El temor de Dios, no miedo, sino entender cuanto somos pequeños delante de Él
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 11 de junio de 2014 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El don del temor de Dios, del que hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios, Omnipotente y Santo: sabemos bien que Dios es padre, que nos ama y quiere nuestra salvación, motivo por el cual no hay motivo de tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuanto somos pequeños delante a Dios y a su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos (…).
Cuando el Espíritu Santo toma posesión en nuestro corazón, nos infunde consolación y paz, y nos lleva a sentirnos así como somos. O sea pequeños, con esa actitud --tan recomendada por Jesús en el Evangelio-- de quien pone todas sus preocupaciones y sus espectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, ¡como un niño con su papá!
En este sentido entonces comprendemos bien como el temor de Dios pasa a asumir en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento, de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza.
Muchas veces de hecho, no logramos entender el designio de Dios y nos damos cuenta que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad eterna. Y justamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza, el Espíritu nos conforta y nos hace percibir como la única cosa importante sea dejarse conducir por Jesús entre los brazos del Padre.
Por ello tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros la bondad de su misericordia. (...)
Cuando estamos tomados por el temor de Dios, entonces somos llevados a Seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto entretanto, no con una actitud resignada y pasiva (…) pero con el estupor y la alegría de un hijo que se reconoce servido y amado por el Padre. El temor de Dios por lo tanto, no nos vuelve cristianos tímidos, resignados y pasivos, pero genera en nosotros: ¡coraje y fuerza! Es un don que nos vuelve cristianos convencidos, entusiastas, que no se someten al Señor por miedo, pero porque están conmovidos y conquistados por su amor.
Entretanto (…) el don del temor de Dios es también una 'alarma' delante de la pertinacia del pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfemia contra Dios, cuando explota a los otros, cuando se vuelve tirano, cuando vive solamente para el dinero, la vanidad, el poder, el orgullo. Entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: atención (…) Así no serás feliz, (…)
Pienso por ejemplo a las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper; (…) pienso a aquellos que viven de la trata de personas y del trabajo de esclavo (...); pienso a quienes viven de la trata de personas y del trabajo de esclavo (...); pienso a quienes fabrica armas para fomentar las guerras... (…) Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y será necesario rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el salmo 34 nos hace rezar así: “Este pobre grita y el Señor lo escucha, lo salva de todas sus angustias. El ángel del Señor se acampa entorno a aquellos que lo temen y los libera”. Pedimos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para recoger el don del temor de Dios y poder reconocernos junto a ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro padre, nuestro papá. ¡Qué así sea!
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-de-la-catequesis-del-miercoles-11-de-junio?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
El don de la piedad
Miércoles 4 de junio. Piedad es sinónimo de auténtico espíritu religioso. Es un pertenecer profundamente a Dios, incluso en los momentos más difíciles
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 04 de junio de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!
Hoy queremos detenernos sobre un don del Espíritu Santo que tantas veces es entendido mal o considerado de manera superficial, y que en cambio toca el corazón de nuestra identidad y de nuestra vida cristiana: se trata del don de la piedad.
Es necesario aclarar enseguida que este don no se identifica con tener compasión de alguien, o tener piedad del prójimo, pero indica nuestra pertenencia a Dios y nuestra relación profunda con Él, una relación que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, también en los momentos más difíciles y complicados.
Esta relación con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición, es una relación que viene desde adentro.
Se trata en de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos la dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo y de alegría. Por este motivo, el don de la piedad despierta en nosotros sobre todo la gratitud y la alabanza.
Este es de hecho el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos calienta el corazón y nos mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración. Piedad, por lo tanto es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de aquella capacidad de rezarle con amor y simplicidad que es propio de las personas humildes de corazón.
Si el don de la piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a derramar este amor también sobre los otros y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí, que seremos movidos por sentimientos no de 'piadosidad' -no de falsa piedad- hacia quienes tenemos a nuestro lado y a quienes encontramos cada día.
Y digo no de 'piadosidad', porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos poner cara de imagencita, hacer teatro de ser como un santo, como lo dice un refán en piamontés:(...)
Seremos capaces de alegrarnos con quien está en la alegría, de llorar con quien llora, de estar cerca de quien está solo y angustiado, de corregir a quien está en el error, de consolar a quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está en la necesidad.
Hay na relación entre el don de la piedad y la mitezza el don de la piedad que nos da el Espíritu Santo, hace mansos
Queridos amigos, en la carta a los Romanos el apóstol Pablo afirma: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para caer en el miedo, pero han recibido el Espíritu que les vuelve hijos adoptivos, por medio de quien gritamos: “¡Abbá, Padre!”. Pidamos al Señor que el don de su Espíritu puede vencer nuestro temor y nuestras incertezas, y también a nuestro espíritu inquieto e impaciente. Y pueda volvernos testimonios alegres de Dios y de su amor. Adorando al señor en la verdad y en el servicio al prójimo, con la mansedumbre que el Espíritu Santo nos da en la alegría.
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-francisco-el-don-de-la-piedad?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
El Santo Padre explica el don de la Ciencia, que nos permite ver el reflejo de Dios en la creación
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 21 de mayo de 2014 (Zenit.org) - El santo padre Francisco en la audiencia de este miércoles ante unas 50 mil personas que estaban en la Plaza de San Pedro, prosiguió con su catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. Y explicó el don de la Ciencia
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy querría destacar otro don del Espíritu Santo, el don de la ciencia. Cuando se habla de ciencia el pensamiento va inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y de descubrir las leyes que regulan la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, entretanto, no se limita al conocimiento humano, es un don especial que nos lleva a entender a través de lo creado, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura.
Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir como cada cosa nos habla de Él, cada cosa nos habla de su amor. Todo esto suscita en nosotros un gran estupor y un profundo sentido de gratitud.
Es la sensación que probamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: delante de todo esto, el Espíritu nos lleva a alabar al Señor desde la profundidad de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.
En el primer capítulo de la Génesis, justamente al inicio de toda la Biblia, se pone en evidencia que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada día, está escrito: “Dios vio que era una cosa buena”. Pero si Dios vio que la creación era una cosa buena y una cosa bella, también nosotros debemos tener esta actitud, que nos permite ver que la creación es una cosa buena y bella, con el don de la Ciencia, al ver esta belleza alabamos a Dios, y le agradecemos a Dios de habernos dado tanta belleza a nosotros. Este es el camino.
Y cuando Dios concluyó de crear el hombre, no dijo 'vio que era cosa buena', pero que era 'muy buena', nos acerca a Él. Y a los ojos de Dios nosotros somos la cosa más bella, más grande, mejor de la creación.
Pero padre, los ángeles... No, los ángeles están debajo de nosotros, nosotros somos más de los ángeles y lo hemos escuchado en el libro de los salmos. Nos quiere mucho el Señor y debemos agradecerle por ésto.
El don de la ciencia nos pone en profunda sintonía con el Creador y nos permite participar en la limpidez de su mirada y de su juicio. Y es en esta perspectiva que logramos a ver en el hombre y en la mujer, la cumbre de la creación, como cumplimiento de un plan de amor, que está impreso en cada uno de nosotros y que nos permite reconocernos como hermanos y hermanas.
Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y vuelve al cristiano un testigo alegre de Dios, siguiendo la estela de San Francisco de Asís y de tantos santos que supieron alabar y cantar Su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de la ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas.
El primero es el riesgo de creernos patrones de la creación. La creación no es una propiedad de la que que podemos abusar a nuestro gusto. Ni siquiera una propiedad de algunos pocos: la creación es un don, y un don maravilloso que Dios nos ha dado, para que lo cuidemos y usemos para el beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud.
La segunda actitud equivocada está representada por la tentación de detenernos delante de las criaturas como si éstas pudieran ofrecernos respuesta a todas nuestras expectativas. El Espíritu Santo con el don de la Ciencia nos ayuda a no caer en esto.
Querría retornar un poco sobre el primer camino equivocado. Custodiar la creación y no apropiarse de la creación. Tenemos que cuidar la creación, es un don que Dios nos ha dado, es el regalo que Dios nos ha hecho.
Nosotros somos custodios de la creación, pero cuando nosotros no cuidamos la creación destruimos este signo del amor de Dios. Destruir la creación es decirle a Dios: esto no me gusta, no es bueno. ¿Y qué te gusta entonces a tí? 'Yo mismo'. ¡Eh aquí el pecado!, han visto.
Custodiar la creación es cuidar el don de Dios y también es decirle a Dios: ¡gracias yo soy el patrón de la creación, pero para cuidarlo no destruiré nunca este don tuyo. Es esta nuestra actitud delante de la creación, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá. ¡No nos olvidemos de esto!
Una vez estaba en el campo y escuché un pensamiento de una persona simple, a la que le gustaban mucho las flores. Y él cuidaba estas flores y me dijo, debemos custodiar estas cosas que Él nos ha dado. Cuidarlo bien, no explotar, custodiar. Y me dijo, Dios siempre perdona, y esto es verdad, Dios perdona siempre. Nosotros personas humanas, hombres y mujeres a veces perdonamos, otras veces no. Pero la creación si no la custodiamos ella nos destruirá. Esto debe hacernos pensar, y hacernos pedir al Espíritu Santo el don de la Ciencia para entender bien que la creación es el regalo más lindo de Dios, del cual Él dijo: 'esto es bueno, esto es bueno, esto es bueno', y este es el regalo para la cosa mejor que he creado, que es la persona humana. Gracias.
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/el-papa-en-la-audiencia-cuidemos-la-creacion-el-mejor-regalo-que-dios-nos-hizo?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
El don de la fortaleza
Tomar el ejemplo de tantos cristianos perseguidos, pero también de los que en la vida cotidiana enfrentan las dificultades gracias al don de la fortaleza
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 14 de mayo de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas ¡buen día!
Las semanas pasadas hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: la sabiduría, el intelecto y el consejo. Hoy pensemos a lo que hace el Señor, Él viene a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial, el don de la fortaleza.
Hay una parábola contada por Jesús que nos ayuda a entender la importancia de este don. Un sembrador no logra plantar todas las semillas que arroja, pero estas fructifican. Lo que cae en el camino es comido por los pájaros, lo que cae en el terreno pedregoso y en medio a las zarzas germina pero rápidamente se seca por el sol o es sofocado por las espinas. Solamente lo que termina en el terreno bueno puede crecer y dar fruto.
Como el mismo Jesús le explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su palabra. La semilla, entretanto, muchas veces se encuentra con la aridez de nuestro corazón, y mismo cuando es recibido corre el riesgo de quedar estéril. Con el don de la fortaleza en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera del topor, de las incertezas y de todos los temores que pueden frenarlo, de manera que la palabra del Señor sea puesta en práctica de una manera auténtica y gozosa. Es una verdadera ayuda este don de la fortaleza, nos da fuerza y nos libera de tantos impedimentos.
Existen también, esto sucede, momentos difíciles y situaciones extremas durante las cuales el don de la Fortaleza se manifiesta de manera ejemplar y extraordinaria. Es el caso de aquellos que deben enfrentar experiencias particularmente duras y dolorosas que descompaginan sus vidas y las de sus seres queridos. La Iglesia resplandece con el testimonio de tantos hermanos y hermanas que no dudaron en dar su propia vida para ser fieles al Señor y a su evangelio. También hoy no faltan cristianos que en tantos lugares del mundo siguen celebrando y dando testimonio de su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten también a pesar de que saben les puede comportar un precio más alto.
También nosotros, todos nosotros conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, tantos dolores, pensemos a esos hombres y mujeres que llevan una vida difícil, luchan para llevar adelante la familia, para educar a sus hijos. Esto lo hacen porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos y cuántos hombres y mujeres, no sabemos los nombres, pero que honoran a nuestro pueblo y a la Iglesia, porque son fuertes, fuertes en llevar adelante a su familia, su trabajo, su fe. Y estos hermanos y hermanas son santos en los cotidiano, santos escondidos en medio de nosotros, tienen el don de la fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, madres de hermanos, de hermanas, de ciudadanos.
Son tantos, agradezcamos al Señor por estos cristianos que tiene una santidad escondida, que tienen el Espíritu dentro que los lleva adelante. Y nos hará bien acordarnos de estas personas: ¿Si ellos pueden hacerlo, por qué yo no?, y pedirle al Señor que nos dé el don de la fortaleza.
No pensemos que el don de la fortaleza sea necesario solamente en algunas ocasiones o situaciones particulares. Este don tiene que constituir el cuadro de fondo de nuestro ser cristiano, en nuestra vida ordinaria cotidiana. Todos los días de nuestra vida cotidiana tenemos que ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia y nuestra fe.
Pablo, el apóstol, dijo una frase que nos hará bien escucharla: “Puedo todo en Áquel que me da la fuerza”. Cuando estamos en la vida ordinaria y vienen las dificultades acordémonos de esto: “Todo puedo en Áquel que me da la fuerza”.
El Señor nos da siempre las fuerzas, no nos faltan. El Señor no nos prueba más de lo que podemos soportar. Él está siempre con nosotros, “todo puedo en Áquel que me da la fuerza”.
Queridos amigos, a veces podemos sufrir la tentación de dejarnos tomar por la pereza, o peor, por el desaliento, especialmente delante de las fatigas y de las pruebas de la vida. En estos casos no nos desanimemos, sino que invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de la fortaleza pueda aliviar a nuestro corazón y comunicar una nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguir a Jesús.
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-el-don-de-la-fortaleza?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
El don del consejo
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 07 de mayo de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día! Hemos escuchado la lectura de esa estrofa del Libro de los Salmos, que dice: 'El Señor me aconseja, el Señor me habla internamente'. Es éste otro de los dones del Espíritu Santo, es el don del consejo.
Sabemos cuánto sea importante en los momentos más delicados, poder contar con el consejo de las personas sabias que nos quieren mucho. Ahora, a través del don del consejo, es Dios mismo con su Espíritu que ilumina nuestro corazón, de manera que podamos entender el modo justo de hablar, de comportarnos y el camino que debemos seguir.
Pero, ¿cómo actúa este don en nosotros? En el momento en que lo recibimos y hospedamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza enseguida a volver sensible su voz, a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones, de acuerdo con el corazón de Dios. Y al mismo tiempo nos lleva siempre más a poner nuestra mirada interior en Jesús como el modelo de nuestro modo de actuar y relacionarse con Dios Padre y con los hermanos.
El consejo es entonces el don con el cual el Espíritu Santo vuelve capaz a nuestra conciencia de tomar una decisión concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su evangelio. De este modo el Espíritu crece interiormente, positivamente, en la comunidad. Y nos ayuda a no caer en el yugo del egoísmo y en el modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.
La condición esencial para conservar este don es la oración. Pero siempre volvemos a lo mismo: la oración. Y es tan importante la oración, rezar; rezar las oraciones que conocemos desde niños, pero también rezar con nuestras palabras, rezarle al Señor: ¡ayúdame! ¿Señor qué debo hacer ahora? Y con la oración hacemos espacio para que el Espíritu venga y nos ayude en ese momento y nos aconseje sobre lo que nosotros debemos hacer.
La oración, nunca olvidarse de la oración, nunca. Nadie se da cuenta cuando nosotros rezamos en el autobús o en la calle, rezamos en silencio con el corazón, aprovechemos estos momentos para rezar. Rezar para que el Espíritu nos de este don del consejo.
En la intimidad con Dios y en el don de su palabra, poco a poco dejamos de lado nuestra lógica personal, dictada la mayoría de las veces por nuestro encerrarnos, por nuestros prejuicios y nuestras ambiciones. Aprendamos en cambio a pedirle al Señor '¿Cuál es tu deseo?', pedirle consejo al Señor. Y esto lo hacemos con la oración.
Y de esta manera madura en nosotros una sintonía profunda, casi natural con el Espíritu y se experimenta cuanto sean verdaderas las palabras de Jesús reportadas en el evangelio de Mateo: 'No se preocupen de qué o que cosa dirán. porque les será dado en esa hora lo que deberán decir. Porque de hecho no serán ustedes a hablar, pero es el Espíritu del Padre vuestro que hablará en vosotros'. Es el Espíritu que nos aconseja, pero nosotros debemos darle espacio al Espíritu para que nos aconseje. Dar espacio es rezar, rezar para que el venga y nos ayude siempre.
Y como todos los otros dones del Espíritu, el consejo constituye también un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla solamente en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no solamente allí, pero nos habla también a través del consejo y testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar a hombres y mujeres de fe que especialmente en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida nos ayuden a hacer luz en nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.
Me acuerdo una vez que estaba en el confesionario con una fila larga adelante, era en el santuario de Luján, la diócesis de ese obispo que está allí. Estaba en la cola un muchachón, todo moderno, con aros, tatuajes y todo lo demás. Vino para decirme lo que le pasaba, era un problema grande difícil, ¿y tú que harías?. Y él me dijo: “Le he contado todo esto a mi madre y ella me dijo, 've a lo de la Virgen y ella te dirá lo que tienes que hacer'. Estaba allí una mujer que tenía el don del consejo. No sabía como salir del problema del hijo, pero le indicó el camino justo. Ve a lo de la Virgen y ella te dirá. Este es el don del consejo, dejar que el Espíritu hable. Y esa mujer humilde y simple le dio a su hijo el consejo más verdadero, porque este muchacho me dijo: 'Hablé con la Virgen y Ella me dijo, tienes que hacer esto, esto y esto'. Y yo no tuve necesidad de hablar. Todo lo hicieron la mamá, la Virgen, y el joven. Este es el don del consejo. Y ustedes mamás, que tienen ese don, pidan este don para sus hijos, el don de aconsejar a los hijos. Es un don de Dios
Queridos amigos, el salmo que hemos oído nos invita a rezar con estas palabras: 'Bendigo al Señor que me ha dado consejo. También de noche mi ánimo me instruye, yo pongo siempre delante de mi al Señor que está a mi derecha, no podré vacilar'.
Que el Espíritu pueda siempre infundir en nuestro corazón esta certeza y colmarnos así de su consolación y de su paz. Pidan siempre el don del Consejo. Gracias.
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-miercoles-el-don-del-consejo?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
Francisco explica el don del intelecto, con el que el Espíritu Santo nos abre la mente para entender mejor las cosas de Dios.
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 30 de abril de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber examinado la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera llamar la atención sobre el segundo don, es decir, el intelecto. No se trata en este caso de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podamos estar más o menos dotados. Es una gracia que solo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su diseño de salvación.
El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don. ¿Qué hace este don del intelecto en nosotros? Y Pablo dice esto: “Ni ojo vio, ni oido oyó, ni por la mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Pero a nosotros Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu” (1 Cor 2, 9-10). Esto, obviamente no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno del diseño de Dios: todo esto permanece a la espera de manifestarse con toda claridad cuando nos encontremos ante Dios y seamos verdaderamente una cosa sola con Él. Pero, como sugiere la misma palabra, el intelecto permite “intus legere”, es decir, leer dentro. Y este don nos hace entender las cosas como las entiende Dios, con la inteligencia de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia y va bien, pero entender una situación en profundidad como la entiende Dios es el efecto de este don. Y Jesús ha querido enviarnos el Espíritu Santo para que nosotros entendamos este don, para que todos nosotros podamos entender las cosas como Dios las entiende, con la inteligencia de Dios. ¡Es un hermoso regalo el que Dios nos ha hecho a todos nosotros! Es el don con el que el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del diseño de amor que Él tiene para nosotros.
Está claro que el don del intelecto está estrechamente conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la comprensión de lo que el Señor nos ha dicho y ha realizado. El mismo Jesús ha dicho a sus discípulos: “Os enviaré el Espíritu Santo y Él os hará entender todo lo que yo os he enseñado”. Entender las enseñanzas de Jesús, entender su palabra, entender el Evangelio, entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos entender la profundidad de las palabras de Dios y esto es un gran don, un gran don que todos debemos pedir y pedir juntos: dános Señor el don del intelecto.
Hay un episodio en el evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don. Tras haber asistido a la muerte en cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y afligidos, se van de Jerusalén y regresan a su pueblo de nombre Emaús. Mientras están en camino, Jesús resucitado se pone a su lado y empieza a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos estaban tan tristes y tan desesperados que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que comprendan que Él debía sufrir y morir para después resucitar, sus mentes se abren y en sus corazones vuelve a encenderse la esperanza (cfr Lc 24,13-27). Y esto es lo que el Espíritu Santo hace con nosotros. Nos abre la mente, nos la abre para entender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas. Es importante el don del intelecto para nuestra vida cristiana. Pidamos al Señor que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don, para entender, como entiende Él, las cosas que suceden y para entender sobre todo la Palabra de Dios en el Evangelio ¡Gracias!
Transcrito de: http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-en-la-audiencia-de-este-miercoles--7?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
Francisco explica el don de la sabiduría.
El cristiano tiene el gusto y el sabor de Dios
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 09 de abril de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo constituye el alma, la linfa vital de la Iglesia y de cada símbolo cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros. Siempre está en nosotros. Está en nuestro corazón. El Espíritu mismo es “el don de Dios” por excelencia, es un regalo de Dios, y a su vez comunica a quien lo acoge diversos dones espirituales. La Iglesia identifica siete, número que simbólicamente significa plenitud, exhaustividad; son los que se aprenden cuando nos preparamos para el sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada “Secuencia al Espíritu Santo”. Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
El primer don del Espíritu Santo, según esta lista tradicional, es por tanto la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana. ¡No! Esta sabiduría humana es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se relata que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría. Entonces la sabiduría es exactamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, la coyunturas, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. A veces vemos las cosas según nuestro gusto, según la situación de nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia... ¡Eh, no! Esto no es el ojo de Dios.
La sabiduría es lo que el Espíritu Santo hace en nosotros para que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Y este es el don de la sabiduría. Y obviamente, este don surge de la intimidad con Dios, de la relación intima que tenemos con Dios, de la relación de los hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos concede el don de la sabiduría. Y cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurase nuestro corazón y le hiciese percibir todo su calor y su predilección.
Entonces, el Espíritu Santo convierte al cristiano en una persona sabia. Pero esto, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que sabe todo. Una persona sabia no tiene esto, en el sentido de Dios, si no sabe como actúa Dios. Conoce cuando una cosa es de Dios y cuando no es de Dios. Tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro corazones.
El corazón del hombre sabio, en este sentido, tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y que importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! En ellos, todo habla de Dios y se convierte en un signo bello y vivo de su presencia y de su amor. Y esta es una cosa que no podemos improvisar, que no nos podemos obtener para nosotros mismos. Es un don que Dios da a los que se hacen dóciles al Espíritu Santo. Y nosotros tenemos dentro, en nuestro corazón, al Espíritu Santo. Podemos escucharlo o podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña este camino de la sabiduría. Nos regala la sabiduría, que consiste en ver con los ojos de Dios, escuchar con las orejas de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu Santo. ¡Y todos nosotros podemos tenerla! ¡(Basta) sólo pedirla al Espíritu Santo!
Pero pensad en una madre que está en su casa con sus niños. Que cuando uno hace una cosa el otro piensa otra, y la pobre madre va de una parte a la otra con los problemas de los niños... Y cuando la madre se cansa y regaña a los niños, ¿eso es sabiduría? Regañar a los niños, os pregunto, ¿es sabiduría?¿Qué decís? ¿Es sabiduría o no? ¡No! Si embargo, cuando la madre toma al niño y le reconviene dulcemente, y le dice: 'Esto no se hace, por esto'. Y le explica con mucha paciencia... ¿Esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es eso lo que nos da el Espíritu Santo en la vida, ¿eh?
Después, en el matrimonio, por ejemplo: los dos esposos, el esposo y la esposa se pelean y no se miran o si se miran lo hacen con el ceño fruncido... ¿Eso es sabiduría de Dios? ¡No! Sin embargo, si una vez que ha pasado la tormenta, hacen las paces y vuelven a empezar de nuevo en paz… ¿Eso es sabiduría? ¡Es esa (la sabiduría)! Ese es el don de la sabiduría. Que llegue a las casas, que llegue a los niños, que llegue a todos nosotros. Y esto no se aprende: es un regalo del Espíritu Santo. Por eso tenemos que pedir al Señor que nos dé al Espíritu Santo y nos de el don de la sabiduría. Esa sabiduría de Dios que nos enseña a mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las palabras de Dios… Y así, con esta sabiduría, vamos adelante, construimos la familia, construimos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la sede de la sabiduría, de este don. Que Ella nos de esta gracia. ¡Gracias!
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-en-la-audiencia-de-este-miercoles--4?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 11 de junio de 2014 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El don del temor de Dios, del que hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios, Omnipotente y Santo: sabemos bien que Dios es padre, que nos ama y quiere nuestra salvación, motivo por el cual no hay motivo de tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuanto somos pequeños delante a Dios y a su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos (…).
Cuando el Espíritu Santo toma posesión en nuestro corazón, nos infunde consolación y paz, y nos lleva a sentirnos así como somos. O sea pequeños, con esa actitud --tan recomendada por Jesús en el Evangelio-- de quien pone todas sus preocupaciones y sus espectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, ¡como un niño con su papá!
En este sentido entonces comprendemos bien como el temor de Dios pasa a asumir en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento, de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza.
Muchas veces de hecho, no logramos entender el designio de Dios y nos damos cuenta que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad eterna. Y justamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza, el Espíritu nos conforta y nos hace percibir como la única cosa importante sea dejarse conducir por Jesús entre los brazos del Padre.
Por ello tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros la bondad de su misericordia. (...)
Cuando estamos tomados por el temor de Dios, entonces somos llevados a Seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto entretanto, no con una actitud resignada y pasiva (…) pero con el estupor y la alegría de un hijo que se reconoce servido y amado por el Padre. El temor de Dios por lo tanto, no nos vuelve cristianos tímidos, resignados y pasivos, pero genera en nosotros: ¡coraje y fuerza! Es un don que nos vuelve cristianos convencidos, entusiastas, que no se someten al Señor por miedo, pero porque están conmovidos y conquistados por su amor.
Entretanto (…) el don del temor de Dios es también una 'alarma' delante de la pertinacia del pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfemia contra Dios, cuando explota a los otros, cuando se vuelve tirano, cuando vive solamente para el dinero, la vanidad, el poder, el orgullo. Entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: atención (…) Así no serás feliz, (…)
Pienso por ejemplo a las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper; (…) pienso a aquellos que viven de la trata de personas y del trabajo de esclavo (...); pienso a quienes viven de la trata de personas y del trabajo de esclavo (...); pienso a quienes fabrica armas para fomentar las guerras... (…) Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y será necesario rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el salmo 34 nos hace rezar así: “Este pobre grita y el Señor lo escucha, lo salva de todas sus angustias. El ángel del Señor se acampa entorno a aquellos que lo temen y los libera”. Pedimos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para recoger el don del temor de Dios y poder reconocernos junto a ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro padre, nuestro papá. ¡Qué así sea!
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-de-la-catequesis-del-miercoles-11-de-junio?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
El don de la piedad
Miércoles 4 de junio. Piedad es sinónimo de auténtico espíritu religioso. Es un pertenecer profundamente a Dios, incluso en los momentos más difíciles
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 04 de junio de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!
Hoy queremos detenernos sobre un don del Espíritu Santo que tantas veces es entendido mal o considerado de manera superficial, y que en cambio toca el corazón de nuestra identidad y de nuestra vida cristiana: se trata del don de la piedad.
Es necesario aclarar enseguida que este don no se identifica con tener compasión de alguien, o tener piedad del prójimo, pero indica nuestra pertenencia a Dios y nuestra relación profunda con Él, una relación que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, también en los momentos más difíciles y complicados.
Esta relación con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición, es una relación que viene desde adentro.
Se trata en de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos la dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo y de alegría. Por este motivo, el don de la piedad despierta en nosotros sobre todo la gratitud y la alabanza.
Este es de hecho el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos calienta el corazón y nos mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración. Piedad, por lo tanto es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de aquella capacidad de rezarle con amor y simplicidad que es propio de las personas humildes de corazón.
Si el don de la piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a derramar este amor también sobre los otros y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí, que seremos movidos por sentimientos no de 'piadosidad' -no de falsa piedad- hacia quienes tenemos a nuestro lado y a quienes encontramos cada día.
Y digo no de 'piadosidad', porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos poner cara de imagencita, hacer teatro de ser como un santo, como lo dice un refán en piamontés:(...)
Seremos capaces de alegrarnos con quien está en la alegría, de llorar con quien llora, de estar cerca de quien está solo y angustiado, de corregir a quien está en el error, de consolar a quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está en la necesidad.
Hay na relación entre el don de la piedad y la mitezza el don de la piedad que nos da el Espíritu Santo, hace mansos
Queridos amigos, en la carta a los Romanos el apóstol Pablo afirma: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para caer en el miedo, pero han recibido el Espíritu que les vuelve hijos adoptivos, por medio de quien gritamos: “¡Abbá, Padre!”. Pidamos al Señor que el don de su Espíritu puede vencer nuestro temor y nuestras incertezas, y también a nuestro espíritu inquieto e impaciente. Y pueda volvernos testimonios alegres de Dios y de su amor. Adorando al señor en la verdad y en el servicio al prójimo, con la mansedumbre que el Espíritu Santo nos da en la alegría.
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-francisco-el-don-de-la-piedad?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
El Santo Padre explica el don de la Ciencia, que nos permite ver el reflejo de Dios en la creación
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 21 de mayo de 2014 (Zenit.org) - El santo padre Francisco en la audiencia de este miércoles ante unas 50 mil personas que estaban en la Plaza de San Pedro, prosiguió con su catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. Y explicó el don de la Ciencia
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy querría destacar otro don del Espíritu Santo, el don de la ciencia. Cuando se habla de ciencia el pensamiento va inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y de descubrir las leyes que regulan la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, entretanto, no se limita al conocimiento humano, es un don especial que nos lleva a entender a través de lo creado, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura.
Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir como cada cosa nos habla de Él, cada cosa nos habla de su amor. Todo esto suscita en nosotros un gran estupor y un profundo sentido de gratitud.
Es la sensación que probamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: delante de todo esto, el Espíritu nos lleva a alabar al Señor desde la profundidad de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.
En el primer capítulo de la Génesis, justamente al inicio de toda la Biblia, se pone en evidencia que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada día, está escrito: “Dios vio que era una cosa buena”. Pero si Dios vio que la creación era una cosa buena y una cosa bella, también nosotros debemos tener esta actitud, que nos permite ver que la creación es una cosa buena y bella, con el don de la Ciencia, al ver esta belleza alabamos a Dios, y le agradecemos a Dios de habernos dado tanta belleza a nosotros. Este es el camino.
Y cuando Dios concluyó de crear el hombre, no dijo 'vio que era cosa buena', pero que era 'muy buena', nos acerca a Él. Y a los ojos de Dios nosotros somos la cosa más bella, más grande, mejor de la creación.
Pero padre, los ángeles... No, los ángeles están debajo de nosotros, nosotros somos más de los ángeles y lo hemos escuchado en el libro de los salmos. Nos quiere mucho el Señor y debemos agradecerle por ésto.
El don de la ciencia nos pone en profunda sintonía con el Creador y nos permite participar en la limpidez de su mirada y de su juicio. Y es en esta perspectiva que logramos a ver en el hombre y en la mujer, la cumbre de la creación, como cumplimiento de un plan de amor, que está impreso en cada uno de nosotros y que nos permite reconocernos como hermanos y hermanas.
Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y vuelve al cristiano un testigo alegre de Dios, siguiendo la estela de San Francisco de Asís y de tantos santos que supieron alabar y cantar Su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de la ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas.
El primero es el riesgo de creernos patrones de la creación. La creación no es una propiedad de la que que podemos abusar a nuestro gusto. Ni siquiera una propiedad de algunos pocos: la creación es un don, y un don maravilloso que Dios nos ha dado, para que lo cuidemos y usemos para el beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud.
La segunda actitud equivocada está representada por la tentación de detenernos delante de las criaturas como si éstas pudieran ofrecernos respuesta a todas nuestras expectativas. El Espíritu Santo con el don de la Ciencia nos ayuda a no caer en esto.
Querría retornar un poco sobre el primer camino equivocado. Custodiar la creación y no apropiarse de la creación. Tenemos que cuidar la creación, es un don que Dios nos ha dado, es el regalo que Dios nos ha hecho.
Nosotros somos custodios de la creación, pero cuando nosotros no cuidamos la creación destruimos este signo del amor de Dios. Destruir la creación es decirle a Dios: esto no me gusta, no es bueno. ¿Y qué te gusta entonces a tí? 'Yo mismo'. ¡Eh aquí el pecado!, han visto.
Custodiar la creación es cuidar el don de Dios y también es decirle a Dios: ¡gracias yo soy el patrón de la creación, pero para cuidarlo no destruiré nunca este don tuyo. Es esta nuestra actitud delante de la creación, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá. ¡No nos olvidemos de esto!
Una vez estaba en el campo y escuché un pensamiento de una persona simple, a la que le gustaban mucho las flores. Y él cuidaba estas flores y me dijo, debemos custodiar estas cosas que Él nos ha dado. Cuidarlo bien, no explotar, custodiar. Y me dijo, Dios siempre perdona, y esto es verdad, Dios perdona siempre. Nosotros personas humanas, hombres y mujeres a veces perdonamos, otras veces no. Pero la creación si no la custodiamos ella nos destruirá. Esto debe hacernos pensar, y hacernos pedir al Espíritu Santo el don de la Ciencia para entender bien que la creación es el regalo más lindo de Dios, del cual Él dijo: 'esto es bueno, esto es bueno, esto es bueno', y este es el regalo para la cosa mejor que he creado, que es la persona humana. Gracias.
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/el-papa-en-la-audiencia-cuidemos-la-creacion-el-mejor-regalo-que-dios-nos-hizo?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
El don de la fortaleza
Tomar el ejemplo de tantos cristianos perseguidos, pero también de los que en la vida cotidiana enfrentan las dificultades gracias al don de la fortaleza
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 14 de mayo de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas ¡buen día!
Las semanas pasadas hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: la sabiduría, el intelecto y el consejo. Hoy pensemos a lo que hace el Señor, Él viene a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial, el don de la fortaleza.
Hay una parábola contada por Jesús que nos ayuda a entender la importancia de este don. Un sembrador no logra plantar todas las semillas que arroja, pero estas fructifican. Lo que cae en el camino es comido por los pájaros, lo que cae en el terreno pedregoso y en medio a las zarzas germina pero rápidamente se seca por el sol o es sofocado por las espinas. Solamente lo que termina en el terreno bueno puede crecer y dar fruto.
Como el mismo Jesús le explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su palabra. La semilla, entretanto, muchas veces se encuentra con la aridez de nuestro corazón, y mismo cuando es recibido corre el riesgo de quedar estéril. Con el don de la fortaleza en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera del topor, de las incertezas y de todos los temores que pueden frenarlo, de manera que la palabra del Señor sea puesta en práctica de una manera auténtica y gozosa. Es una verdadera ayuda este don de la fortaleza, nos da fuerza y nos libera de tantos impedimentos.
Existen también, esto sucede, momentos difíciles y situaciones extremas durante las cuales el don de la Fortaleza se manifiesta de manera ejemplar y extraordinaria. Es el caso de aquellos que deben enfrentar experiencias particularmente duras y dolorosas que descompaginan sus vidas y las de sus seres queridos. La Iglesia resplandece con el testimonio de tantos hermanos y hermanas que no dudaron en dar su propia vida para ser fieles al Señor y a su evangelio. También hoy no faltan cristianos que en tantos lugares del mundo siguen celebrando y dando testimonio de su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten también a pesar de que saben les puede comportar un precio más alto.
También nosotros, todos nosotros conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, tantos dolores, pensemos a esos hombres y mujeres que llevan una vida difícil, luchan para llevar adelante la familia, para educar a sus hijos. Esto lo hacen porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos y cuántos hombres y mujeres, no sabemos los nombres, pero que honoran a nuestro pueblo y a la Iglesia, porque son fuertes, fuertes en llevar adelante a su familia, su trabajo, su fe. Y estos hermanos y hermanas son santos en los cotidiano, santos escondidos en medio de nosotros, tienen el don de la fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, madres de hermanos, de hermanas, de ciudadanos.
Son tantos, agradezcamos al Señor por estos cristianos que tiene una santidad escondida, que tienen el Espíritu dentro que los lleva adelante. Y nos hará bien acordarnos de estas personas: ¿Si ellos pueden hacerlo, por qué yo no?, y pedirle al Señor que nos dé el don de la fortaleza.
No pensemos que el don de la fortaleza sea necesario solamente en algunas ocasiones o situaciones particulares. Este don tiene que constituir el cuadro de fondo de nuestro ser cristiano, en nuestra vida ordinaria cotidiana. Todos los días de nuestra vida cotidiana tenemos que ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia y nuestra fe.
Pablo, el apóstol, dijo una frase que nos hará bien escucharla: “Puedo todo en Áquel que me da la fuerza”. Cuando estamos en la vida ordinaria y vienen las dificultades acordémonos de esto: “Todo puedo en Áquel que me da la fuerza”.
El Señor nos da siempre las fuerzas, no nos faltan. El Señor no nos prueba más de lo que podemos soportar. Él está siempre con nosotros, “todo puedo en Áquel que me da la fuerza”.
Queridos amigos, a veces podemos sufrir la tentación de dejarnos tomar por la pereza, o peor, por el desaliento, especialmente delante de las fatigas y de las pruebas de la vida. En estos casos no nos desanimemos, sino que invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de la fortaleza pueda aliviar a nuestro corazón y comunicar una nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguir a Jesús.
Transcrito de:
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El don del consejo
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 07 de mayo de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día! Hemos escuchado la lectura de esa estrofa del Libro de los Salmos, que dice: 'El Señor me aconseja, el Señor me habla internamente'. Es éste otro de los dones del Espíritu Santo, es el don del consejo.
Sabemos cuánto sea importante en los momentos más delicados, poder contar con el consejo de las personas sabias que nos quieren mucho. Ahora, a través del don del consejo, es Dios mismo con su Espíritu que ilumina nuestro corazón, de manera que podamos entender el modo justo de hablar, de comportarnos y el camino que debemos seguir.
Pero, ¿cómo actúa este don en nosotros? En el momento en que lo recibimos y hospedamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza enseguida a volver sensible su voz, a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones, de acuerdo con el corazón de Dios. Y al mismo tiempo nos lleva siempre más a poner nuestra mirada interior en Jesús como el modelo de nuestro modo de actuar y relacionarse con Dios Padre y con los hermanos.
El consejo es entonces el don con el cual el Espíritu Santo vuelve capaz a nuestra conciencia de tomar una decisión concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su evangelio. De este modo el Espíritu crece interiormente, positivamente, en la comunidad. Y nos ayuda a no caer en el yugo del egoísmo y en el modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.
La condición esencial para conservar este don es la oración. Pero siempre volvemos a lo mismo: la oración. Y es tan importante la oración, rezar; rezar las oraciones que conocemos desde niños, pero también rezar con nuestras palabras, rezarle al Señor: ¡ayúdame! ¿Señor qué debo hacer ahora? Y con la oración hacemos espacio para que el Espíritu venga y nos ayude en ese momento y nos aconseje sobre lo que nosotros debemos hacer.
La oración, nunca olvidarse de la oración, nunca. Nadie se da cuenta cuando nosotros rezamos en el autobús o en la calle, rezamos en silencio con el corazón, aprovechemos estos momentos para rezar. Rezar para que el Espíritu nos de este don del consejo.
En la intimidad con Dios y en el don de su palabra, poco a poco dejamos de lado nuestra lógica personal, dictada la mayoría de las veces por nuestro encerrarnos, por nuestros prejuicios y nuestras ambiciones. Aprendamos en cambio a pedirle al Señor '¿Cuál es tu deseo?', pedirle consejo al Señor. Y esto lo hacemos con la oración.
Y de esta manera madura en nosotros una sintonía profunda, casi natural con el Espíritu y se experimenta cuanto sean verdaderas las palabras de Jesús reportadas en el evangelio de Mateo: 'No se preocupen de qué o que cosa dirán. porque les será dado en esa hora lo que deberán decir. Porque de hecho no serán ustedes a hablar, pero es el Espíritu del Padre vuestro que hablará en vosotros'. Es el Espíritu que nos aconseja, pero nosotros debemos darle espacio al Espíritu para que nos aconseje. Dar espacio es rezar, rezar para que el venga y nos ayude siempre.
Y como todos los otros dones del Espíritu, el consejo constituye también un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla solamente en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no solamente allí, pero nos habla también a través del consejo y testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar a hombres y mujeres de fe que especialmente en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida nos ayuden a hacer luz en nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.
Me acuerdo una vez que estaba en el confesionario con una fila larga adelante, era en el santuario de Luján, la diócesis de ese obispo que está allí. Estaba en la cola un muchachón, todo moderno, con aros, tatuajes y todo lo demás. Vino para decirme lo que le pasaba, era un problema grande difícil, ¿y tú que harías?. Y él me dijo: “Le he contado todo esto a mi madre y ella me dijo, 've a lo de la Virgen y ella te dirá lo que tienes que hacer'. Estaba allí una mujer que tenía el don del consejo. No sabía como salir del problema del hijo, pero le indicó el camino justo. Ve a lo de la Virgen y ella te dirá. Este es el don del consejo, dejar que el Espíritu hable. Y esa mujer humilde y simple le dio a su hijo el consejo más verdadero, porque este muchacho me dijo: 'Hablé con la Virgen y Ella me dijo, tienes que hacer esto, esto y esto'. Y yo no tuve necesidad de hablar. Todo lo hicieron la mamá, la Virgen, y el joven. Este es el don del consejo. Y ustedes mamás, que tienen ese don, pidan este don para sus hijos, el don de aconsejar a los hijos. Es un don de Dios
Queridos amigos, el salmo que hemos oído nos invita a rezar con estas palabras: 'Bendigo al Señor que me ha dado consejo. También de noche mi ánimo me instruye, yo pongo siempre delante de mi al Señor que está a mi derecha, no podré vacilar'.
Que el Espíritu pueda siempre infundir en nuestro corazón esta certeza y colmarnos así de su consolación y de su paz. Pidan siempre el don del Consejo. Gracias.
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-miercoles-el-don-del-consejo?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
Francisco explica el don del intelecto, con el que el Espíritu Santo nos abre la mente para entender mejor las cosas de Dios.
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 30 de abril de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber examinado la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera llamar la atención sobre el segundo don, es decir, el intelecto. No se trata en este caso de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podamos estar más o menos dotados. Es una gracia que solo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su diseño de salvación.
El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don. ¿Qué hace este don del intelecto en nosotros? Y Pablo dice esto: “Ni ojo vio, ni oido oyó, ni por la mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Pero a nosotros Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu” (1 Cor 2, 9-10). Esto, obviamente no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno del diseño de Dios: todo esto permanece a la espera de manifestarse con toda claridad cuando nos encontremos ante Dios y seamos verdaderamente una cosa sola con Él. Pero, como sugiere la misma palabra, el intelecto permite “intus legere”, es decir, leer dentro. Y este don nos hace entender las cosas como las entiende Dios, con la inteligencia de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia y va bien, pero entender una situación en profundidad como la entiende Dios es el efecto de este don. Y Jesús ha querido enviarnos el Espíritu Santo para que nosotros entendamos este don, para que todos nosotros podamos entender las cosas como Dios las entiende, con la inteligencia de Dios. ¡Es un hermoso regalo el que Dios nos ha hecho a todos nosotros! Es el don con el que el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del diseño de amor que Él tiene para nosotros.
Está claro que el don del intelecto está estrechamente conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la comprensión de lo que el Señor nos ha dicho y ha realizado. El mismo Jesús ha dicho a sus discípulos: “Os enviaré el Espíritu Santo y Él os hará entender todo lo que yo os he enseñado”. Entender las enseñanzas de Jesús, entender su palabra, entender el Evangelio, entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos entender la profundidad de las palabras de Dios y esto es un gran don, un gran don que todos debemos pedir y pedir juntos: dános Señor el don del intelecto.
Hay un episodio en el evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don. Tras haber asistido a la muerte en cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y afligidos, se van de Jerusalén y regresan a su pueblo de nombre Emaús. Mientras están en camino, Jesús resucitado se pone a su lado y empieza a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos estaban tan tristes y tan desesperados que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que comprendan que Él debía sufrir y morir para después resucitar, sus mentes se abren y en sus corazones vuelve a encenderse la esperanza (cfr Lc 24,13-27). Y esto es lo que el Espíritu Santo hace con nosotros. Nos abre la mente, nos la abre para entender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas. Es importante el don del intelecto para nuestra vida cristiana. Pidamos al Señor que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don, para entender, como entiende Él, las cosas que suceden y para entender sobre todo la Palabra de Dios en el Evangelio ¡Gracias!
Transcrito de: http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-en-la-audiencia-de-este-miercoles--7?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch
Francisco explica el don de la sabiduría.
El cristiano tiene el gusto y el sabor de Dios
Por Redacción Zenit
CIUDAD DEL VATICANO, 09 de abril de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo constituye el alma, la linfa vital de la Iglesia y de cada símbolo cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros. Siempre está en nosotros. Está en nuestro corazón. El Espíritu mismo es “el don de Dios” por excelencia, es un regalo de Dios, y a su vez comunica a quien lo acoge diversos dones espirituales. La Iglesia identifica siete, número que simbólicamente significa plenitud, exhaustividad; son los que se aprenden cuando nos preparamos para el sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada “Secuencia al Espíritu Santo”. Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
El primer don del Espíritu Santo, según esta lista tradicional, es por tanto la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana. ¡No! Esta sabiduría humana es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se relata que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría. Entonces la sabiduría es exactamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, la coyunturas, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. A veces vemos las cosas según nuestro gusto, según la situación de nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia... ¡Eh, no! Esto no es el ojo de Dios.
La sabiduría es lo que el Espíritu Santo hace en nosotros para que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Y este es el don de la sabiduría. Y obviamente, este don surge de la intimidad con Dios, de la relación intima que tenemos con Dios, de la relación de los hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos concede el don de la sabiduría. Y cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurase nuestro corazón y le hiciese percibir todo su calor y su predilección.
Entonces, el Espíritu Santo convierte al cristiano en una persona sabia. Pero esto, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que sabe todo. Una persona sabia no tiene esto, en el sentido de Dios, si no sabe como actúa Dios. Conoce cuando una cosa es de Dios y cuando no es de Dios. Tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro corazones.
El corazón del hombre sabio, en este sentido, tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y que importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! En ellos, todo habla de Dios y se convierte en un signo bello y vivo de su presencia y de su amor. Y esta es una cosa que no podemos improvisar, que no nos podemos obtener para nosotros mismos. Es un don que Dios da a los que se hacen dóciles al Espíritu Santo. Y nosotros tenemos dentro, en nuestro corazón, al Espíritu Santo. Podemos escucharlo o podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña este camino de la sabiduría. Nos regala la sabiduría, que consiste en ver con los ojos de Dios, escuchar con las orejas de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu Santo. ¡Y todos nosotros podemos tenerla! ¡(Basta) sólo pedirla al Espíritu Santo!
Pero pensad en una madre que está en su casa con sus niños. Que cuando uno hace una cosa el otro piensa otra, y la pobre madre va de una parte a la otra con los problemas de los niños... Y cuando la madre se cansa y regaña a los niños, ¿eso es sabiduría? Regañar a los niños, os pregunto, ¿es sabiduría?¿Qué decís? ¿Es sabiduría o no? ¡No! Si embargo, cuando la madre toma al niño y le reconviene dulcemente, y le dice: 'Esto no se hace, por esto'. Y le explica con mucha paciencia... ¿Esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es eso lo que nos da el Espíritu Santo en la vida, ¿eh?
Después, en el matrimonio, por ejemplo: los dos esposos, el esposo y la esposa se pelean y no se miran o si se miran lo hacen con el ceño fruncido... ¿Eso es sabiduría de Dios? ¡No! Sin embargo, si una vez que ha pasado la tormenta, hacen las paces y vuelven a empezar de nuevo en paz… ¿Eso es sabiduría? ¡Es esa (la sabiduría)! Ese es el don de la sabiduría. Que llegue a las casas, que llegue a los niños, que llegue a todos nosotros. Y esto no se aprende: es un regalo del Espíritu Santo. Por eso tenemos que pedir al Señor que nos dé al Espíritu Santo y nos de el don de la sabiduría. Esa sabiduría de Dios que nos enseña a mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las palabras de Dios… Y así, con esta sabiduría, vamos adelante, construimos la familia, construimos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la sede de la sabiduría, de este don. Que Ella nos de esta gracia. ¡Gracias!
Transcrito de:
http://www.zenit.org/es/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-en-la-audiencia-de-este-miercoles--4?utm_campaign=diariohtml&utm_medium=email&utm_source=dispatch