Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo
“En aquel tiempo los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado” (Mc. 6, 30). Los discípulos vuelven al Señor después de su envío. En ese momento ellos rinden cuentas de los frutos adquiridos, de los contratiempos, de la aceptación y del rechazo que tuvieron en la misión encomendada. Jesús, viendo su mezcla de emoción y fatiga les invita a ir a un lugar apartado para estar con él. Allí podrían descansar tranquilamente. Pero la necesidad era tanta que la gente los seguía constantemente. Tanto así que bordearon la orilla hasta dar con Jesús y sus apóstoles. El Señor no pudo dejarlos solos, sino que los atendió porque la gente andaba como ovejas sin pastor (cfr. Mc 6, 34). Aquí se cumplen las palabras del salmista: “el Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas” (Ps. 23, 1-2).
Jesús quería enseñar a sus discípulos que nuestra vocación cristiana no es un empleo de tiempo parcial sino una respuesta constante a entregarnos a los demás y a Dios sin reserva. Toda vocación cristiana implica una entrega radical. Un padre y una madre de familia; un sacerdote; un laico; un religioso o religiosa esta llamado a dar la vida. Porque dando su vida a la vocación a la cual ha sido llamado la está entregando a Dios y aquellos que fueron confiados a su cuidado. Así cuando un esposo se entrega a su esposa, se está entregando a Dios; cuando un sacerdote se entrega a su parroquia se está entregando a Dios; cuando un religioso se entrega a su carisma y a su comunidad, se esta entregando a Dios. Al final de nuestra vida el Señor nos pedirá cuentas de esa entrega. Muy bien decía san Juan de la Cruz: “al final del día me juzgaran en el amor”. En efecto, Dios nos pedirá cuentas en lo que hemos empleado nuestro amor y nuestras fuerzas.
El Señor Jesús repetía a sus discípulos: “no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt. 6, 24). No podemos ser fieles a lo que Dios nos pide si no escuchamos su voz. Fue el caso de Sedecías en la profecía de Jeremías y lo que les sucedió a varios reyes de Israel. Ellos escucharon la voz del pecado y no la del Señor que se manifestaba por medio de los profetas. Tanto así que la consecuencia de las acciones de Sedecías fue el destierro de Israel a Babilonia. También nosotros podemos echar por borda lo que Dios nos ha confiado. Por querer agradar a los demás podemos acabar desagradando al Señor. En fin, de cuentas son las consecuencias de amar al pecado antes que a Dios. Ya lo decía san Agustín en su libro “Ciudad de Dios”, “te amas a ti mismo hasta el desprecio de Dios o amas a Dios hasta el desprecio de ti mismo” (Civitate Dei, XIV, XXVIII). Que el amor propio no nos aparte del Amor verdadero.
Los discípulos dieron testimonio del amor de Dios, de su misericordia y de su perdón. También denunciaron el pecado y expulsaron espíritus malignos. Por eso la gente seguía buscando a Jesús porque lo conocieron a través de los discípulos. Hoy conocemos a Jesús de un modo distinto: por la presencia real en la Eucaristía. Hoy debemos como discípulos y misioneros llevar a las gentes a los pies de Jesús sacramentado. Esa es nuestra misión en el mundo de hoy. Nosotros no somos los protagonistas sino el Señor. Que Santa María Virgen nos ayude a ir a los pies de Jesús sacramentado y hacer lo que él nos diga.