Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo
Tener fe es una cuestión de vida o muerte. En estas pocas palabras podemos categorizar el Evangelio de este fin de semana. Una mujer acomodada que por doce años había gastado toda su fortuna en detener sus hemorragias y un padre con una hija al borde de la muerte. Solo le quedaba a ambos tener fe en la obra de Jesús. Muchos atravesamos por esta experiencia ante la enfermedad y la muerte. En ocasiones solo nos queda confiar en el Señor y aferrarnos a su manto como la hemorroísa.
La muerte ha entrado al mundo por instigación del enemigo, la desobediencia del hombre y el pecado. Así lo expresa el libro de la Sabiduría: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen” (Sab. 2, 25). La consecuencia de vivir en pecado es morir separados de Dios. Este abismo fue remediado por la encarnación del Hijo de Dios que ha venido a rescatar lo que estaba perdido (cfr. Lc. 19, 10). Sin embargo, el Señor nos pregunta al igual que a Marta ante la muerte de su hermano Lázaro, “¿crees esto?” (Jn 11, 26). La invitación a creer no la encontramos solo en la resurrección de Lázaro sino también en la situación de la hemorroísa y de la niña. Ante estos tres acontecimientos la fe se torna una cuestión de vida o muerte; se trata de la salvación eterna o de la condenación.
El hombre mientras camina en la tierra tiene necesidad de la fe. Porque la fe en el Hijo de Dios, predicada y anunciada por la Iglesia, es quien lo conduce a la vida. En el bautismo, en su rito de introducción, se le pregunta a los padres y padrinos lo que piden a la Iglesia. El rito provee una respuesta contundente: la fe. La fe es un misterio profundo; una virtud teologal; un conocimiento y una confianza plena en Dios que no abandona a sus hijos. Algunos piensan que pueden vivir sin fe, ya que lo ven como algo pasado de moda e incluso ridículo y sin fundamento. Pero la fe en Jesucristo nos regala siempre la vida y un horizonte nuevo. Fue precisamente la experiencia de la hemorroísa, la cual puso su fe en muchos médicos y soluciones exotéricas para sus males por doce años hasta perder su fortuna. No fue hasta el momento que puso su confianza en el Señor y se metió en medio de la multitud para colocar su confianza en Jesús. La mujer quedo sanada por la fe en el Señor.
El mundo de hoy vive una crisis de fe. Como la hemorroísa ponemos nuestra confianza en las cosas materiales; en aquello que podemos controlar. Peor aun la crisis de la fe se relaciona también con la falta de confianza en el amor de Dios y en su salvación. Es fundamental volver nuestra mirada al Señor y tocar su manto por medio de la fe. Debemos hacer nuestras las palabras del apóstol San Pablo: “yo sé en quién he puesto mi fe” (2 Tim 2, 12). Una vez tenemos nuestra fe en Cristo podemos tener la plena confianza que nos levantará en cualquier situación que tengamos que enfrentar.