Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
En aquel tiempo, Jesús puso esta comparación por algunos que estaban convencidos de ser justos y que despreciaban a los demás: "Dos hombres subieron al Templo a orar, uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: 'Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano que está allí. Ayuno dos veces por semana, doy la décima parte de todo lo que tengo'. El publicano, en cambio, se quedaba atrás y no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: 'Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador'. Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque todo hombre que se hace grande será humillado, y el que se humille será hecho grande".
Palabra del Señor.
El fariseo se tenía por cumplidor de la ley y bueno, el religioso, el que se cree justo y perfecto, el hombre de oración; pero es arrogante, superficial, el que desprecia a los demás porque no son como él, da gracias a Dios porque no es como los demás. En palabras de hoy, un equivocado de la vida que se cree que es mejor que nadie. ¡Se cree bizcocho de bodas y no llega a bizcocho de azotea! El publicano: el malo, cobrador de impuestos, el pecador, el prototipo del ladrón abusador y estafador, injusto al cobrar. Pero al llegar al Templo se queda retirado del altar, no se atreve a llegar; con la cabeza mirando al piso, no se atreve levantar los ojos al cielo, y lo único que hace es golpearse el pecho diciendo: "Dios mío, apiádate de mi que soy un pecador"
(Lc 18,13).
San Lucas nos da el hecho de una forma muy clara para llevarnos a la enseñanza de Jesús. Ese hecho: yo soy bueno pero condeno al pecador, desprecio o descalifico al hermano (la actitud del fariseo); el publicano, tenido en la sociedad por pecador público y el que ha traicionado al pueblo (pero él lo sabe), con humildad se reconoce pecador.
El contraste de los personajes de la parabola está en el modo o la estructura de la oración. El fariseo, siendo pecador, intenta autojustificarse y acusa al prójimo. El publicano ni siquiera se fija en el fariseo y su oración es una plegaria de misericordia y perdón. El publicano está en la realidad, en la verdad y es sincero; el fariseo en la mentira y engaño, su oración es falsa.
En conclusión, el evangelista Lucas nos lleva a que no seamos como el fariseo: religiosos enamorados de nosotros mismos y despreciadores de los demás. Que seamos mas bien como el publicano: sinceros, con una oración agradable a Dios, que sea humilde, sin orgullos y misericordiosa.
Meditemos:
¿Cómo es mi oración? ¿Qué hago en ella?
¿Cómo es mi relación con el prójimo y con Dios en mi oración?