Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
En una ocasión un joven preguntó en un retiro de adviento a otro, ¿quién es María? A lo que contestó, “María es la muchacha que dijo que sí a Dios”. Este cuarto domingo de adviento colocamos nuestra mirada en la Santísima Virgen María, la mujer del Adviento. Ella fue el templo edificado por Dios para enviar a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. María es el templo de la Santísima Trinidad. Por su “sí” tenemos al Salvador del mundo.
La encarnación es posible por el “sí”, por el “fiat”, de María. Aquella joven de Nazaret tenía toda su esperanza puesta en Dios. Ella quería que se cumplieran las promesas de los profetas y anhelaba más que nada la venida del Mesías. Lo que María no se esperaba era que ella fuese elegida por Dios para llevar tan alta misión. Tanto así que se conturbó ante las palabras del Ángel Gabriel y le cuestionó “cómo sería posible si ella no había conocido varón”. El Ángel Gabriel le dio una respuesta que solo podía responderse con la fe: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. Ante esto María respondió con un “sí” firme y profundo: “aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Con el “sí” de María entró la gracia al mundo que estaba sumido en pecado y miseria.
María nos enseña a decirle que sí al Señor. ¿Quién se imaginaria que una joven de Nazaret desposada con un hombre quedase embarazada? Era una muerte segura lo que le esperaría. Pero la promesa de Dios va por encima de los peligros que podamos enfrentar. Como dice el salmista “bajo el amparo del Altísimo, no temo al espanto nocturno”. María estaba bajo el amparo del Altísimo; la sombra del Altísimo la ha cubierto. Nosotros también estamos bajo el amparo del Altísimo. Ya que Dios no abandona a los que ama y ha llamado para la salvación eterna.
Por último, María es el templo de la encarnación del Verbo. Ella fue la morada de los primeros latidos de vida de Jesús, el Hijo de Dios altísimo, Dios y hombre verdadero. La joven de Nazaret se convierte en el templo prometido a David en la primera lectura del domingo. María se torna la nueva morada de Dios en la tierra. Nosotros por el bautismo somos piedras vivas de la Iglesia. Como María somos llamados a ser templos de Dios en la tierra. El Señor quiere habitar en nuestro corazón, como habitó en el de María. Quiere hacer de nosotros una morada digna. Nuestro corazón se torna entonces el templo en el cual Dios quiere habitar.
¿Cómo esta nuestro templo? ¿Le estamos dando espacio al Señor en nuestra vida? Tenemos que limpiar nuestro templo interior. El único altar que debe existir en nuestro corazón es el dedicado a Dios, Uno y Trino. Rompamos los altares a dioses extraños que le quitan espacio a Dios y al prójimo en nuestro templo interior. María tenía un corazón consagrado al Señor. Nosotros debemos tener un corazón consagrado a Dios, a nuestra vocación y a nuestra santificación diaria. Como María estamos llamados a decir a Dios que “sí”, un “sí” sin medida. Cuando le decimos que sí al Señor le decimos que no al pecado. Por eso María eligió al Señor para vivir conforme a su voluntad.