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1.- El Señor Jesús manda a sus Apóstoles a predicar. Han de ir de dos en dos. Y sin medios, sin dineros, sin alforjas. Eso es lo que se ha venido en llamar la pobreza apostólica. A veces las buenas obras –el apostolado, la ayuda a los hermanos— no se llevan a cabo porque especulamos y calculamos en demasía los medios que necesitan para cumplir esa misión. Y al final el primer impulso queda ahogado de tanto planificar. Y no debe ser así. En cuanto el Señor nos lo mande hemos de salir inmediatamente a la calle. Vamos a recibir gracias suficientes para realizar nuestro trabajo. Los Apóstoles van a ser capaces de expulsar a los espíritus malignos y curaran con la unción con aceite. Ya se anuncia aquí lo que será después el sacramento de la Unción, sacramento este que es de vivos y no de muertos. Y que debe recibirse para ser curado y no a modo de extremaunción. Solo el poder divino puede expulsar demonios y curar enfermos. Y esa es la prueba que el Señor va a dar mucho poder a los Apóstoles –y a los que quieran dedicarse al apostolado— para mejor cumplir su misión. Y la difusión de la Palabra de Dios debemos confiar más en la ayuda del Señor, que en nuestras propias fuerzas, aunque para evitar tentaciones del Maligno, hemos de poner todo nuestro esfuerzo en ese empeño. Hemos de salir al campo inmediatamente y comenzar a trabajar.
2.- La característica de ese trabajo evangelizador está excepcionalmente bien reflejado en fragmento del Capítulo Siete del Libro de Amós, que hemos leído hoy. El encargo al profeta es muy preciso y sin lugar a dudas. Y así suele presentarnos Dios sus proyectos. Pero eso sí: debemos tener muy abiertos los “oídos del corazón” para comprender su mensaje. Igualmente, Jesús cuando manda a los Doce les indica lo que tienen que hacer, incluso “sacudirse el polvo de los pies o llevar solo un bastón.
3.- Hemos comenzado la lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios. Y ese inicio se ha convertido en uno de los himnos más bellos que utiliza la Iglesia. Pero es además una declaración teológica de gran hondura y la confirmación como proyecto divino de lo que es la Iglesia. La doctrina de Pablo sobre Cristo como cabeza y los demás fieles (la Iglesia) como cuerpo es un designio de Dios que da vida a nuestra actividad común, entonces y ahora. No hemos de olvidar la substancia divina que reside en la Iglesia. No es una organización estrictamente humana, mejor o peor dirigida o intencionado. Es una fundación de Dios, basada en la misión de su Hijo Unigénito para reconciliar al mundo.
4.- Y sirvan estas últimas palabras a modo de epilogo y recordatorio para toda la semana. El comienzo de la Carta de San Pablo a los Efesios se utiliza como himno en la Liturgia de las Horas. La mayoría de los inicios de las epístolas paulinas contiene bellísimos actos de acción de gracias por la conversión de sus discípulos. La obra que conocemos de San Pablo es más que monumental y muy importante para el desarrollo de la Iglesia. Es un compendio doctrinal de tal naturaleza que bien podríamos decir que "ya no ha hecho falta más". Pero la importancia de San Pablo no eclipsa el mensaje evangélico propiamente dicho a cargo de los cuatro evangelistas. En el texto de San Marcos de esta semana hay un encargo para salir a predicar. Es un como un entrenamiento previo apara acciones mayores y futuras. Les da poder para expulsar a los espíritus malos y para curar y no puede dejarse de pensar la gracia recibida. Unos rústicos pescadores van a tener inmediatamente capacidad para exponer que es el Reino de Dios y, además, curaran del cuerpo y del espíritu.
5.- Hay siempre en la acción del apostolado una aportación de fuerzas que no parece propia. Ciertamente, no es una cuestión "automática". Donde uno cree que va a ser más fácil convencer, resulta muy complicado; pero, inesperadamente, aparecen otros momentos que todo se presenta como más fácil. Jesús estaba con los apóstoles --predicadores y peregrinos-- que salieron al mundo. Está, también, con todo aquellos que se inician en la misión de llevar la Palabra de Dios a los otros hermanos. Dios está con todos los apóstoles, con quienes ejercen con esperanza el apostolado.