Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
En la conclusión del capítulo cuatro del Evangelio según san Marcos vemos que Jesús invitó a sus discípulos a cruzar en la barca a la otra orilla del lago de Galilea (Mc 4, 35-40). Él dormía plácidamente sobre un cojín; se armó una tempestad y los discípulos muy asustados lo despertaron y le dijeron: "Maestro, ¿es así como dejas que nos ahoguemos?" Ahora bien, ¿cuántas veces le hemos hecho la misma pregunta a Jesús?
Los discípulos por sus miedos no confiaron en la presencia de Jesús. Podemos ver cómo Él estaba con ellos, les acompañaba. Jesús estaba tranquilo durmiendo sin embargo ellos no se contagiaron de su paz y tranquilidad. Así pasa en nuestra vida: cruzamos por el lago del diario vivir y parece que Jesús duerme. No sentimos la presencia de Dios o creemos que Jesús nos deja solos o nos abandona. Los miedos nos impiden reconocer la presencia de Dios y cómo Él nos sostiene en los momentos duros y difíciles.
Jesús estaba dentro de la barca. Él enfrentó al viento y al mar le dijo: "Cállate, cálmate"; y volvió la calma, la bonanza, la tranquilidad. Él sostuvo a sus discípulos en la duda: "¿Todavía no tienen fe?" En nuestra vida nos hace falta reconocer la presencia de Jesús; aunque no lo veamos Él está a nuestro lado para ayudarnos y socorrernos. Los discípulos lo tenían, lo veían; Él compartió con ellos hasta el momento íntimo de dormir y descansar. Ellos por miedo y por la falta de madurez en su fe vacilaron y no aprovecharon la calma y la presencia del Señor como Dios no como uno más de ellos. Por esto se preguntaron: "¿Quién es este que el viento y el mar le obedecen?" Desde luego es Jesús, el Mesías, es el Señor el que los protegió y les salvó la vida en medio de la tempestad del lago.
Jesús nos acompaña aún en los momentos de prueba y tormenta. Confiemos en Él y pongamos toda nuestra esperanza en que Él no nos deja, sino que nos sostiene; aunque no lo veamos nos salva nos redirige para poder continuar llevando el timón de su barca que es la Iglesia. Podemos decir como el salmista: "Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia" (Salmo 106).