Autor: P. Harry López Vázquez
Cuando pensamos en Dios, lo primero que se nos viene a la mente es su Amor. Dios es Amor. Este Amor de Dios por los hombres se ha plasmado en muchas acciones que Él ha realizado en favor del hombre; de manera especial la entrega redentora por parte de su Hijo que trajo la salvación al género humano.
Si bien Dios es Amor, no podemos perder de vista que dicho amor se manifiesta de diversas maneras. Podríamos resaltar su misericordia, su bondad, su compasión, su donación, etc., etc.; pero hoy yo quisiera detenerme a ver su constancia y perseverancia en la búsqueda del hombre, en ofrecerle su mano para sacarlo de la situación de pecado en la que se encuentra y llevarlo a su viña, a su casa, a su reino. Los seres humanos, por regla general, somos testarudos, nos empeñamos en ir por un camino y muy pocas veces estamos dispuestos a escuchar una vez que nos llama al cambio, a dejar nuestro camino (que está errado) para tomar otro que nos lleva al triunfo de la verdad y del bien. Es por esta razón que Dios tiene que ser paciente y perseverante a la hora de llamar al hombre, de invitarle a ir a su casa, a trabajar por el reino de los cielos.
Los hombres deberíamos alegrarnos de que nuestro Dios no se cansa de llamarnos: durante toda la vida llama al hombre. Desde el comienzo de nuestra vida, en nuestra juventud, en nuestra madurez y hasta en nuestra vejez, Dios nos llama, Dios nos invita a ir a la viña, a su viña, a trabajar por el reino de los cielos. En muchos momentos quizás nos hemos hecho los sordos o desentendidos pero Él no se ofende ni molesta con nosotros. No; al contrario, regresa nuevamente y nos extiende una invitación a seguirle, a ir a su viña.
La generosidad de Dios es tan grande que dará a todos, no importa cuándo hayan respondido, el mismo premio: la vida eterna. Nadie se merece esto, es Él que en su amor da a todos un bien que nadie por sus propias fuerzas puede obtener; por eso no importa cuánto has trabajado por el reino, la paga siempre será un don de la misericordia divina.
Hoy como ayer, el Señor te llama. Sí, a ti. Dios te invita a trabajar por su reino. ¿Qué le dices?