar para encontrar ese tesoro?
Debemos empezar a preguntarnos por los tesoros que tenemos en nuestra vida. La primera lectura del libro de los Reyes nos lo hace ver con la subida al trono del Rey Salomón. Éste joven rey lo tenía todo. Tenía ciertamente un gran tesoro en sus manos. Entre sus tesoros tenía dinero, oro, tierras, concubinas, un gran ejercito y prosperidad. Lo interesante es que Salomón ante tanta riqueza reconoció su verdadera riqueza: Yahvé, Dios. Salomón sabía que esa riqueza no le pertenecía, sino que ellas eran un don de Dios. Por eso pidió a Dios un corazón sensato para guiar con sabiduría todo lo que se le había confiado. Yahvé, Dios, se complació en la petición de Salomón. Así, no solo le dio sabiduría sino también riquezas y poder.
Nosotros al igual que Salomón debemos pedir esa sabiduría de administrar nuestros bienes. Ciertamente lo que tenemos es producto de nuestros esfuerzos. Pero debemos recordar las palabras del apóstol San Pablo, “¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿de qué te glorías?” (1 Cor. 4, 7) Cuando administramos nuestros bienes como don de Dios; como una responsabilidad que ha sido depositada en nuestras manos, podremos adquirir mayores bienes. Esto nos ayudará a no apegarnos a las cosas materiales sino a servir por medio de ellos a aquellos que queremos. De este modo damos gloria a Dios como lo hizo Salomón con su sabiduría al pueblo de Israel.
Cuando nos apegamos a los bienes materiales de esta vida, perdemos de vista las gracias que Dios nos quiere regalar. Dios nos ha regalado, familiares, amigos, ministerios, en fin, muchas cosas y personas valiosas. Pero cuando nuestro corazón esta apegado a la cuenta de banco, al carro, a la casa o a la chequera podemos perder de vista el valor de los que nos rodean. Incluso podemos utilizar a los que tenemos a nuestro lado para adquirir lo que deseamos. Por eso el Señor nos llama a encontrar el valor de aquello que nos ha dado. Nos pueden servir de ejemplo los primeros cristianos que ante la asechanza de la muerte por las persecuciones en el imperio Romano decían, “morir antes que pecar; morir antes que entregar el sentido de mi vida; morir antes que traicionar al Señor”. De la misma forma nosotros debemos decir: morir antes que entregar el tesoro que Dios me ha dado.
Nosotros también estamos llamados a defender el tesoro que Dios nos ha dado. Tendremos dificultades para defender lo que hemos encontrado en el corazón; aquello que Jesús por el Espíritu ha depositado en nuestro interior. No nos dejemos arrebatar la alegría del Evangelio. Nos decía san Pablo en un calabozo de Roma: “¡Os lo repito estén alegres en el Señor!” (Flp. 4, 4). Nuestro combate cristiano esta sostenido por la promesa del Señor. Reconociendo que “para los que aman a Dios todo le sirve para bien” (Rom. 8, 28). Nuestras luchas tienen un sentido profundo de santidad. Peleamos con la fe contra los espíritus malignos, contras las tentaciones y malos pensamientos. Luchamos con la gracia de Cristo para que el tesoro de la alegría no sea arrebatado de nuestras manos. ¡En tus manos cristiano esta la alegría de Cristo Jesús! ¡No te la dejes arrebatar!