Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
¿Quién es el Mesías?
El domingo de Ramos es el día inaugural de la semana Santa. Por medio de su apertura Jesús empieza su camino hacia la cruz, es alabado como el hijo de David y como el Mesías prometido. Las palmas y las alabanzas muestran el regocijo de aquel pueblo que esperaba la liberación e instauración de los tiempos mesiánicos. Sin embargo, dijo el Señor “mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36). El Mesías político triunfante estaba muy lejos del mesianismo que anunció Dios por medio de la Ley y de los profetas. El mesianismo prometido por el Señor inaugura su tiempo con el camino de la cruz.
La entrada triunfante de Cristo toma otro matiz para el cristiano: Cristo ha venido a pagar el precio del pecado. La muerte que merece el pecador, Cristo la asume para liberar a los que estaban bajo el misterio de iniquidad. Como diría el apóstol San Pedro, “fue él quien, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que muriéramos a nuestros pecados y viviéramos para la justicia; y con sus heridas habéis sido curados” (1 Pedro 2, 24).
En la primera lectura contemplamos la profecía de Isaías. En esta lectura encontramos un hombre maltratado y ultrajado. Manifestaba la experiencia de Israel en el destierro de Babilonia. El pueblo judío se identificaba con este varón de dolores porque así fueron tratados en tierra extranjera. Ciertamente el pueblo pagaba el pecado cometido contra Yahvé. Asumían en el destierro el pago de haberse alejado de la voluntad del Señor. Cayeron en las manos del pecado y el pecado los maltrató. Sin embargo, es en medio de ese castigo que el Señor anuncia a su pueblo que no le abandonará, sino que asumiendo sus dolores le salvará. Esta profecía se cumple en Jesucristo, el cual, de condición divina, asume la naturaleza humana, excepto en el pecado, para salvar a aquellos que habían sido maltratados y destruidos por el mismo.
San Pablo expresa esta condición de siervo hecha realidad en Jesucristo de modo pleno. “Cristo, a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó de sí mismo hasta la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. El que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado para salvar a aquellos que estaban bajo el pecado (cfr. Gal 4, 4). Sin embargo, “vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11). Tanto así que lo vendieron por unas pocas monedas a las autoridades.
En el Evangelio contemplamos el rechazo del Mesías sufriente que pagaría con sus dolores la sentencia del pecado. Ellos esperaban un rey político y triunfante que los liberase del yugo del Imperio Romano. Pero Dios vino a este mundo como un cordero sin mancha llevado al matadero. Se quedó con sus discípulos en la mesa de la Eucaristía, manifestándose como la Pascua verdadera; como alimento verdadero, “yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35). El Redentor no profirió palabras en su pasión si no que callaba ante los ultrajes de los que lo juzgaban. Condenado a muerte, es la burla de todo el pueblo, “si es el Hijo de Dios, que se salve así mismo y a nosotros…a otros ha salvado que se salve a sí mismo”. Desnudo e indefenso ofrecía las humillaciones por los pecados de la humanidad hasta el punto de experimentar la soledad del hombre ante el pecado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Muchos esperaban que Jesús maldijera a todos aquellos que se burlaban de él. Pero su actitud fue muy diferente e inesperada: no profería amenazas solo palabras de paz “en tus manos Señor encomiendo mi espíritu”. Hermoso es notar que en el momento de la muerte los labios del Señor solo oraban. Cada frase que salía de los labios del Redentor eran de los salmos que recitaba día y noche. Cosa que no era común en los condenados que solo maldecían pues no le quedaba otra opción. Así nuestro Redentor entregó la vida para que el ser humano tuviera vida eterna en el Hijo.
En este domingo de Pasión el Señor nos hace una pregunta, ¿qué salvador esperas? Fijémonos que las lecturas hacen referencia a un Mesías que iba a sufrir con y por su pueblo. La Palabra Mesías hace referencia a ungido, político, general de un ejército, a un salvador terreno etc. ¿Cuántos de nosotros no esperamos un político ideal que solucione los problemas que tenemos como organismo social? ¿Cuántos no esperamos el doctor ideal que encuentre la cura para todas las enfermedades del mundo? ¿Cuántos no esperamos en salvadores terrenos que nos hagan la vida más sencilla y fácil? Pero todo esto lo deseamos porque tal vez esperamos más de algo pasajero que algo eterno y bello como lo es Dios.
Dios se hizo hombre para salvar a los hombres; su reinado no es otro que servir a los hombres. El Mesías prometido es el testimonio de Dios que llega hasta la locura de la cruz por amor al ser humano. Por medio de sus sufrimientos en la cruz manifiesta la verdad más grande que el hombre pueda conocer e incluso comprender: “Dios es amor” (1 Jn 4, 7). Dios quiere acompañarnos en nuestros pequeños vía crucis y darnos una nueva oportunidad desde ellos. Por eso las palabras del buen ladrón, “acuérdate de mí cuando estés en tu reino” (Lc 23, 42). Si en tus calvarios la respuesta que tuviste fue de fe al Señor, él se acordará de ti cuando estés en su Reino.
Fuimos llamados a seguir a un Rey que no ha elegido veredas sencillas. El trono de nuestro Rey es una cruz; es un rey que está lejos de ofrecernos una vida fácil. Sin embargo, nos ofrece algo más grande, más hermoso que nada en el mundo pueda dar ni comprar: la felicidad del Cielo, la bienaventuranza de Dios. Cristo, por su pasión y su cruz nos ha ganado el Cielo. Por eso, ¡Alégrate! ¡Vales toda la sangre de Cristo! “Por tu cruz y tú resurrección nos has salvado Señor”.