Autor: P. Harry López Vázquez
A lo largo de la historia de la Iglesia, a Jesús se le ha llamado el nuevo Adán. Se puede ver en la vida de ambos muchas cosas que los hacen singulares, por ejemplo: el no tener pecado. Tanto Adán como Jesús gozan de una naturaleza humana perfecta en la cual no hay herida por el pecado. La diferencia será que Jesús vence al pecado, la tentación y Adán sucumbe ante ella.
Adán movido por la soberbia, engañado por el demonio, quiso arrebatarle a Dios parte de su grandeza y tenerla para sí; quiso ser como Dios y tener dominio del bien y el mal. En cambio Jesús, que es el Verbo divino, dejó su condición divina y se humilló tomando la condición humana: deja la gloria divina y asume la pobreza humana para desde la condición humana rescatar al hombre que se había apartado de Dios por la soberbia de Adán -pecado original-.
Dos árboles había en el Jardín del Edén que Adán y Eva no podían comer: el del bien y el mal, y el de la vida. Adán se acercó al árbol del bien y el mal, y engañado por la serpiente -demonio- comió de él. Esto trajo como consecuencia la ruptura de la amistad con Dios, la herida en la naturaleza humana que nos hace tener pecado -concupiscencia- y la ruptura del balance con la naturaleza.
Ahora Jesús en un árbol, el de la Cruz, traerá al hombre el remedio a la acción de Adán. Pero el fruto de este árbol es singular, pues el fruto es el que le da valor al árbol. Jesús engaña al demonio al dar su vida. El demonio ofreció a Adán un fruto para su perdición; Cristo se hace fruto en un árbol estéril para vencer al tentador, a la muerte y al pecado.
Adán no podía comer del fruto del árbol de la vida; hoy tú y yo somos invitados a comer del fruto de este árbol, somos invitados a comer del cuerpo de Cristo para que tengamos la vida de los hijos de Dios. Cristo se ha hecho alimento, se ha hecho salvación para el bien nuestro. Acudamos a Él.
Hoy el buen árbol es el de la Cruz. Allí la vida comienza nuevamente. Allí somos invitados todos a entrar en el cielo, a unirnos a Dios, a recibir el fruto de su Amor.
La Cruz es nuestra salvación.