Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
Hablando litúrgicamente, volvemos a la normalidad del tiempo ordinario después de vivir la cuaresma y la Pascua; celebramos varias fiestas después de Pentecostés: Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, la Santísima Trinidad, el Corpus Christi y el Sagrado Corazón de Jesús. Estas fiestas nos resaltan el misterio de Cristo presente en la Iglesia. Al volver al tiempo ordinario, volvemos a la continuidad del evangelio de Marcos.
En el capítulo cuatro de San Marcos encontramos varias parábolas con las que se compara el Reino de Dios: el sembrador, el grano de trigo y el grano de mostaza. La semilla de mostaza es tan pequeña que casi no se puede ver, parece como polvo; pero una vez sembrada en tierra buena nace y crece como un arbusto que hasta los pájaros pueden hacer sus nidos en las ramas.
Así es el Reino de Dios: comenzó algo bien pequeño con un grupito de hombres débiles que fueron esa semilla pequeñita; nació y fue creciendo (se ha ido desarrollando) como la planta de mostaza. Jesús sembró la semilla en el interior de cada hombre pecador y así, formando su Iglesia, hemos desarrollado ese Reino de Dios. La planta creció con raíces profundas: a pesar de las tormentas y pruebas ese reino y su Iglesia no se ha venido abajo ni ha muerto. Al contrario, de la misma manera que el árbol de tronco y raíces fuertes reverdece y florece luego que pasa un huracán y tumba todos sus ganchos así ha pasado con ese Reino de Dios que Jesús ha sembrado en su Iglesia: a pesar de las tormentas siempre se desarrolla más frondoso y más fuerte.
Jesús con su Palabra todos los domingos nos ayuda a crecer y aprender más de su mensaje del Evangelio. Pidámosle a Él una sincera conversión y que seamos ramos fuertes de ese gran árbol que es la Iglesia donde Jesús ha establecido el Reino de Dios.