Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
En el segundo domingo de Pascua concluimos la octava. Hemos celebrado un día gigante, ocho días en que decimos como antífona: "Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo". Celebramos el "día santo de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo según la carne" (plegaria eucarística III). Este es el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta establecida litúrgicamente para toda la Iglesia por el papa hoy san Juan Pablo II, en el año 2000, inspirado en las revelaciones privadas a santa Faustina.
Citando a san Juan Pablo II: "Todos los matices del amor se manifiestan en la misericordia del Señor". El papa
Francisco, por su parte, nos ha exhortado a que recordemos cuáles son las obras de misericordia corporales y espirituales. Las obras de misericordia corporales son: visitar y cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, redimir al cautivo y enterrar a los muertos. Las obras de misericordia espirituales son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rogar a Dios por los vivos y difuntos.
Al ser compasivos y misericordiosos, al llevar a la práctica las obras de misericordia en nuestro apostolado con nuestro prójimo, viviremos el mensaje del amor misericordioso de Dios. Me atrevería a decir que, como cristianos creyentes en el amor de Jesús, hemos sido testigos de la Divina Misericordia de Jesús en nuestra vida personal. Sigamos el consejo del papa Francisco: desempolvemos nuestra doctrina católica y llevémosla a la práctica diaria.
¡Jesús, en ti confío!